En el entorno de los toboganes de Fuentes Blancas hay un punto que se antoja fundamental para la supervivencia de la alegría en verano. Tiene color azul, está ambientado con una música de volumen moderado y se mimetiza con la tranquilidad del entorno. Ana Mari Leturia lleva desde 2012 repartiendo helados a todos los públicos y ocupando uno de los oficios más característicos de la época estival. Confiesa que los resultados de ventas dependen del día y muchas veces no es el más caluroso el mejor para atraer clientes puesto que «la gente es más reacia a salir de casa cuando pega fuerte el sol».
Tampoco es fácil enganchar al público cuando sale el norte en esta ciudad imprevisible, por eso cada jornada es un mundo en el que no sabes lo que puede pasar. «El día que más se vende en esta ubicación es el del Burgalés Ausente, aunque este año ha sido la vez que menos personas han venido». Su negocio se nutre principalmente de familias que van a pasar el día entre árboles o a comer en alguna de las casetas de madera que se distribuyen en el parque. «Los sábados y los domingos es cuando más gente viene, pero que compren o no depende de las circunstancias».
Tanto los mayores como los más pequeños acuden a su jurisdicción con esa ambición de poder llevarse algo fresco a la boca. Los niños van con la ilusión de quien está descubriendo los placeres del verano; los más mayores aprovechan a retroceder en el tiempo con ejemplares que no cambian. Porque hay helados que llevan muchos años acompañándonos. «Los jóvenes son más de fantasmicos o algo de hielo, el resto suele optar por almendrados o modelos más nuevos». También admite que en las temporadas que lleva trabajando se ha reducido la venta. «Cuando yo empecé la situación económica era diferente y eso ayudaba».
Durante el invierno Leturia se ocupa de cuidar a sus nietos y en este trabajo ve las ventajas de la tranquilidad. «No se hace pesado ni agobia, además no hay que cargar pesos tampoco», apunta. También en el entorno que tiene aprovecha para, cuando no tiene afluencia de clientes, poder hacer otras actividades como leer.
Pero ese no ha sido siempre su espacio. Empezó en la plaza del Cid, más tarde pasó por la plaza de España y finalmente acabó recalando en Fuentes Blancas. De cada emplazamiento ha sacado un aprendizaje y sobre todo ha deducido los comportamientos de los clientes. Recuerda que el año que más la sorprendió fue el de la pandemia, puesto que de no saber siquiera si iba a poder abrir su negocio, se vio con mucho público pidiendo un helado. Sus puertas abren de junio a septiembre aunque algunas campañas su temporada arranca en mayo. Todo para poder refrescar a los burgaleses y seguir siendo parte fundamental del verano.