Sucede, a veces, que el invierno se toma un respiro. Y aunque parezca mentira, puede pasar que en medio de estas nieblas londinenses que escalofrían los cuerpos y el corazón florezca la primavera. Nadie piense en un milagro: la vida es un milagro. Y contiene episodios que merecen tanto la pena que pueden contarse hasta en un periódico. Esto, lector, es un cuento de Navidad, con todos nuestros respetos para Dickens. Tiene protagonistas, claro. Al principal le llamaremos Ismael. Se trata de un recluso del penal de Burgos que tras años al otro lado del muro, en ese mundo que no es redondo sino cuadrado como el patio en el que giran los hombres sin descanso, goza ahora de la posibilidad de trabajar en el exterior. De sentir, después de tanto tiempo, el aire de un sueño que quizás un día se llame libertad.
Ismael tiene familia. Lejos. Demasiado. Ayer, además de ser Navidad, celebraba su cumpleaños. EsIsmael uno de los veteranos integrantes de La Voz del Patio, periódico pionero de las cárceles españolas que se inventaron un día cuatro personajes que nadie se podría inventar: Vicky Romero, Roberto Peral, Rodrigo Pascual, Alberto Labarga. Pegando la hebra hace unos días con quienes le han tutelado en su devenir periodístico (en el que aprendió mucho salvo a titular, al decir del citado Sanedrín), manifestó nuestro protagonista, celebrándolo como un niño chico, que iba a poder disfrutar de tan señalado día extramuros. Eso sí, en la más estricta soledad.
Lejos de nuestros protagonistas secundarios (es un decir, porque son profundamente protagónicos) la funesta manía de dejar a alguien a la intemperie, tomó la palabra Vicky, que es volcánica y buena y tan del aire y tan de todos y de nadie que sin dudar un instante dijo: «¿Solo? ¿En Navidad? ¿Y en tu cumpleaños? De eso nada: te vienes a comer a mi casa». No consultó ni a Dios ni al Diablo, consciente de que tiene un marido espléndido -se llama Carmelo Palacios, es alto, inteligente, hace unos vinagrillos de rechupete, enseña Literatura y es uno de estos tipos con los que cualquiera se iría al fin del mundo- y una familia de campanillas. Todos, cuando supieron del inesperado invitado, se mostraron complacidos, aceptando como si fuera suya la ventolera de tan impulsiva criatura. Íntimamente orgullosos.
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