Argentina está abocada al cambio. Y es que las elecciones que tienen lugar hoy no contarán, por primera vez en dos décadas, con ningún representante del kirchnerismo en las papeletas, un movimiento que ha gobernado el país durante los últimos 16 años -solo hubo un paréntesis entre 2015? y 2019, con el conservador Mauricio Macri como presidente-. Y ese cambio puede ser radical, con el ultraderechista Javier Milei al frente, o más sosegado, con el peronista Sergio Massa. Ambos se preparan para una igualada contienda en la que la tercera en discordia, la conservadora Patricia Bullrich, tratará de buscar la remontada.
La primera tarea de quien gane en las urnas será afrontar la difícil situación económica que atraviesa el país. Con una inflación interanual que ronda el 140 por ciento, el peso devaluado, una deuda externa impagable y sin reservas en el Banco Central, será una labor compleja que Massa, actual ministro de Economía, quiere encabezar, a pesar de estar al frente del Departamento que tendría que haber atajado de alguna manera esta crisis.
Ese es uno de los principales lastres del candidato peronista, al que hay que sumar la popularidad por los suelos con la que acaba el mandato el actual presidente, Alberto Fernández, y, por tanto, el descontento de la población argentina con el actual Gobierno, aunque el giro más liberal que encabeza el ministro podría darle alas, ya que, incluso, ha sido el impulsor de un partido -el Frente Renovador- que aparta de su programa las políticas más progresistas del kirchnerismo y aboga por el centrismo del peronismo.
Antisistema
Sin embargo, quien aparece con más opciones es Milei, líder de la extremista La Libertad Avanza, que ganó sobradamente las primarias (PASO) del pasado agosto. Desde entonces, ha encabezado todos los sondeos de cara a las presidenciales de octubre. Su política antisistema le ha garantizado el voto de los descontentos, aglutinando, no solo a los más radicales, sino también a peronistas o la clase media con propuestas como un recorte significativo del gasto público, la dolarización de la economía y una reforma para reducir impuestos. También liquidar el Banco Central -se pondría él al frente como presidente del país- y cambios sustanciales en Sanidad, Educación y Seguridad, entre los que destaca prohibir de nuevo el aborto y autorizar la libre posesión de armas.
Su populismo le ha llevado a cargar contra la «casta política», a la que tilda de «ladrona, parasitaria e inútil» y, aunque las encuestas fallaron notablemente en las PASO, en esta ocasión todas coinciden en darle el triunfo con hasta un 35,6 por ciento. Insuficiente para evitar que haya una segunda vuelta, puesto que es necesario que el candidato ganador obtenga un 45 por ciento de los votos o un 40 por ciento con una diferencia de 10 puntos sobre su rival. En este caso, Massa apunta a un 32 por ciento.
Es por eso que Bullrich, discípula del expresidente Mauricio Macri, quiere remontar su 28 por ciento para poder llegar a esa ronda definitiva, que se celebraría el 19 de noviembre. Cuenta con el apoyo de los votantes más conservadores y de gran parte del empresariado y se presenta como la representante de un cambio responsable, frente al «salto a lo desconocido» que, a su juicio, encarna Milei. Pero muchos le dan la espalda por ser la sucesora de Macri y, por tanto, impulsora del continuismo de aquel Gobierno con el que comenzó el deterioro económico en el país.
Pese a los datos, no está todo hecho. No en vano, más de un 30 por ciento de los 35,8 millones de votantes llamados a las urnas han asegurado estar indecisos. Y es ahí donde tendrán que rascar apoyos los candidatos si quieren convertirse en presidente el próximo 10 de diciembre, una fecha en rojo que coincide con el 40 aniversario del regreso de la democracia al país.