En pleno ocaso de los oficios ligados a la artesanía y de las jubilaciones sin relevo generacional, sólo la vocación mantiene viva la llama. Que se lo digan a Miguel Ángel Martínez Delso, que atesora una carrera de más de cuatro décadas como ceramista y escultor, y sigue al pie del cañón en Aranda de Duero. O a Pilar Manso, que descubrió el cuero casi por casualidad a finales de los 80 y ahora ha retomado los estudios para mejorar en su taller de Tubilla del Lago. Siempre con la creatividad por bandera y adaptándose a los cambios. Casi con las mismas dosis de pasión que de serenidad para capear los temporales.
Eso sí, ambos coinciden en que el viento no sopla a favor y lamentan que ni Aranda ni la comarca se libran de este descenso paulatino de las profesiones artesanas. En el caso de Delso, la mayoría de los compañeros con los que empezó en el mundo de la cerámica ya están jubilados y ninguno ha tenido reemplazo. Ahora, quienes dedican parte de su tiempo al barro, sea en la modalidad que sea, lo hacen fundamentalmente como hobby. Así sucede, por ejemplo, con sus alumnos de la Escuela Municipal de Cerámica de Aranda, que él dirige. No obstante, no todo está perdido. Delso destaca que la cerámica «se ha puesto de moda» y que, de un tiempo a esta parte, en numerosas ciudades proliferan los locales donde acudir a manejar el torno o simplemente pintar un objeto que ya está creado, algo que venden como una experiencia. Pero no sólo eso. Estas piezas también se abren hueco en las mesas de restaurantes premiados, en museos, galerías o en las redes sociales.
Por su parte, Manso apunta que «vivir sólo de la artesanía no es fácil», ni en las ciudades ni en las zonas rurales. «En un pueblo no suele haber problemas de espacio, pero cuesta más que venga la gente. Sin embargo, en Burgos, Valladolid o Madrid los locales son más caros, aunque tienes más opciones de clientela», resume. Sea como fuere, constata que «los artesanos se van jubilando y no encuentran relevo». Ahora bien, como en todo, hay excepciones. Ahí figura Santiago Hernández, que a sus 32 años lo ha apostado todo a la artesanía con la apertura de un espacio donde imparte talleres de bordado en Aranda. Ha crecido en una familia de costureras y le motiva que no se pierdan ciertas técnicas.
PILAR MANSO. Artesana del cuero.
«Ponemos mucho amor en cada pieza y eso se nota».
Pilar Manso recaló a finales de los 80 en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Burgos. Aunque quería estudiar diseño de interiores, le gustó tanto el cuero que se especializó en este material. Pronto comenzó a dar rienda suelta a su imaginación y a elaborar todo tipo de productos, desde carteras, bolsos, cinturones y hasta cabeceros para la cama. Sin límite, donde le lleve su creatividad. «Los artesanos ponemos mucho amor en cada pieza y eso se nota. Siempre intentamos que sean lo más personalizadas posible», indica de primeras. Para ella, pocas cosas hay más bonitas que alguien tenga una idea y que un artesano la pueda hacer realidad.
En su caso, esas piezas salen del taller que montó en su pueblo, Tubilla del Lago, a 18 kilómetros de Aranda. Lo puso en marcha hace 15 años, cuando sus hijos ya habían crecido. Además de atender encargos, Manso también impartió formación hasta que irrumpió la pandemia. En Artencuero, como se llama su taller, se juntaban un grupo de diez personas una vez a la semana y, aparte del cuero, les servía «de terapia». Pero con la crisis de la covid esto se acabó. Ahora bien, su 'obrador' resiste. Como Pilar también gestiona una casa rural, a los huéspedes les da la posibilidad de realizar una actividad donde les enseña los diferentes curtidos y pieles de animales, les muestra cómo se trabaja una pieza y luego ellos mismos, abuelos y nietos juntos, elaboran un llavero o una pulsera que se llevan de recuerdo.
