El comandante medinés Juan José Pereda López y los cinco últimos hombres que embarcaron el pasado 28 de marzo tras completar la XXXII Campaña Antártica en la isla Decepción acumulan en su haber más de 25 operaciones en el exterior. Sin embargo, ese día sus ojos se humedecieron. Las tierras inhóspitas del Polo Sur es muy probable que se queden marcadas en su memoria para siempre. Pereda López, quien admite bromeando que «cuando pica virus antártico ya no se va nunca», terminaba su último Diario de Operaciones tras 95 días de expedición con una cita de Ernest Shackelton:«Las regiones polares dejan, en los que han luchado en ellas, una marca cuya profundidad pueden difícilmente explicarse a los hombres que no han salido jamás del mundo civilizado». El jueves llegó a su casa y a la División de Operaciones del Estado Mayor en el Cuartel General del Ejército de Tierra donde está destinado desde hace siete años.
Salió el 5 de diciembre de Madrid y arribó en isla Decepción el día 26. Ha tenido a su mando doce militares y la responsabilidad de velar por la seguridad y dar apoyo a los 40 científicos que en distintos periodos han compartido con la unidad militar la base española ‘Gabriel de Castilla’. Pero el comandante Pereda no le da ninguna importancia y asegura que ha sido muy fácil. Con un viaje de 30.000 kilómetros a sus espaldas, en el que los momentos más duros los pasó durante las dos travesías de mil kilómetros cada una por el Mar de Hoces, con olas de hasta 6 metros, Juan José Pereda asegura que la experiencia vivida se le ha hecho «corta, aunque muy intensa». «No ha habido ni un momento para la rutina ni el aburrimiento».
Los días arrancaban a las cinco de la mañana para aquellos compañeros a quienes tocaba ofrecer una videoconferencia. En España, el reloj marcaba cinco horas más. En total, impartieron 162 charlas para divulgar su labor en la Antártida. La actividad concluía a las diez y media de la noche y apenas había una o dos horas para «hablar de la jornada y de lo divino y lo humano» antes de acostarse. No han tenido ni un solo día de descanso y solo el chocolate del domingo para desayunar recordaba que había llegado el fin de semana. Había que aprovechar cada minuto para seguir avanzando en los 13 estudios científicos realizados, de los que el comandante Pereda se lleva una gran cantidad de conocimiento.
Grupo de científicos y militares en la XXXII Expedición Antártica. - Foto: DB
13 INVESTIGACIONES
La unidad militar de la XXXII Campaña Antártica ha dado apoyo a geólogos vulcanólogos de las universidades de Granada y Cádiz y del Instituto de las Ciencias del Mar de Barcelona. Asimismo, su trabajo ha dado cobertura a las investigaciones sobre la fauna de la isla, básicamente pingüinos y lobos marinos, realizadas por la Universidad de Barcelona, el Museo de Ciencias Naturales, con sede en Madrid, y la Universidad Autónoma de Madrid. También se han estudiado los colémbolos, pequeños artrópodos similares a insectos de medio a un centímetro de tamaño -otra de las cosas que aprendió el comandante-. Mientras, la flora ha sido analizada por expertos del Imperial College, de Londres, y del Instituto Antártico Chileno».
Acompañando a los científicos para darles apoyo. - Foto: DBIsla Decepción fue arrasada en 1970 por la última erupción volcánica, lo que apenas dejó rastro de vida vegetal sobre su manto negro, en el que se atisban algunos musgos y cada planta es un tesoro a investigar. Esta actividad volcánica se monitoriza de forma constante durante el periodo en que la dotación se encuentra allí. Ante el riesgo de una erupción, se evacuaría de inmediato y la decisión la hubiera tomado el comandante.
