«Se veía venir. ¿Quiénes han sido? ¿Los de siempre?». El periódico del día siguiente recoge las palabras textuales que pronunció Jaime Mateu Istúriz frente al portal de su casa en la calle Claudio Coello de Madrid tras enterarse de que su padre, el magistrado José Francisco Mateu Cánoves, había sido tiroteado y asesinado por dos etarras cuando salía de su domicilio para acudir al trabajo. Los asesinos le dispararon varias veces en la cabeza antes de soltar una granada que les permitió huir en dos motocicletas sin que nadie osara interponerse en su camino.
De ese crimen se van a cumplir ahora 45 años. Ese día, que el político burgalés recuerda nítidamente, marcó la existencia de su familia -una madre y siete hijos-; lo que jamás imaginó Jaime Mateu en esa infausta jornada es que ETA volvería a destrozarlos una vez más, ocho años después, cuando una bomba trampa segó la vida de su hermano Ignacio, integrante del Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil, en la localidad guipuzcoana de Arechavaleta.
Observa Mateu las fotos de su padre y de su hermano sin atisbo de tristeza, aunque ésta no haya dejado de traspasar su alma y su memoria; más al contrario, en su mirada hay un destello de orgullo. Dice que a su padre le mataron por el simple hecho de haber sido presidente del Tribunal de Orden Público durante el franquismo, aunque en el momento de su asesinato éste ya no existiera y se hallara integrado en la judicatura de la Transición, siendo magistrado suplente de la Sala Sexta del Tribunal Supremo. «Ser juez es ser juez. Es una manera de vivir. Da igual si lo eres en un sistema o en otro. Mi padre fue un juez vocacional y dictó sentencias en el franquismo bajo el amparo del Código Penal de la época y, después siguió haciéndolo porque la actividad judicial nunca se paró. Mi padre era un buen juez. No tuvo que adaptarse aunque no le fue fácil incorporarse a la nueva estructura jurisdiccional, 'recolocarse'. El gobierno de la UCD no se lo puso fácil.No se portó bien con él, esa es la verdad. Hubo un desprecio absoluto hacia la figura de un buen juez», apostilla.
Aunque no solía compartirlo con su numerosa prole, en el hogar de los Mateu era sabido que se recibían amenazas. «Llamadas de teléfono, telegramas, cartas... Llegaban amenazas por todas las vías.Y no solamente de ETA». Recuerda Mateu, en este sentido, que su padre había dirigido el conocido como 'Proceso 1.001' en el que en 1972 se juzgó y condenó a toda la cúpula de la aún ilegalizada Comisiones Obreras, coincidiendo con atentado de Carrero Blanco. Afirma, así, que las amenazas que recibía Mateu Cánoves también procedían de la izquierda que estaba entonces en la clandestinidad.Cuando aquel 16 de noviembre de 1978 Jaime Mateu llegó a su casa procedente de la universidad, donde cursaba Derecho, el revuelo que había en torno al portal fue como un negro presagio. Lo intuyó. Lo supo. «Lo intuí rápidamente. Recuerdo haber rezado siempre de pequeño por que a mi padre no le pasara nada.Precisamente porque sabíamos que un día le iba a pasar algo. Él mismo lo sabía, pero siempre se mostró sereno y sosegado.Solía decir que lo más importante, si llegaba el caso, era tener las manos llenas para presentarse ante elSeñor...Era un ferviente católico».
Revela Mateu que la UCD le había quitado la escolta sin aviso oficial, que fueron los propios policías armados que siempre le habían acompañado y con quienes había convivido los que le dieron la noticia de que ya no iba a protegerle más. «Y mi padre siempre dijo que era mejor así, porque si alguien decidía ir a por él, nadie más moriría.Siempre lo decía. Y aunque tenía licencia de armas nunca quiso llevar una. Menos mal que ese día no acercó al colegio, como solía hacer porque le pillaba de paso, a la hija del portero, que se encontraba pachucha aquella mañana... Mi madre oyó los disparos y se echó a la calle...». Sintieron olvido y falta de cariño. Apenas cuatro leales amigos siguieron frecuentando a la familia cuando antes habían sido una legión. «Sufrimos un enorme apagón afectuoso».
Asegura el político burgalés que la conmoción fue brutal.Que nunca se recuperaron del golpe ni de la ausencia atroz que se abrió en sus vidas.Evoca a su progenitor como «una persona muy cariñosa, dentro de una austeridad y una seriedad que le habían marcado la vida.Se quedó huérfano a los 16 años, cuando en plena Guerra Civil mataron a mi abuelo en Valencia por ser católico y terrateniendo, y se hizo cargo de una madre y de tres hermanas.Aquello le marcó. Igual que la experiencia de tres años en Rusia, porque fue voluntario de la DivisiónAzul. Era un hombre cariñoso, trabajador e inteligente. Y un firme defensor de los valores y principios morales y éticos. Lo que más valoraba era lo que él llamaba 'la piña': la familia. Los escasos ratos libres de que disponía los pasaba con nosotros, haciendo piña, familia; lo mismo se tiraba al suelo a jugar con nosotros a los soldaditos que a jugar al tenis, que le apasionaba. Era un consumado tenista. Y le encantaba dar largos paseos por la playa, a los que solíamos acompañarle. Era un hombre de cuerpo, alma y mente muy sanas».
