«Hay que valorar el poder científico del Burgos renacentista»

ALMUDENA SANZ
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José Manuel López Gómez centrará su aportación como cronista de la ciudad en el estudio histórico de temas sanitarios y su repercusión en la sociedad, más lo urgido por los munícipes

El historiador y médico José Manuel López Gómez se ‘está estudiando’ los deberes de su nuevo cargo. - Foto: Luis Román

José Manuel López Gómez ya sabía de las mieles de ser cronista, desde 2008 lo es «a mucha honra» de su pueblo, Fuentecén, en la Ribera del Duero, pero se muestra entusiasmado con sumar a estas obligaciones las de la asunción de este cargo en la capital. Al historiador y médico burgalés, en palabras suyas, le ha agradado mucho que el Ayuntamiento le nombrara cronista oficial de la ciudad de Burgos, que comparte con Vicente Ruiz de Mencía. Un título honorífico y vitalicio, como recoge el Reglamento de honores y distinciones, aprobado en 1989. 

«Este nombramiento es un reconocimiento a una trayectoria de investigación histórica y cultural en el ámbito de la localidad en la que se es elegido», resume antes de matizar que, aunque la palabra cronista remite a una persona «que redacta los hechos que van transcurriendo en un determinado momento en un determinado lugar», en el siglo XXI se entiende con otros adornos y atributos, a mucha distancia de este personaje en el pasado. Los medios de comunicación le han usurpado en la actualidad ese papel. Pero interpreta otros. 

«La función fundamental hoy de un cronista es la de ser un consultor, al que el Ayuntamiento pueda pedirle asesoramiento e informes sobre la historia, la cultura y el patrimonio de la ciudad en aspectos concretos para adoptar una decisión independiente», agrega quien aún debe tomar posesión de este sillón, uno más en su trayectoria. 

¿A qué se dedica mientras los munícipes no llaman a su puerta? «Sigue trabajando. Otra de las funciones es estudiar aspectos de la vida de la ciudad y esta es una labor permanente y perpetua», responde abrazado a Régimen jurídico del cronista oficial de municipios, provincias y comunidades autónomas, de Manuel Peláez del Rosal, que se ha convertido en su libro de cabecera desde la aprobación por unanimidad de este cargo en el Pleno del 15 de julio. 

Y de él ha extraído un párrafo que sintetiza qué es ser cronista en la actualidad. «El cronista, partiendo de su independencia, que es consustancial a su actividad, deberá ser un colaborador del Ayuntamiento en cuantas tareas de su esfera cultural le sean solicitadas y en aquellas otras que entienda que son necesarias en beneficio de la comunidad de la que parte y a la que debe servir siempre», lee el que fuera director de la Institución Fernán González durante trece años, actualmente su director honorario, convencido de que su condición de experto en Historia de la Medicina, un campo poco pródigo en la provincia, le hace valioso para este cometido. 

«Los temas de sanidad e higiene públicas tienen muchísima enjundia por sus repercusiones sociales, económicas, políticas... La sanidad es clave en la vida de cualquier población», defiende y observa que cualquier trabajo en este ámbito obliga a abordar el contexto histórico general de la ciudad. 

Sin dilación. Y, aunque López Gómez ya tiene echado el ojo, y empezadas las respectivas investigaciones, a varios temas, hace hincapié en la necesidad de poner en valor a Burgos como centro científico en el siglo XVI. 

«Además del ya reconocido potencial comercial, mercantil, social o artístico, Burgos también tuvo un poder significativo a nivel científico. Esta faceta no ha sido abordada de una manera general y realmente posee una relevancia nacional e internacional. Hay que poner en valor este ámbito del Burgos renacentista», subraya como una de las vías de acción en su condición de cronista de la ciudad. 

Un camino en el que ya tiene mucho recorrido. Acaba de salir de la imprenta un libro sobre Francisco Díaz, médico titular en la ciudad en el siglo XVI y posteriormente de cámara de Felipe II, autor de un tratado sobre las enfermedades de la orina, considerado el origen de la especialidad urológica. «Este señor estuvo en Burgos, hizo autopsias aquí, describe trabajos de enfermedades urológicas que él investigó y analizó en Burgos. Su repercusión fue internacional», enfatiza antes de hablar de Cristóbal Acosta, médico titular de Burgos entre 1576 y 1587, de origen portugués y, anota, con una vida novelesca, apasionante. 

Aunque se desconoce como recaló a orillas del Arlanzón, sí está certificado que publicó, y dedicó a la ciudad, el Tratado de las drogas de las indias orientales, que introdujo esta farmacopea en Europa, donde era totalmente desconocida. «Su transcendencia fue grandísima y esa publicación se hizo y se imprimió en Burgos», desvela como una de las aventuras en las que anda embarcado. 

En ese brujuleo por los asuntos significativos en la salud pública burgalesa, sus inquietudes también le llevan a abordar la figura del albéitar, denominación de los veterinarios antes del siglo XIX, con un nombre propio destacado: Cayetano López y López. 

De esta crónica pasada se considera valedor López Gómez, quien aventura su aportación como un complemento perfecto a la del presente, en manos de Ruiz de Mencía.