Parte de las investigaciones servirán para analizar cómo se adapta la fauna al calentamiento global y al retroceso de las masas de hielo sobre el mar, que han afectado a la población de krill, unos diminutos crustáceos que son el único alimento de los pingüinos barbijo. Como explica el comandante Pereda, las primeras observaciones ya han servido para ver que la colonia de esta especie ha descendido, al reducirse su alimento, y redistribuido, frente a otras, que también se alimentan de peces, y que, en cambio, han crecido. La biodiversidad es, sin duda, cambiante.
En la isla Decepción hay «pingüineras inmensas, la más grande de más de 200.000 pingüinos», describe Pereda, quien también ha aprendido que tratar con los barbijo tiene sus pequeños riesgos, ya que los científicos que debían monitorizarlos, siempre con apoyo del personal militar, se han llevado más de un picotazo en sus brazos y han vuelto con moratones de la isla. De este animal se lleva también recuerdos inolvidables, como «el ruido ensordecedor que realizan los miles de polluelos y el olor del purín». Por suerte, la base Gabriel de Castilla no estaba cerca de las playas donde se agolpaban. Estos pingüinos y, en especial, los lobos marinos que llenaban las playas son uno de los principales atractivos para los turistas que entre enero y finales de febrero también se dejaban caer por la isla en barcos, siempre en grupos de no más de cien personas, dado que ese es el límite de visitantes que se permite. Así que los componentes de la misión se han cruzado, no solo con la fauna autóctona, sino también con chinos, rusos, británicos o norteamericanos en busca de lugares únicos de la Tierra.
Este año, la campaña ha sido especialmente buena en cuanto a temperaturas. La mínima ha sido de menos 6 grados y las máximas de entre 4 y 5. «Hemos tenido cinco días continuados de sol, algo que hacía cinco años que no sucedía», recuerda el comandante. Parece que el benigno invierno vivido en España también se ha reproducido a miles de kilómetros.
En la isla Decepción, como cuenta Pereda, «aún se vive como en los años 50». El paisaje está formado por el contraste del negro de la tierra y el blanco de la nieve. No hay más. Inmensidad allá adonde mires. Y anomalías térmicas, que se muestran en forma de círculos negros en medio de la nieve. En los últimos días de expedición descubrieron una que no estaba localizada y en la que el contraste de temperatura alcanzaba los 15 grados frente a los 2 bajo cero de alrededor. «Estas zonas, creadas por el volcán, están muy protegidas porque tienen mucha vida en forma de flora y fauna», indica.
Pero por desgracia, allí también llega la basura. A sus costas arriban plásticos y todo tipo de residuos que posiblemente muchos barcos tiren por la borda o hayan llegado desde el mundo civilizado hasta este confín del mundo austral. Por ello, otra de las tareas de la expedición fue recoger estos residuos y «dejar la isla mejor de lo que la encontramos».
Asimismo y para comprometerse con el cuidado del medio ambiente, el Ejército de Tierra ha aprovechado un año más la Expedición Antártica en la base Gabriel de Castilla para lanzar la campaña de apadrinamiento de pingüinos 2019. Entre el 3 de enero y el 15 de marzo se apadrinaron nada menos que 131.017 pingüinos, una cifra que llena de orgullo al comandante Pereda. Hacer del planeta Tierra un lugar más sano y equilibrado con la naturaleza para permitir que los pingüinos apadrinados consigan sobrevivir y cuidar de sus polluelos era el mensaje que esta campaña ha querido inocular una vez más, sobre todo, en los más pequeños. Además, el reto de alcanzar los primeros 5.000 pingüinos sirvió para reunir algo más de 8.000 euros que este año se donarán a la Asociación Española contra el Cáncer.
La divulgación es una de las patas importantes de la expedición antártica, para este medinés, que ofreció una videoconferencia para alumnos y profesores de la Universidad de Burgos y dos más a los de los institutos de Medina de Pomar y Villarcayo. Si se lo piden, no dudará en ir en persona para relatar lo vivido con pasión e intensidad, tal y como lo ha disfrutado. «Acercar el Ejército a la sociedad es fundamental», asegura.