De nuevo el horror. Cuando se cometió el crimen, Ignacio Mateu estaba formándose en la Academia General Militar, en Zaragoza. «Iba para el Ejército de Tierra, pero tras el asesinato de mi padre pensó que la mejor manera de combatir el terrorismo era con la Guardia Civil. Y se integró en la Benemérita, de donde salió como teniente para pasar a formar parte del GAR (Grupo Antiterrorista Rural) en el País Vasco, con base en Intxaurrondo. «Él sabía dónde se metía. Y siempre nos sentimos muy orgullosos. Era un tipo brillante, fuerte, valiente. Pero también lo vivimos con mucha preocupación, porque en aquellos años ETA mataba guardias civiles continuamente. La preocupación la vivimos todos, pero especialmente mi madre, claro. Pero él siempre respondía que eso era lo único que podía hacer por la memoria de nuestro padre. Y lo hizo durante tres años, lo que le dejaron los asesinos».
Ignacio compartía poco de su labor con su familia, pero lo justo para que sus hermanos supieran que la vida allí no era nada fácil. Siempre alerta, siempre mirando a su espalda. «Tenía una enorme vocación. Pero estaba dispuesto y preparado para todo. Creía en lo que hacía. Con conocimiento de causa». Recuerda Jaime que cuando iba de visita a Madrid, por las noches, su hermano hablaba dormido, y siempre las palabras eran de angustia y tensión: '¡Cuidado!', '¡Cúbrete'!, '¡Nos disparan!'.Una pesadilla permanente. «No nos habíamos recuperado de lo de mi padre cuando sucedió lo de Nacho. Fue terrible, muy duro». Ignacio Mateu Istúriz tenía 27 cuando una bomba trampa arrebató su vida y la de su compañero Adrián González Revilla el 26 de julio de 1986 en Aretxabaleta. Jaime estaba en Santander junto a su mujer.Estaban a punto de ser padres por primera vez. Nunca olvidará ese angustioso viaje hasta el hospital de Vitoria, donde habían ingresado muy malherido a Ignacio. Cuando llegó, ya había fallecido.
Los filoetarras que se
sientan en el Congreso siempre tendrán mi desprecio
y mi rechazo»
Habla Jaime de tristeza, por supuesto; de desgarro. Pero sobre todo «de cabreo y desesperación». Y se conjuró para seguir la estela de su hermano «en la vida civil». Años más tarde, fue Juan Vicente Herrera -«referente político y moral»- quien le convenció para dar el paso a la política por el PP. Han pasado veinte años.Desde entonces, ha ocupado cargos diversos: delegado de la Junta en Burgos, senadro y diputado. Aunque cuando se convirtió en un cargo público aún existía ETA, «nunca tuve miedo, aunque he tenido que mirar bien a ambos lados antes de la calle antes de salir de casa y debajo del coche durante muchos años de mi vida».
Le ha reconfortado formar parte de la Comisiónde Interior como víctima -doble víctima- del terrorismo. «Ha sido una gran experiencia.Abandoné la hacienda pública completamente para dedicarme a temas de defensa nacional, de seguridad e infraestructuras. La Comisión de Interior me ha permitido, al margen de ayudar, por ejemplo, a la que considero mi segunda familia, que es la Guardia Civil (velando por sus intereses -equipamientos, condiciones salariales, etc., y lo mismo con la Policía Nacional y elEjército, fui la voz de las víctimas del terrorismo en elseno del Senado. Dándolo todo». Lamenta Mateu que los últimos años hayan sido «duros» en este sentido por, afirma, la acción del ministro Grande Marlaska. «Fue un magnífico juez y se lo he dicho en la cara, pero me ha decepcionado.Creo que se ha entregado a un 'sanchismo' voraz, absolutista y despectivo para con las víctimas del terrorismo.Sin paliativos. Ahora hace todo lo que antes perseguía. Ha maltratado continuamente a las víctimas del terrorismo».
Aunque no cree Jaime Mateu que fuera el Gobierno de Zapatero el que terminara con ETA sino la acción de las Fuerzas yCuerpos de Seguridad del Estado, el fin de la banda fue «un alivio. Saber que no volvería a matar fue importante. ETA acabó por la presión a la que le sometieron la Policía Nacional, la Guardia Civil y la mayor parte de los jueces.Y la sociedad a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco». Se considera «constitucionalista.Como jurista, como hijo de un buen juez y como español que siente su patria en el corazón, lo que mejor nos ha arropado y nos ha dado una prosperidad económica y social los últimos cuarenta años ha sido la Constitución. Y la figura del rey. Yo no critico la existencia de Bildu, pero moralmente critico, y no aceptaré nunca, es que esta gente esté sentada en las instituciones y nunca haya reprobado los asesinatos de sus amigos. Son filoetarras. Y creo que habría que establecer algún freno legislativo, que espero que se haga pronto, para que no vayan asesinos confesos en las listas representando a ciudadanos. Hay que poner filtros. Lo que tengo claro es que ETA dejó de matar por la acción de las fuerzas policiales y porque le convino. Y yo, personalmente, cada vez que veo a esos cinco filoetarras sentados en el Congreso ya no es que se me revuelvan las tripas, es que les transparentizo. Y les digo lo que les tengo que decir. Aunque los desfachatados de ellos se cachondean.Siempre van a tener mi desprecio y mi rechazo», concluye Mateu.