Hasta hace no muchos años la principal preocupación de la Diócesis en materia de seguridad de sus iglesias era el expolio de obras de arte sacro, muchas de ellas de gran valor. Erik el Belga, en los años 80, saqueó numerosos templos de España y de Burgos. Y muchas de las piezas que se llevó acabaron en manos de grandes coleccionistas, repartidos por todo el mundo. No hace falta irse tan lejos en el tiempo para tener noticia de asaltos a templos por encargo. En el año 2016, la Guardia Civil encontró en la urbanización de Los Tomillares, en Ibeas, un chalé cuyo dueño había convertido en un santuario, repleto de obras que dos ladrones sustrajeron para él de distintas iglesias de Burgos, entre ellas las de Caborredondo, Revillagodos y Villamorico.
En la actualidad los robos son más modestos. La mayoría de los templos «disponen de sistemas de seguridad y alarmas» que ponen las cosas más difíciles a los delincuentes. Además, los vecinos de los municipios «son cada día más conscientes» de que «en un medio rural tan despoblado» deben asumir «una responsabilidad en la protección y defensa del patrimonio», también en el de la Iglesia. Estas reflexiones las hace Juan Álvarez Quevedo, delegado de Patrimonio de la Iglesia, quien reconoce que ni la Diócesis ni los habitantes de los núcleos rurales de la provincia «llegan a todos los rincones». Y alerta de un fenómeno que va en aumento, el robo en ermitas, en pequeños templos alejados de los núcleos de población, que no están tan protegidos y que son un blanco fácil.
Es verdad que su interior no cobija grandes retablos, ni grandes tallas del románico ni sagrarios o vinajeras de gran valor. Pero este año, desde agosto a esta parte, las ermitas se han convertido en el gran objeto de deseo de los cacos. Hasta 12 asaltos o intentos de asalto tiene contabilizada la Iglesia burgalesa, en templos «sin protección ni alarmas». De todos ellos consta denuncia ante la Guardia Civil, que no ha podido dar aún con el paradero de estos cacos.
Los robos se produjeron entre finales de agosto, septiembre y principios de octubre. En la ermita de Nuestra Señora del Arroyal, en Palacios de la Sierra, forzaron la puerta para llevarse 70 euros. «Está en mitad del monte, no es de fácil acceso», comenta Álvarez Quevedo. En Castrovido los delincuentes visitaron la ermita de la Virgen del Carmen. Entraron por el mismo procedimiento y sustrajeron un jarrón «de poco valor». En la misma comarca hicieron acto de presencia en la ermita de la Virgen de las Naves, en Quintanilla del Coco. De aquí sí que obtuvieron un botín jugoso, no tanto por el valor de lo robado como por la cantidad. El delegado diocesano de Patrimonio enumera «un bastón de cofradía, un pendón de la Virgen de las Naves, una vitrina en la que había vinajeras, un crucifijo, bandejas, una jarra de plata y un misal antiguo».
De una misma banda. En Covarrubias los amigos de lo ajeno accedieron a la ermita de Mamblas, en la que arramplaron con una corona y una cruz y una talla de poco valor. También rompieron un cristal. En esa ocasión fue un visitante ocasional el que avisó al párroco de que la puerta se hallaba abierta, con signos de haber sido forzada. La Diócesis considera que los autores de todos estos hechos tienen que pertenecer a la misma banda, que también acudió a Iglesiapinta, de donde se llevaron una cruz procesional.
Al margen de todos estos asaltos consumados, los delincuentes también cometieron robos en grado de tentativa en la ermita del Cristo, de Cabezón de la Sierra, cuya puerta apareció dañada; en La Vid y Barrios, en San Millán de Lara, en Espinosa de Cervera, en Vizcaínos y en Monasterio de la Sierra. Además, robaron en una capilla destinada al culto de la iglesia de Salas de los Infantes, donde sustrajeron un sagrario entero, con cálices y sagradas formas, de manera que se «trató de una profanación», según denuncia el propio Álvarez Quevedo.
En todos estos templos, explica el responsable de Patrimonio de la Iglesia burgalesa, «no había obras de arte de gran valor». Todas las piezas de estas ermitas «ya fueron trasladadas en su día a las parroquias de las que dependen, donde están mucho más seguras, o a Burgos capital». «Es imposible dotar de seguridad a todos los edificios religiosos de Burgos», subraya, porque hay más de 1.600. Es más, una alarma en una de estas pequeñas iglesias alejadas de los núcleos urbanos «resultaría ineficaz», pues cuando llegara alguien allí los «ladrones habrían huido hace tiempo con el botín». De manera que «el traslado de las piezas de arte sacro más valiosas» ha sido una de las tácticas de protección del patrimonio eclesial más eficaces.
Álvarez Quevedo reconoce que en la Diócesis «existe inquietud» ante la proliferación de este tipo de hechos delictivos. La Guardia Civil «ha estado trabajando en ello», pero resulta «complicado», pues los robos se han producido en «zonas muy despobladas», donde es muy difícil que algún vecino «haya visto algún coche o movimiento sospechoso».
De hecho, Álvarez Quevedo advierte de que «la comunidad eclesial -vecinos, párrocos, etc- están muy sensibilizados «con la defensa del patrimonio». La mayoría de las denuncias de esta oleada de robos «se han producido después de que los habitantes o visitantes de los pueblos «se han percatado de puertas forzadas y se lo han comunicado a los sacerdotes», quienes lamentablemente ya no solo se ocupan de una sola parroquia, sino de varias.
Los grandes robos de obras de arte sacro «ya no son frecuentes por todas las medidas de seguridad» que ha ido implementando la Diócesis a lo largo de los años. Pero la profanación de los pequeños templos también inquieta a la Iglesia burgalesa.
No hace tanto tiempo que robar en un iglesia, casi en cualquier iglesia de la provincia, era coser y cantar para los amigos de lo ajeno. Ya no hablamos de los tiempos en los que Erik El Belga, el mayor ladrón de arte sacro de la historia, hacía de su capa un sayo sin despeinarse, robando aquí una virgen románica, allá un Cristo gótico o una tabla hispanoflamenca, riéndose para sus adentros de lo sencillo que era desvalijar una ermita incluso a plena luz del día.
El fin de tanto disgusto tiene fácil explicación. La clave principal, señala Álvarez Quevedo, es la instalación paulatina, en buena parte de los templos (especialmente en los más importantes en cuanto al valor de sus bienes muebles), de sistemas de seguridad y alarmas, dispositivos que ahuyentan como pocos a quienes tienen aviesas intenciones; otro factor esencial pasa por el celo que, de un tiempo a esta parte, han demostrado los vecinos de los pueblos en los que se ubican las iglesias, así como los sacerdotes al frente de esas parroquias, involucrados como nunca en la protección de sus bienes, sabedores de que constituyen mucho más que piezas artísticas valiosas: también lo sentimental tiene peso y fuerza.