La vuelta al mundo sin fin del arandino Alberto Matamoros

LETICIA NÚÑEZ / Aranda de Duero
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Desde noviembre de 2022 recorre el mundo en bici y atesora cientos de experiencias: en Zimbabue fue confundido con un furtivo y en Jordania le sobrevolaron aviones de guerra. Aún le queda un año en África, 2 y medio en Asia y lo que decida en América

Selfi de Alberto Matamoros con masais de Tanzania. - Foto: Alberto Matamoros

Intensidad. Maravilla. Y privilegio. Son los términos que el arandino Alberto Matamoros emplea para describir la aventura que comenzó hace justo dos años: recorrer el mundo a lomos de su bicicleta. Desde una estación de autobuses de Egipto, donde se ha examinado para obtener el título de instructor de buceo en apnea, asegura que este viaje, su gran viaje, le está aportando un inmenso aprendizaje en todos los sentidos. Sobre todo, a nivel de humildad. «Aprendes a valorar el hecho de estar sano, de tener tiempo, las amistades... de alguna forma todo pasa por volver a lo primario, a lo más básico», admite de primeras. 

A sus 40 años y como protagonista de una peripecia de semejantes dimensiones, Matamoros se siente un afortunado. Primero, por las 'lecciones de vida' que acumula con cada kilómetro que pedalea, y que ya cuenta por miles tras partir desde la capital ribereña y haber explorado Portugal, Marruecos, Malaui, Zambia, Botsuana o Mozambique, entre otros. Y segundo, por el hecho de disfrutar de lugares del mundo «que sobrecogen». De hecho, hace escasos días vivió una experiencia que no olvidará jamás al bucear entre los restos de un carguero hundido en el Mar Rojo egipcio, que fue bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial. Este emplazamiento se ha convertido en un punto de 'peregrinación' para los amantes del buceo, como él, que lo califica como «alucinante». 

A ello suma el templo de Abu Simbel en el sur de Egipto, que soñaba con visitar desde pequeño y que descubrió al amanecer; también el Valle de los Reyes, donde se encuentran las tumbas de la mayoría de los faraones; o las cataratas Victoria, en la frontera entre Zambia y Zimbabue, a las que llegó «lleno de polvo y grasa» pero con «una sensación de adrenalina pura». Allí, por cierto, dejó su bici, que le han guardado en una iglesia mientras acababa su periplo por Egipto, que ha preferido explorar de otra manera porque «si viajas en bici te ponen escolta las 24 horas del día, resulta difícil de creer, pero es así». A mediados de noviembre regresó a las cataratas para atacar su siguiente objetivo:cruzar Botsuana con su inseparable Hipólita, como ha apodado a su 'vehículo'. Si todo marcha según lo previsto, Matamoros atravesará el desierto del Kalahari para después recalar en Sudáfrica, donde le gustaría pasar la Navidad. 

Con la tienda y la bici, en un bello paraje natural de Mozambique.Con la tienda y la bici, en un bello paraje natural de Mozambique. - Foto: Alberto Matamoros

Luego llegará el turno de recorrer la costa oeste de este continente. «No me gustaría irme de África sin ver los gorilas», reconoce.De ahí que su intención sea dirigirse hacia Uganda, aunque avanza que «son palabras mayores». En cualquier caso, el arandino calcula que todavía dedicará un año más a disfrutar de tierras africanas. Después, su plan pasa por volar a Turquía y emprender la Ruta de la Seda hacia Asia, donde estima que permanecerá unos dos años y medio. «No me los quita nadie», añade, mientras enumera los países que tiene planeado descubrir: Tailandia, Vietnam, Camboya, Indonesia y Japón, así como la República de Vanuatu, en el Pacífico Sur, que para eso relata toda su expedición en una cuenta de Instagram llamada @thevanuatuoperation

Si las cosas van sobre ruedas y Alberto sigue disfrutando del viaje como hasta ahora, abordará América, desde Canadá hasta la Patagonia en Argentina. «Ahí me gustaría terminar y decidir dónde me asentaré», explica con la vista puesta a medio-largo plazo. «Nunca se sabe, esto se convierte en una forma de vida» y, oye, «a veces surgen romances y te hacen cambiar un poco...», lanza sin ataduras. Y es que él, sin la presión del tiempo, aboga por «ir liviano de equipaje». A su juicio, «el éxito está en la paz y la serenidad mental, en estar sano y tener buenas relaciones con tu gente, no en acumular propiedades», resume. 

Para llevar a cabo semejante cantidad de planes, Matamoros ha decidido reestructurar sus propósitos iniciales. Si al principio se había organizado para recorrer el mundo con su bici en seis años, ahora lo quiere alargar y empezará a contar esos seis años desde este momento. «Tengo claro que va a haber zonas del mundo en las que me quedaré varios meses». Así pues, ha optado por poner en marcha dos fórmulas con el objetivo de «hacer este viaje sostenible en el tiempo» a nivel económico. Aunque dispone de ahorros suficientes tras varios años diseñando este plan al milímetro, con el título de buceo podrá trabajar en escuelas de Bali o Indonesia. Y, además, estudiará un curso de inversiones para especializarse en su trayectoria empresarial. Según indica, su idea es aplicar esos conocimientos «de la forma más ética y acorde» a sus principios. 

En el mar Rojo de Egipto, donde buceó entre los restos de un carguero hundido.En el mar Rojo de Egipto, donde buceó entre los restos de un carguero hundido. - Foto: Alberto Matamoros

Un león a centímetros. Tras este tiempo de rodaje, Matamoros detalla que va «como una flecha» y que ha desarrollado «un cierto sentido para ver dónde está el peligro», sobre todo a la hora de acampar o de moverse por ciertos territorios. Pese a ello, no se ha librado de algún que otro contratiempo. En Zimbabue, por ejemplo, le costó dar con un punto cercano a un asentamiento humano para instalar su tienda. Por suerte, terminó escuchando a un grupo de personas y acampó. «Pero vieron mis luces y llamaron a los cuidadores del parque nacional, que aparecieron vestidos de militares. Me confundieron con un furtivo. Fue una situación tensa. Me gritaban para que saliera con las manos en la cabeza», relata. No le quedó más remedio que recoger todo. Eso sí, la historia terminó con final feliz, ya que Alberto pasó tres noches con los guardas en su caseta dentro del parque y en una expedición llegó a tener la cabeza de un león a apenas 30 centímetros. «Sólo nos separaba la ventanilla. No lo olvidaré nunca», recuerda emocionado. 

Peor sensación le dejó el desierto de Wadi Rum, en Jordania. Explica que valoró si ir por la guerra entre Israel y Palestina y, de hecho, por la noche, «empezaron a pasar aviones por encima, fue una impresión bastante fuerte. Te recuerda que la guerra es real y que la tienes encima de tu cabeza. Te genera consciencia». 

La cara amable la encontró poco después, en la frontera entre Jordania y Egipto, al conocer a un colega chino de 70 años que, igual que él, viajaba con la bici y había pedaleado durante el último año y medio para llegar a tierras egipcias. Lo que dos ruedas unen...