Según remarca, «es un lujo mantener el taller» en el pueblo que le ha visto nacer y crecer. Ahora, sus planes pasan por «dinamizarlo y darle caña». Para ello, desde el curso pasado Pilar estudia un grado medio en complementos del cuero en Burgos, a donde se desplaza a diario desde Tubilla del Lago. Asegura que, a sus 55 años, además de reciclarse, se encuentra «más motivada que nunca» y con ganas de reactivar Artencuero. Eso sí, admite que «vivir solo de la artesanía resulta complicado» y lo mejor «es buscar diferentes opciones».
No obstante, también considera positivo que existan talleres «que trabajen de una forma tan personalizada y artesanal». Porque emplean materiales «de primera calidad y sostenibles» como el cuero, que duran multitud de años, y porque elaboran productos a la carta, únicos. Nada o poco que ver con lo que, a su juicio, sucede en la actualidad con la proliferación de bazares o con algunos mercados medievales. «Antes ibas a una feria de artesanía y daba gusto, encontrabas piezas diferentes. Ahora da la sensación de que son los mismos productos», apunta, mientras lamenta que «se ha perdido un poco la esencia de la artesanía».
MIGUEL MARTÍNEZ DELSO. Cerámica y escultura.
«No me conformo con un trabajo estándar, siempre arriesgo». Miguel Ángel Martínez Delso tiene grabado en su mente el primer día que utilizó un torno. Fue en Burgos, con 22 años, en un espacio al que los jubilados acudían a realizar manualidades. Allí empezó «todo». Y ese todo continúa a día de hoy, 43 años después. Cuenta que la cerámica le volvió «loco» y que se lanzó a por ello porque trabajar con las manos le parece «una maravilla». Tras esa primera experiencia, dejó a un lado las oposiciones que se estaba preparando para un banco y se compró un horno y un torno y comenzó a asistir a diversas ferias.
Delso, como se le conoce artísticamente, recuerda que nadie se creía semejante giro, pero la cerámica irrumpió con tal fuerza en su vida que desde entonces no ha hecho otra cosa. Por sus manos han pasado «miles y miles de piezas». Y eso que en sus inicios había muy pocos libros escritos en castellano e internet no existía. Ubicó su primer taller en la casa de su madre, en Ciruelos de Cervera, donde no tardó en registrar cierto movimiento. «Que viniera gente a comprarme una pieza ya me parecía un milagro», reconoce. Fue un tiempo «muy bonito». Igual que otra experiencia que vivió después al coincidir con tres jóvenes de Burgos y Valladolid con su misma pasión por el gres. Se recorrieron media España buscando arcillas, feldespato o cuarzo y finalmente montaron una fábrica a mitad de camino, en Cuéllar (Segovia). «Nos juntábamos dos o tres meses para hacer el barro y luego nos lo traíamos cada uno a nuestro taller y cada uno hacía lo que quería con él», detalla.
Como es natural en una trayectoria tan dilatada, ha habido momentos buenos y otros complicados, que él no ve «como un fracaso sino como un aprendizaje». Se refiere, por ejemplo, a unas «piezas preciosas» que sacó de una hornada que, por desgracia, terminó con parte de su taller en llamas. De eso han pasado 38 años y Delso aún recuerda aquella serie desde lo positivo: «Era lo que yo quería». A su juicio, una de las claves radica en identificar los fallos y sobreponerse. «Hay hornadas que me han salido bien, otras mal y otras desastrosas. No me conformo con un trabajo estándar, siempre arriesgo», remarca convincente, mientras explica que el hecho de trabajar con altas temperaturas, a unos 1.300 grados, complica su labor. Pero ahí sigue, en una continua experimentación, dando rienda suelta a su creatividad, y tiene claro que así seguirá. «He tenido muchos fracasos y los seguiré teniendo porque no me voy a quedar donde estoy. Podría hacer una línea más suave. No puedo, no lo puedo evitar. Soy así y no tengo arreglo ya», apunta con una sonrisa.
