Una lucha a morir. Una guerra interminable con todos tus demonios. Con fantasmas intangibles que no dejan de aparecer, de multiplicarse para recordarte que no eres lo que ves. Te secuestran, te manipulan, te llevan a recorrer los mayores infiernos que existen en la tierra y, al final, te dejan cuando les logras soltar.
Esto es lo que consiguió Manuel Baruque. Su cerebro se sublevó contra su físico haciéndole creer que la persona que encarnaba no era suficiente para cuadrar en una sociedad de cánones y medidas. A base de tesón, terapia y ganas de salir adelante hoy nos lo cuenta en su libro 'El peso de la perfección'. Él mismo lo define como un trabajo de introspección en el que ha tenido que enfrentarse a todos esos recuerdos custodiados por las sombras tenebrosas de su pasado con el fin de dejarlas atrás.
Porque dejar atrás siempre es mirar hacia delante y ahora Manuel es una persona que quiere ayudar. Con su relato y con los beneficios que le dejen el libro, porque piensa donar lo que saque de sus ventas a asociaciones que apoyen a las personas que sufran este tipo de trastornos. Él no se ha olvidado de que en los peores momentos de soledad, incomprensión y abatimiento, siempre tuvo a alguien dispuesto a ofrecerle su mano. Cuando no fue su familia fueron profesionales, pero gracias a ellos dice que logró salir a flote y les estará eternamente agradecido.
Quiere que su trabajo se convierta en referencia, que llegue a todas aquellas personas a las que les haga falta un impulso para ver que hay salida. Que detrás de todas esas desgarradoras peleas internas hay un mundo por descubrir. Quiere que se mueva, que sirva como ejemplo de superación para quienes necesiten ese halo de esperanza en la oscuridad. Y quiere que sirva de altavoz, para visibilizar, para dejar constancia que hay problemas que ocurren y que son una realidad. Que no hay que lavarse las manos y dejarlos pasar, porque los trastornos de salud mental son de verdad.
Manuel habla de que ahora ya está más normalizado hablar de estos temas. La pandemia destapó el tarro de las esencias de la ansiedad y la depresión y las expandió con un sigilo que ahora hay que romper a gritos. Cuando él comenzó con el problema de la anorexia en el 2014 sintió que nadie era capaz de explicarle por qué pasaban todos esos pensamientos por su cabeza, por qué el espejo no le reflectaba la persona que era y cómo podía escapar de unas arenas movedizas que no dejaban de asfixiar.
Y eso es precisamente lo que quiere evitar, que no haya más personas en ese desierto abismal. Cuando le preguntas por su parte favorita del libro, él responde que es el final, porque es ese momento el que puedes mirar atrás y darte cuenta que todos esos pasos que un día parecieron insignificantes ahora se han vuelto un camino de aprendizaje que poder apreciar. Y saber que, como dice Xoel López, del lodo crecen las flores más altas, flores como este libro que ya es una grata realidad.