«Pasamos momentos de riesgo; el fuego nos comía, nos comía»

R.P.B.
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Pedro y Edgar Galán, padre e hijo, son bomberos voluntarios de Huerta de Rey que el pasado domingo lucharon durante más de doce horas contra el fuego que casi devora Quintanilla del Coco ySantibáñez del Val.

Edgar y Pedro, en una casa cuyo fuego apagaron, impidiendo que éste se propagara por el caserío de Santibáñez. - Foto: Valdivielso

Fueron más de doce horas seguidas de lucha contra el fuego. Cuerpo a cuerpo, en un infierno que nunca antes había habitado, y eso que es bombero voluntario desde hace un cuarto de siglo. «Nunca había vivido un incendio así», zanja aún con cansancio en la voz y pesar en la mirada Pedro Galán, vecino de Huerta de Rey que junto a sus compañeros, entre los que se encuentra su hijoEdgar, debutante este año en las lides contra el fuego, se enfrentó el pasado domingo a las horas más complicadas de su vida. Pedro yEdgar recorren las calles de Santibáñez del Val evocando con precisión los intensos y peligrosos momentos padecidos en este pueblo, el más azotado por el voraz incendio que a punto estuvo de reducirlo todo a cenizas. Si no sucedió, fue en buena parte por el concurso de estos voluntarios de Huerta y de los de Santa María del Campo, que consiguieron mermar las llamas en varios flancos cuando más arreciaba el viento y más temperatura reinaba.

La labor de gente como Pedro y Edgar no sólo es ingente cuando se desata un incendio: resulta fundamental, porque toda ayuda es poca para combatir el infierno. Pedro dice que se hizo voluntario hace 25 años porque le gusta ayudar y por compromiso con su entorno: «Me sale del corazón ayudar a la gente». Se conoce que Edgar lleva ese espíritu en los genes, porque lo hace por idénticos motivos. «El mundo rural se está echando a perder y pienso que esta es una forma de ayudar a que eso no pase», dice. Se ha formado en los cursos de la Diputación y se considera preparado. Lo demostró la semana pasada, dando lo mejor de sí contra un enemigo tan imprevisible como letal.

Les llamó el 112 con un ruego: que fueran a Quintanilla delCoco porque el fuego se estaba saliendo de madre. Los bomberos voluntarios están operativos las 24 horas. Si suena el teléfono, al camión.En Huerta de Rey hay doce bomberos voluntarios.El pasado domingo, fueron cinco los que combatieron el incendio. «Cuando llegamos, no sabíamos ni por dónde atacar», insiste Pedro, tal era la amenaza de las llamas, que se multiplicaban; había focos por todos los lados. «Pasamos momentos de mucho riesgo, de riesgo nuestro. En un momento tuvimos que echar marcha atrás con el camión porque nos comía el fuego, nos comía. Podíamos habernos abrasado».

Edgar Galán ya había estado en algún fuego, pero nada que ver con éste. «Lo viví de una forma... No sé, especial.Ves que se quema tu zona y te duele. Aquí nos conocemos todos, y ver que se puede quemar su pueblo es duro. Hay que poner en valor que hubo gente de toda la comarca que echó una mano. Fue difícil, porque era un fuego que corría.Apagábamos por un lado, y aparecía en otro, y te rodeaba en cualquier momento. Había que andar con mil ojos. Para nosotros era fundamental proteger el camión. Fue muy complicado atajar el fuego. Volver ahora y ver cómo está todo... Es duro, antes era todo verde y ahora... Está todo negro.Esto no se me va a olvidar nunca.Esto marca, pero marca...».

Paisaje tras la batalla. Visitan padre e hijo una de las construcciones del pueblo en la que se centraron durante un buen rato. En ese punto, consiguieron evitar que el fuego se propagara hacia el interior del caserío. Aún humean algunas vigas calcinadas; se ven los esqueletos de bicicletas y una moto. «Menos mal que lo paramos aquí, porque un poco más allá hay un depósito con mil litros de gasoil. «Lo atajamos nosotros con la dotación de Santa María delCampo. Creo que si no paramos el fuego aquí se quema el pueblo entero», confiesa. Asomados al desastre, se acercan los propietarios del edificio, recién llegados. Ignacio y Esperanza vieron el pavoroso incendio por la televisión. Lo hicieron encogidos, creyendo que no sólo ese inmueble, que les hacía las veces de leñera y almacén, sería pasto de las llamas, sino también su casa, ubicada a escasos metros. Por fortuna, ésta quedó intacta. «Esto es desolador, terrible. Menudo panorama.Si antes había poca gente en el pueblo, a ver ahora.Lo único bueno, por decir algo, es que no ha habibo ninguna desgracia personal.Eso es lo más importante. Hay que quedarse con eso».

A la salida de Santibáñez del Val, de camino a Santo Domingo de Silos, adonde les avisaron para que se acercaran porque se estaba poniendo la cosa fea «en media hora llegó el fuego a Silos», vieron que ardía un cobertizo anejo a un chalet. No lo dudaron, sabedores de que, si no frenaban las llamas. éstas se comerían la casa.Lo sofocaron, dejándolo sólo encandecido, y siguieron su camino para encontrarse de nuevo con otro infierno.  Hoy regresan a ese chalet, donde su dueño, Luis, les agradece el esfuerzo y que salvaran su casa, a la que pudo regresar con su mujer y en la que hoy disfruta del verano con sus nietos. Y eso que, admite, llegó a pensar, tras ser evacuados, que perdería todo. Recuerda la incertidumbre de esas horas, el miedo, el tener que salir corriendo. 

«Nos dijeron que fuéramos a Silos, y cuando llegamos, aquello estaba casi peor que en nuestro pueblo. Fueron unos momentos terribles». Pedro no puedo evitar emocionarse cuando recorre el dantesco escenario en el que se jugó con los suyos medio pellejo para evitar males mayores. Para él fue especialmente complicado porque el combate de un fuego tan violento lo hizo en compañía de su hijo. «Se portó muy bien. No me separé de él en los momentos de más peligro. Con mi hijo siempre», concluye con orgullo.