Los pacientes de diálisis del HUBU ya no salen de la unidad solo cuando el injerto de un riñón donado les permite volver a depurar su sangre por sí mismos, sino que cada vez hay más que se marchan para dializarse en casa. Solos y a su ritmo. «Les da una libertad tremenda. Y lo bonito es que quienes siguen en la unidad ahora te preguntan por esta posibilidad, incluso personas mayores. Es decir, ven que se puede salir de la unidad de diálisis y que la idea de que o te trasplantan o tienes que venir toda tu vida al hospital tres días a la semana ya no es así», explica la jefa de servicio, María Jesús Izquierdo, especificando que para que esta 'revolución' sea posible ha habido una reestructuración completa: de espacios y de personal. «Todas las prestaciones se daban ya, pero ahora lo hacemos de otra manera», afirma.
El HUBU, de hecho, fue pionero en Castilla y León en la implantación de la hemodiálisis domiciliaria, en 2014. Pero empezó como algo muy minoritario y cinco años después solo había cuatro pacientes en toda la provincia que la emplearan. Ahora hay 20 personas depurando su sangre de esta manera o aprendiendo para ello. «Estos dos meses han sido increíbles, porque llegamos a tener cola de gente que quería aprender. El problema era que no había hueco para enseñarles y ahora, con la nueva estructura, sí: hemos montado una unidad entera solo para ellos. Y es la más grande de la Comunidad», indica Izquierdo, destacando que en la transformación de Nefrología ha tenido un papel clave la enfermería, con su supervisora, Cristina Barrios, a la cabeza.
Todo empezó con la pandemia. «Nos dimos cuenta de lo importante que es estar en familia y no perder los hábitos sociales, con la familia y por el trabajo», cuenta la nefróloga, aclarando que «entonces, nos juntamos todos y pensamos en cómo podíamos dar más calidad de vida y humanizar la asistencia, que es nuestro objetivo: humanización». Y concluyeron que lo mejor era dar una vuelta a la forma en la que hacían las cosas. Máxime si se tiene en cuenta que la mayor esperanza de vida conlleva más enfermedad renal, por puro agotamiento de los riñones.
Así, el servicio mantiene la sección conocida como ERCA (acrónimo de enfermedad renal crónica avanzada) en la que, antes de que el paciente con disfunción de los riñones tenga que entrar en diálisis se le va preparando «física y, sobre todo, mentalmente» para ese cambio. La diferencia ahora es que hay un nefrólogo y un enfermero dedicados en exclusiva a este cometido. «Al dar tanta información, el pacientes es capaz de elegir lo que quiere. Ya no es una medicina paternalista», apunta.
Así, puede decidir si se dializa en el HUBU, lo cual hacen 135 personas (más 73 en Aranda y en Miranda) y conlleva ir tres días a la semana durante cuatro horas -y eso si no vive en un pueblo y añade el viaje-, o hacerlo en casa. En este caso, hay otras dos alternativas.
La primera es la diálisis peritoneal, en la que no se maneja sangre y que se ha potenciado con una unidad concreta, así como con un médico y dos enfermeras en exclusiva. «Empezamos con dos pacientes y en menos de dos meses hemos pasado a 11», apuntan en el servicio. La segunda es la hemodiálisis domiciliaria; una técnica en la que se intercambia el flujo sanguíneo, igual que en el hospital, y para la que también hay médica y enfermeras con dedicación plena: tratando, supervisando y enseñando. Pero como los pacientes se ven allí, también se enseñan entre ellos, en lo que se ha llamado «aprendizaje en escalera; somos los únicos de España que lo hemos hecho». El resultado es que, desde noviembre, se ha pasado de tres a veinte pacientes, que no solo ganan comodidad, sino también salud.
«Mejoran una barbaridad porque, en casa, se depuran más. Y permite hacer conciliación familiar y laboral», afirma la especialista, aludiendo a que esto repercute también en el ánimo. «Vienen con otro espíritu», concluye Izquierdo, sin obviar que esta revolución es posible por el apoyo de la dirección, que ha reforzado el personal.