Biblioteca, «¡qué bien suena esa palabra!». Al igual en que las diferentes y humildes casas en las que habitó con sus padres, Loren 'El Rojo' y Anita 'La Francesona', en la mejor estancia descansan los libros que durante décadas ha devorado Violeta Odriozola, unas «auténticas joyas» heredadas de sus progenitores y otros adquiridos con el paso del tiempo. La lectura siempre fue «un máximo» en su familia y no había ni una sola noche en la que se leyera una historia en voz alta antes de dormir. Las letras cautivaron a este torbellino morado -conocida así por el tono de su pelo- desde que apenas tenía uso de razón y sus primeras vivencias quedaron custodiadas en varios diarios que todavía conserva.
Confiaba que lo que escribía se asemejaba a los versos de los poetas más reconocidos, aunque ahora, siete décadas después, es consciente de que en realidad se trataba de canciones que componía sin apenas darse cuenta. En una carpeta que sacó de la 'trastienda' guardó todos esos retazos de papel escritos con su puño y letra que nunca se atrevió a mostrar por pudor. Al alcanzar la adolescencia comprendió que la mejor manera de exponer sus sentimientos era con una pluma, pero destacar en aquellos años «era tremendo», asegura, por lo que cerró ese archivador y no lo volvió a abrir.
«En un pueblo pequeño llevar pantalones y conducir un coche con 18 años chirriaba, ¡como para ponerme a recitar poemas!», exclama. Ahora, con los 80 cumplidos, su momento ha llegado. Ya no siente vergüenza al desnudar su alma y ha publicado Poemas y Sensaciones, una obra en la que recopila 50 composiciones acompañadas de fotografías e ilustraciones creadas por ella vinculadas con la ciudad que tanto ama, su querida Briviesca.
Nunca se planteó casarse y formar una familia, quería emanciparse, ser libre y asentarse en Notre Dame y morir de hambre mientras plasmaba en un cuadro sus emociones. Quería ser bohemia, y aunque de distinta manera a la esperada, lo consiguió. Nada salió como lo imaginado y un vendedor de licores la robó el corazón en una cita en el monumento al Pastor en plena celebración de las fiestas de San Juan del Monte de Miranda, donde residía por aquel entonces. Su rumbo cambió y de las callecitas de la ciudad del amor con las que tanto fantaseaba pasó a las de la capital burebana. Se instaló hace 58 años y el flechazo entre Briviesca y Violeta perdura a día de hoy.
Nacieron sus hijos y aparcó por completo la escritura. Si bien, surgieron otros entretenimientos. Siempre ha luchado por las causas justas y fundó la Asociación Amas de Casa, se involucró al completo en las reivindicaciones para que inauguraran el instituto y fue la presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos. También participó en la formación de la Coral Virovesca y junto a su mejor amiga, Mariló, creó un gran grupo de más de un centenar de niños ansiosos por aprender diferentes disciplinas artísticas. Fueron pioneras y entre las dos impartían clases de pintura, costura, idiomas o manualidades durante más de dos décadas. El 16 de agosto de 2004 se atrevió a entonar el famoso Himno de Briviesca, pero no repitió.
Llegó la pandemia y con ella la revolución personal que vivió. En esos momentos de soledad y angustia se desbordó, y a partir de entonces brotó todo lo que tenía dentro y desconocía. Rebuscó entre sus escritos y sus versos la impresionaron. «¿Por qué no retomar lo que tanto me apasionó?», se preguntó. Dicho y hecho. El sueño de compartir con sus vecinos, amigos y familiares todo lo que los edificios, calles, personas e incluso piedras -las de Santa Clara- significan lo ha contemplado en su proyecto más íntimo y personal. Mañana sale a la venta. No se lo pierdan.