No había cumplido los 10 años cuando salió de Tinieblas de la Sierra, una pequeña localidad serrana a los pies del pico Mencilla donde en los años 30 del siglo pasado no se vislumbraba ningún futuro. Viajó a Burgos capital con lo puesto, junto a sus hermanos y sus padres, para empezar una nueva vida en una ciudad que no conocía. No sería la primera ni la más notable de las migraciones que Valeriano Juez Pineda afrontaría a lo largo de su intensa vida.
Este burgalés que acaba de cumplir los 91 años se convirtió, con el paso de las décadas, en el fundador y propietario de la fábrica que tejía los calcetines y medias más famosos de Santa Rosa de Calamuchita, en Argentina, y acaba de escribir un libro que en marzo verá la luz. La biografía se titulará ‘Ilusiones de pan tierno’, una expresión que le recuerda a su infancia, tiempos tan duros como los mendrugos con los que debían conformarse a falta de hogazas recién hechas.
En aquel Burgos en blanco y negro la familia Juez Pineda no lo tuvo fácil. Ni mucho menos. Perdieron pronto al padre y la matriarca Rufina tuvo que luchar para sacar a sus nueve hijos adelante. A Valeriano, aun siendo un niño, le tocaba cargar con los carbones quemados que desechaban las locomotoras de la cercana estación de trenes para poder calentar el hogar. A los 14 años entró como botones en el Hotel Condestable. Luego pasó por un taller mecánico, por los del Ejército, por la Fábrica de la Moneda, por Plastimetal y por medias Renedo. Esta última marcaría su futuro.
A los 23 años emigró a Argentina, donde ya habían estado antes sus padres. El 11 de agosto de 1950 se embarcó en el puerto de Bilbao y a bordo del vapor ‘Córdoba’ llegó al puerto de Buenos Aires. Allí le esperaban su hermano Julio, su hermana María... y la fábrica textil de Narciso Muñoz. El mismo día de su llegada pasó junto a la puerta y decidió que buscaría trabajo en ella. Solo tardó unos pocos días en superar la prueba de ingreso y encontrar un empleo. Unos años después, tras haber mejorado las habilidades propias del oficio, decidió montar su propia empresa que bautizó como Jupinda, una mezcla de sus dos apellidos, y comenzó una nueva etapa vital.
Se casó con la también burgalesa María Belén Francés, a la que curiosamente había conocido a orillas del Río de la Plata y no del Arlanzón, y tuvo tres hijos: Liliana Belén, María Nieves y Valeriano. Jupinda creció y fue consolidando su fama entre las marcas de diademas, medias y calcetines. Todo parecía ir sobre ruedas, Pero la mujer de Valeriano empezó a sufrir problemas de salud que aconsejaron a la familia un cambio de clima. Tocaba mudarse al interior, a Santa Rosa de Calamuchita, en la provincia de Córdoba, una zona montañosa y menos húmeda que la gran capital.
El empresario no claudicó, y decidió trasladar su proyecto a su nuevo lugar de residencia. En solo dos años había levantado una nueva fábrica en Santa Rosa y reinició otra etapa próspera en lo económico pero triste en lo personal, porque María Belén no pudo superar la enfermedad y falleció. El destino puso ante Valeriano un nuevo reto, el de sacar adelante a sus hijos, y rehizo su vida con una joven del cercano pueblo de Rumipal, Isabel Flores, con la que actualmente sigue casado y que junto a sus hijos y nietos le ha ayudado a escribir la biografía.
De su mano continuó adelante con la fábrica, que estuvo operativa durante más de 40 años, y cuyo negocio complementó con la puesta en marcha de cabañas turísticas en los alrededores montañosos, una actividad de la que fue pionero y que ahora triunfa en la comarca. Valeriano, todo un emprendedor, abrió igualmente el restaurante El Quijote y tuvo el primer fax del pueblo.
Jupinda padeció en sus últimos años la crisis económica del mandato de Ménem y peleó frente las importaciones coreanas hasta que cerró sus puertas después de que el fundador superara dos infartos. Hoy en día sus instalaciones las ocupa una fábrica de chocolate que en verano abre una tienda de venta al público. Su fundador reside actualmente en Villa General Belgrano, una localidad con una fuerte inmigración alemana y un paisaje de cuento situada a 10 kilómetros de Santa Rosa.
emigrantes de vuelta. Por esos azares de la vida su hijo Valeriano Juez Francés vive ahora en la tierra natal de su padre, a donde llegó hace siete años movido (otra vez el destino) por el amor de una palentina afincada en Burgos desde que era niña. Recuerda cómo con solo 7 años ya ayudaba en la tienda de la fábrica, abriendo y cerrando la puerta para evitar las aglomeraciones de clientes (eran otros tiempos, sin duda). Habla de él con admiración, como un hombre hecho a sí mismo que supo pelear en una época atenazada por las penurias económicas y que fue capaz de dar la vuelta al calcetín de su propio destino hasta forjarse una nueva vida al otro lado del Atlántico.
Valeriano sénior, con más de 9 décadas a sus espaldas, no se libra de algún achaque pero conserva la salud suficiente como para estar muy ilusionado con la próxima publicación de la autobiografía. Y con él sus hermanos que aún viven en Burgos, Julio y Dora. La misma que tendrían también el resto de la prole (Ramón, Graciniano, María, David, Eloy y Félix) si pudieran contarlo.
O la misma ilusión de sus hijas Liliana Belén y María Nieves, una de ellas en Australia y la otra en Argentina. Hace poco, en las redes sociales, Liliana lo describió con emocionantes palabras cuando vio publicada una reseña sobre la próxima publicación del libro en el periódico argentino ‘La Voz del Interior’: «Luchó contra viento y marea como no he visto a nadie luchar. La industria textil fue su pasión y su vehículo, pero su motor es su corazón, alimentado por un espíritu intrépido e inigualable. ¡Campeón de campeones!».
Porque Valeriano es un ejemplo viviente de la generación emigrante y del espíritu emprendedor que construyeron la historia del siglo XX a los dos lados del océano.