El bar El Oro Negro es tan mítico en Sargentes de la Lora como el propio pozo del que un 4 de junio de 1964 brotó ese chorro de crudo que puso a la localidad en el mapa mundial. El establecimiento es hoy, junto al Museo del Petróleo que tiene justo enfrente, un referente no solo en el pueblo sino en un amplio entorno que se extiende a lo largo y ancho de unos 15 kilómetros porque en una comarca que sufre seriamente los efectos de la despoblación, sus vecinos también están huérfanos de establecimientos de hostelería. Los bares, como fichas de dominó, han ido cayendo en la mayoría de los pueblos y tan solo en los más grandes o situados en los nudos estratégicos de comunicación de la comarca mantienen su actividad. En este sentido, los más cercanos a Sargentes serían los localizados en Sedano, Quintanilla Escalada, Covanera, Tubilla del Agua o Polientes (Cantabria).
En el resto de pueblos funcionan algunos locales atendidos por los propios vecinos, pero buena parte del año ni se abren porque apenas hay población.
Todas esas circunstancias hacen que El Oro Negro sea el bar de referencia del municipio y de otros pueblos cercanos e, incluso, pese a que el pueblo se resintió del cierre del campo petrolífero y se quedó sin ese sustento y sin trabajadores, el establecimiento se mantiene abierto y es el centro social y hasta cultural de la localidad, lugar de encuentro y reunión y donde se puede degustar un buen almuerzo y disfrutar de su plato estrella: el cocido loriego.
Begoña Garrido delante del bar que regenta desde 2018 cuando se trasladó desde Bilbao al pueblo. - Foto: Luis López AraicoYa era un 'símbolo' cuando lo regentaban sus anteriores propietarios y lo es ahora que lo gestiona Begoña Garrido, una bilbaína de Baracaldo que hace ya más de cuatro años -poco después de que se cerrara al yacimiento- aterrizó en el pueblo para ponerse el delantar y coger la batuta del bar. Atrás dejó su trabajo y su vida para afrontar un nuevo reto que le devolviera la felicidad y tranquilidad perdidas.
Y lo ha conseguido, dice, orgullosa de ver entrar clientes del pueblo y de fuera al Oro Negro, porque pese a ser un pequeño pueblo, al establecimiento no les falta clientela, mucha de ella de paso porque son trabajadores de diversos sectores, albañiles, empleados de compañías eléctricas, de telefonía, de los eólicos... que hacen sus rutas por la zona y que es el único bar que encuentran en muchos kilómetros a la redonda para detenerse a tomar un café, una cerveza e, incluso, comer.
Como dice Begoña, muchos días son contados, pero el goteo es continuo. La afabilidad de la dueña juega también a su favor y al final los clientes son parte de la familia y el local un punto de encuentro. Ella se ha adaptado a la gente, ha ido mejorando el bar a su gusto, colocando en las paredes trabajos de manualidades que ella misma hace e instalando dos terrazas, una de ellas cubierta. En parte obligada por la covid, pero también para dar más vida al bar en las épocas de buen tiempo cuando aumenta la población.
Begoña reconoce que el éxito del bar también tiene mucho que ver con el éxito de la gestión municipal, porque el Ayuntamiento ha impulsado desde la clausura del campo de petróleo muchas actividades para los fines de semana y vacaciones, además de diseñar rutas para conocer el patrimonio local que están atrayendo a muchos visitantes, con el Museo del Petróleo como referente. Todo ello hace que por ahora Begoña hable de rentabilidad, no para hacerse millonaria, pero sí para llevar la vida que quiere y disfrutar de la naturaleza.
Ella no aterrizó sin más en sargentes; ya de pequeña conocía el pueblo porque su padre era cazador, vendía carne en la zona y cogió una casa donde los fines de semana y veranos venía la familia. Así que Begoña se ha sentido siempre 'del pueblo', como ahora sus hijos y nietos que vienen con frecuencia, así como su madre que pasa largas temporadas con Begoña.