La Semana Santa es recogimiento, penitencia y disfrute de nuestro patrimonio. Recogimiento, más allá del sentimiento religioso, el de muchos de los pueblos de nuestra provincia porque llegar hasta ellos cada vez es más complicado, con carreteras en mal estado y escasa o nula conexión por transporte público. Penitencia, más allá de las procesiones, para aquellos que quieran venir aquí, bien por sus raíces bien por elegirnos para unos días de asueto, porque la única forma de llegar a la Ribera del Duero es por carretera, caminos de asfalto que se van a saturar sí o sí, obligando a los coches a ir a paso de cofrade. Patrimonio artístico, tradicional y gastronómico, con tallas dignas de museo, costumbres que perviven por generaciones y regalos para el paladar alrededor de una mesa con amigos y familiares.
Si tenemos que plantear un menú típico de estas fechas, con entrantes, platos principales y postre, en Burgos está claro: Morcilla para abrir boca, bacalao y lechazo asado y torrijas. Y a riesgo de que me acusen de repetirme como ese producto tan burgalés como la morcilla (que, en realidad, no repite), quiero invitar a Óscar Puente, omnipresente ministro de Transportes, a que deje la indecisión entre pescado y carne, entre el silencio y el hacer oídos sordos, y vuelva su atención a lo que es una reivindicación histórica y cada vez con más voces. La reapertura del tren Directo es una necesidad para el desarrollo de esta provincia. Lo dicen los operadores privados, lo dicen los gobiernos regionales de Castilla y León y Madrid, lo marca el sentido común, porque la línea recta es la más rápida y sostenible, y más si es por ferrocarril.
Señor Puente, abandone esa torrija que parece tener cuando se le apela sobre este asunto y líbrenos de esta penitencia de olvido a la que nos tienen condenados desde hace 14 años. Confiamos en la resurrección de la línea Madrid-Aranda-Burgos.