Eso sí, también suma unas cuantas satisfacciones. La principal, que vive de un oficio artesano gracias a la confianza que el público deposita en él. «Que la gente te apoye es el mejor reconocimiento que puedes tener», asegura. También el hecho de haber dado clases desde bien joven y, por supuesto, haber puesto en marcha allá por 1999 la Escuela y el Museo de Cerámica de Aranda de Duero. Escuela, por cierto, a la que sigue entregado en cuerpo y alma y que le absorbe la mayor parte de su tiempo. «Hay muchos alumnos y cada uno quiere hacer una cosa, por lo que tienes que estar preparado con todas las técnicas. He aprendido miles de técnicas y me quedaría otra vida para seguir aprendiendo», afirma. A ello suma el diseño de esculturas. Y detrás de una faceta y otra, Delso, a punto de soplar 67 velas, se inspira en la naturaleza, los pueblos y la arquitectura tanto tradicional como contemporánea.
Su movimiento (ahora con una exposición en Alcalá de Henares y otra que inaugurará en septiembre en Valladolid) contrasta con el ocaso de los oficios artesanos. A su juicio, uno de los problemas radica en que «los jóvenes no quieren ser autónomos» y «ningún gobierno nacional ha apoyado a los autónomos». Aunque en este momento Delso no atisba un relevo generacional, sí considera la artesanía como una buena salida profesional siempre que confluyan dos elementos: vocación y «creer mucho» en el proyecto a emprender.
SANTIAGO HERNÁNDEZ. Costura y arreglos.
«Bordar te permite desconectar del exterior e interactuar con más gente». siempre hay quienes nadan a contracorriente. Que se lo digan a Santiago Hernández, de 32 años. En pleno retroceso de los oficios artesanos, él ha decidido poner en marcha un espacio en Aranda donde, junto con su madre Elvia, imparten talleres de bordado y costura básica y arreglan todo tipo de ropa. Lo estrenaron el 11 de febrero, coincidiendo con el cumpleaños de ella, y la acogida no ha podido resultar más positiva. «Son ocho meses de un aprendizaje brutal, muy intenso», valora.
Hernández cuenta que se animó a dar el paso porque lo lleva «en la sangre», ya que procede de una familia entregada en cuerpo y alma al oficio, en la que tanto su abuela como su madre y sus nueve hermanas han trabajado de costureras. Ahora Santiago continúa por esta misma senda y si algo destaca es la participación que se genera con este tipo de actividades. «Bordar sirve para dedicar tiempo a lo artesano y también te permite desconectar del exterior e interactuar con más gente», asegura. Pero no sólo eso. Se trata, como remarca, de «dar más peso a las emociones, los valores, el arte... en definitiva, a la creatividad». A su juicio, lo mejor de un oficio artesanal es «el hecho de expresarte, de romper con esquemas y plasmar lo que no puedes decir con palabras».
En El-vía, como han bautizado a su proyecto ubicado junto a los Jardines de don Diego, organizan talleres de tres horas donde los alumnos cosen y bordan con distintas técnicas y temática libre, y, sobre todo, comparten tiempo. Lo hacen guiados por valores que consideran fundamentales como la escucha, la cercanía y sentirse a gusto.
Gracias a la aceptación que están cosechando, Santiago quiere darle «un toque más profesional» a un espacio que también incluye una zona de intercambio de ropa de segunda mano. Admite que «si funciona de una forma tan autodidacta, no me quiero imaginar cómo sería con un chute de profesionalidad a nivel de diseño gráfico, página web o redes sociales». Así que él confía en seguir dando más pasos en esta dirección. Mientras, su madre admite que le «faltan manos» para atender todos los pedidos que reciben y anima a más jóvenes a abrir este tipo de negocios.
Asimismo, subraya que, además de ser su forma de ganarse la vida, la costura le permite aportar su granito de arena a la sostenibilidad del planeta al evitar que se tire tanta ropa. «Puede que suene utópico, pero lo intentamos», concluye.