Prometió en el inicio de su discurso «corresponder dignamente al honor» de recibir la primera Sabina Silense y dejar que aflorase «el tuétano de los huesos del alma íntima», en palabras de Unamuno. «Compartir sentimientos que he preferido mantener en reserva íntima porque se corresponden con vivencias, lecturas y reflexiones que, albergadas por estos muros, han contribuido a hacer de mí quien soy», confesó un José María Aznar que «en defensa propia» recordó que «el entusiasmo discurre mal por cauces estrechos» y lo dejó expandirse y elevarse hasta contagiar a todo el auditorio con esa visión vehemente «de Silos, el monasterio, el municipio y su comarca» donde percibe que «la recompensa es inmediata» cada vez que vuelve.
Con «gratitud, orgullo y timidez» recogió José María Aznar esta sabina de bronce diseñada por el artista Cristino Díez, de la mano del presidente de la Fundación Silos, Antonio Miguel Méndez Pozo, y del abad Lorenzo Maté. Un premio que estrena el expresidente del Gobierno y con el que reconocen «papel fundamental» del político español tanto en el proceso de la creación de la institución como en la reconstrucción de las ruinas del convento de San Francisco para transformarlas en centro de fomento de las artes, la cultura y los valores espirituales, así como de la promoción turística de toda la comarca.
Se entregó en la Sala Abad Clemente, figura muy presente tanto en los discursos como en la memoria de los asistentes, que rezaron un responso en su recuerdo y en el de las víctimas de la DANA.
El actual abad, dom Lorenzo Maté, se encargó de dar la bienvenida y agradecer el trabajo y la colaboración que Aznar prestó para recuperar el antiguo convento franciscano como «lugar de encuentro y para crear riqueza en toda la zona» y a la Fundación Silos el esfuerzo que realiza por mantenerlo vivo.
Quizás pudo alguien pensar que el expresidente del Gobierno se iba a limitar a compartir cuatro chascarrillos sobre su habilidad con el canto gregoriano o sus partidas de dominó con los silenses. Pero nada más lejos de la realidad. Afloraron ayer todos los Aznar que han enraizado en Silos, como ese árbol tan característico del Parque Sabinares del Arlanza-La Yecla, y como ese ciprés del claustro que «ha trascendido su raíz vegetal para ser conocido universalmente», convertido en símbolo por Gerardo Diego, al igual que Antonio Machado obró con el olmo seco.
Afloró así el Aznar literato, pero también el Aznar viajero, que demostró con sus palabras como goza del trayecto -«de Burgos se sale siempre hacia arriba»- por la vieja carretera hasta que se aparece «sin soberbia ninguna» la silueta del monasterio benedictino más importante de España.
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