El año en el que vinieron al mundo los escritores Robert Louis Stevenson y Guy de Maupassant, que habrían de escribir inolvidables obras literarias, un inquieto muchacho de tan sólo 21 años invertía los 6.500 reales de la herencia de sus padres en abrir en Burgos una librería. Toda una osadía: el 75 por ciento de la población era analfabeta en aquella España de 1850. Él mismo apenas tenía formación intelectual, pero le sobraban arrestos y espíritu emprendedor. Y olfato de sabueso para los negocios. Aunque modesto, el local se ubicaba en los bajos del pasaje de la Flora, muy cerca de la mayor parte de las escuelas de la ciudad. Trabajó sin descanso como librero y encuadernador, haciéndose un hueco humilde en aquel exiguo mercado, casi copado por casas de más rancio abolengo. Pero, además, supo ser ambicioso, y en 1874 dio un paso más -otra ingeniosa pirueta- adquiriendo una máquina tipográfica para ingresar de lleno en el siempre selecto club de los impresores, de especial tradición y arraigo en la ciudad.
Santiago Rodríguez se llamaba aquel audaz burgalés, quien seguro que tembló más de una vez por el futuro de su empresa. No debió hacerlo nunca: la quinta y la sexta generación de aquel hombre resuelto y valiente llevan hoy, 165 años después, las riendas del negocio. Hijos de Santiago Rodríguez lleva a gala ser la librería más antigua de España y una de las diez más veteranas de Europa. Esto, en una época en la que se cierran dos librerías cada día, constituye una proeza. ¿Cuál es el secreto de esta maravillosa longevidad? «El saber hacer y el intentar superar lo realizado por las generaciones precedentes es la clave del éxito», asegura Sol Alonso Rodríguez, que junto a su hermana Lucía es la última generación de esta estirpe de libreros burgaleses.
Linaje al que dio aún más lustre, a la muerte del fundador, su hijo Mariano; no en vano, fue la persona que catapultó la empresa y la llevó a lo más alto. En los primeros años, la edición de Santiago Rodríguez estuvo vinculada a la educación, siguiendo aquella máxima de instruir y deleitar a través de dos líneas fundamentales de publicación: libros de lectura y libros escolares. Aunque vivió una historia paralela a la de la editorial Calleja, a la sazón burgalesa aunque radicada en Madrid, la editorial Santiago Rodríguez contó con una peculiaridad añadida: la especial atención a la edición de bibliografía burgalesa, motivo por el que consiguió un notable fondo de obras relacionadas con la historia y el arte de la ciudad.
Con aquel identificativo sello del busto de Minerva, diosa romana de la sabiduría, a aquellas primeras obras -tratados de agricultura, silabarios para aprender a leer, catecismos- le siguieron otras de más fuste, especialmente a partir de los albores del siglo XX y bajo la regencia de Mariano Rodríguez, que tuvo la visión de incorporarse a la nueva corriente de propuestas educativas influidas por el Regeneracionismo. Fue en aquellas primeras décadas del siglo pasado cuando la editorial se expandió por toda España e Hispanoamérica.
El investigador Juan Carlos Estébanez, quien fuera un profundo estudioso del legado de Santiago Rodríguez, afirmaba que estos editores fueron tan avezados como «vanguardistas a la hora de poner toda la carne en el asador para fomentar la educación y la ilustración de los ciudadanos». Fue en las décadas segunda y tercera cuando se registró la gran proyección nacional e internacional del sello burgalés.Sus obras facilitaron más que nunca la tarea a los destinatarios con la inclusión de las ilustraciones, un elemento tan novedoso como extraordinariamente eficaz, y para el que contaron con algunos de los mejores artistas del momento, como Isidro Gil, Evaristo Barrio, Rosario de Velasco o Fortunato Julián.
Un hallazgo pedagógico. Así, las obras se adaptaron a los niños de una manera inteligente y sencilla. Su producción, ingente, permitió la educación de varias generaciones españolas y de allende los mares con unos ejemplares maravillosamente ilustrados, bellísimos, casi de lujo. Santiago Rodríguez ofreció durante años un amplísimo catálogo de libros, de enorme calidad técnica y pedagógica, reconocido y hasta premiado. «Este verano vino un argentino con varios de aquellos libros, con los que dijo haberse educado, y nos los entregó porque quería que volvieran a manos de la familia que los creó. Fue una sorpresa y algo muy emocionante», explica Sol Alonso.
Pero no se sobrevive de la fama.«Aunque seamos la librería más antigua de España, si no trabajas no pervives». Y en estos años no ha sido fácil capear la crisis con el añadido de trabajar cada vez menos el libro de texto por la irrupción en la gestión de este material escolar de las Asociaciones de Madres y Padres y de los propios centros educativos. «Quizás creímos o dimos por hecho que esa parte del negocio no se acabaría nunca. Y por desgracia no ha sido así. Y era una parte muy importante de los ingresos.Tal vez, como librería y como Asociación de Libreros no supimos defenderlo», admite Sol Alonso con honestidad.
¿Resucitar la editorial? El sello editorial que tanta fama dio al nombre Santiago Rodríguez se clausuró en el año 1989. Sol Alonso Rodríguez admite que valoraron resucitarlo, volver a convertirse en editorial además de librería. Pero la crisis se cruzó en aquellas intenciones. Con todo, no descarta en absoluto retomar tan romántica idea aunque reconoce que es un mundo complicado, con mucha competencia. «Sabemos que entrañaría mucho trabajo diversificar de esa manera el negocio».
Para esta librera de larga estirpe de libreros, la cultura en general siempre está desprotegida, por lo que haber cumplido 165 años y seguir subsistiendo resulta, en ocasiones, un milagro.Así, cree que en este país «tenemos la desgracia de contar con un gobierno que no cuida ni protege ni el libro ni la cultura en general. Y así es todo mucho más complicado». Pero ni siquiera la nula política cultural arredra a esta generación, la depositaria del legado de aquel Santiago Rodríguez que invirtió su herencia en fundar una librería que lleva tres siglos ya con las puertas abiertas.