El pasado 2 de marzo, la comunidad benedictina de Santo Domingo de Silos eligió a Lorenzo Maté (Citores del Páramo 1955) como nuevo abad. Los que le conocen le describen como comprensivo, cercano, muy humano, discreto y eficaz y la conversación apuntala cada uno de esos atributos. Sorprende también el conocimiento que posee de la historia del Monasterio y su capacidad de recordar nombre y fechas y, lo que es más difícil, de relacionarlos. Está al tanto de todos los problemas que aquejan al común de los mortales y sufre por ellos. Abierto en sus planteamientos, no se cierra en banda con nada, ni siquiera con el contenido de algunas de las últimas exposiciones en el Monasterio.
El sábado es la bendición abacial ¿Cuáles son los sentimientos que se asoman a escasos días de esa ceremonia?
El sábado es la bendición, donde se entrega el báculo con el anillo, pero desde que uno es elegido y toma posesión, uno ya es abad de régimen. Esta es una ceremonia litúrgica que tiene el peso de la tradición, pues viene haciéndose desde la Edad Media. En cuanto a los sentimientos, se mezclan una gran alegría, con la responsabilidad que supone y las dificultades que entraña siempre cualquier cargo que conlleve trato con las personas. En cualquier caso es un reconocimiento que ha hecho la comunidad hacia una persona y se acepta precisamente por la confianza mostrada. Pero sí, son sentimientos encontrados, satisfacción con alguna pequeña preocupación porque cuando hay que tomar decisiones es cuando pueden ocurrir los problemas.
¿Tiene previsto dirigirse a la comunidad en ese acto? ¿Cuál es el mensaje que quiere transmitir?
Al final de la ceremonia pronunciaré unas palabras que serán de agradecimiento a los asistentes y otras dirigidas a la comunidad, con las que expresaré qué supone el cargo de abad tal y como aparece ya en la regla de San Benito.
¿Y qué supone?
Pues un abad tiene que ser padre, dirigir la comunidad y tiene que tratar de crear una escuela de servicio al Señor. Lo importante para nosotros no es que seamos una academia de estudios que publique libros ni tampoco un taller, una empresa donde lo que cuente sea el trabajo. Evidentemente tendrá que haber estudio y trabajo, pero todo eso supeditado a nuestra vida religiosa. Estamos aquí para esa finalidad.
Algo de eso ya avanzó durante la inauguración de la última exposición en el Monasterio. Y añadió algo más, que el abad no se entiende sin la comunidad. ¿A qué quería referirse?
Es que a uno lo elige la comunidad y a ella representa siempre. Uno está para el servicio de la comunidad, no para servirse del cargo. Y lo dije porque es importante destacar que Silos no es solo el abad, sino mucho más. Cuando hay una inauguración o cualquier otro acto, no está por ser el abad o por ser una persona muy importante, sino porque representa a la comunidad.
Supongo que salir elegido abad entraría en sus cálculos.
Pues como posibilidad entra, pero hasta que no llega nunca se sabe. Nosotros no hacemos campaña no se puede prometer nada a cambio del voto. Era uno más de los que podían salir elegidos.
Desde fuera, era la persona que tenía más posibilidades.
Bueno, la gente del pueblo hablaba de mi en ese sentido porque me conocían como párroco. Cuando tienes trato con una persona es más fácil que pienses en esa y no en otra.
¿Recuerda el día que entró en el Monasterio siendo un niño?
Tenía 11 años y eso ya está muy alejado, pero recuerdo que me impresionó que era un edificio muy grande. Luego fuimos al claustro románico y también me impresionó ver tantas columnas y tantos capiteles distintos. Hay que tener en cuenta además que yo apenas había salido de mi pueblo y este era quizás el viaje más largo que había hecho. Recuerdo sobre todo que me pareció grandioso el conjunto.
¿Y cuándo noto la grandiosidad, no física sino espiritual?
Eso sucedió mucho más tarde. Al principio uno está aquí en una escuela apostólica. Era un colegio. Es a los 18 años, al entrar en el noviciado, cuando uno se da cuenta de la importancia de ese paso. De hecho, entramos 42 y en este momento quedamos 2. La vocación no se siente desde el principio, sino que se va clarificando con el paso del tiempo. De niño puedes sentirte atraído con esta forma de vida, pero hasta que no convives tampoco sabes si este va a ser tu sitio.
¿Recuerda alguna persona en especial que le marcara en esos primeros momentos?
Sobre todo el abad, el padre Pedro Alonso. Era una persona ya mayor y al verle siempre serio, con el pectoral y su postura hierática me impactó.
¿Cómo le gustaría que fuese el Monasterio de Santo Domingo de Silos dentro de 10 años?
El abad tiene que conseguir que Silos sea una casa de espiritualidad, una escuela del servicio divino y que se recuerde siempre por estos valores. Que nos valoren como seguidores del Señor. Luego también tenemos que ser personas cercanas con aquellos que se acercan hasta nosotros y también asequibles. Sobre todo, que identifiquen al Monasterio por esta faceta espiritual, más que por cualquier otra, por muy importantes que sea también otras facetas como la cultural.
¿Tiene la impresión de que, de cara al exterior, se ha perdido un poco esa faceta espiritual?
No, no creo que se haya perdido. La gente es muy libre de hacer valoraciones, pero yo creo que no se ha perdido. Lo que la gente de fuera interprete merece todo el respeto, aunque a veces estén equivocados. Lo importante para nosotros es el seguimiento al Señor y la fidelidad a ese seguimiento, no lo que sale en los medios de comunicación. Eso es solo un añadido.
¿Le dio algún consejo especial el padre Clemente?
Hemos hablado varias veces y más que consejo me ha transmitido mucho ánimo y mucha confianza. El único consejo que me ha dado es que actúe siempre con rectitud y verdad, pero también con caridad.
¿Qué aporta Silos a la sociedad del siglo XXI, donde prima la inmediatez y donde la crisis parece haberlo arrasado todo?
Con nuestro ejemplo, nosotros queremos transmitir que hay también otra forma de entender la vida. Lo importante no es acaparar más cosas ni viajar más, sino que lo importante es saber vivir con lo necesario y con lo justo y disfrutar de eso. Nosotros lo vemos todos desde un punto de vista espiritual, no material.
Con todos mis respetos, me parece difícil que ese mensaje cale en la sociedad actual.
Pues sí, efectivamente, es difícil que cale, pero no por eso nosotros tenemos que dejar de vivir nuestra vida. A lo largo de la historia ha sido difícil, porque no siempre se ha entendido la vida monástica. Siempre ha habido personas que no entendían lo que se hacía dentro de un monasterio, porque no dan importancia a la oración. Que es una época de crisis es evidente y nosotros lo notamos también.
¿Y en qué lo notan?
Hombre, tenemos el respaldo de la institución y llevamos una vida austera a lo largo de todo el año, pero, por ejemplo, ha bajado el número de personas que nos visitan y han descendido también las ventas en la tienda. También tenemos conocimiento de cómo la gente está sufriendo por la pérdida de trabajo y las dificultades que tienen para pagar la hipoteca. Lo sabemos por nuestro entorno, por nuestras familias.
¿Cómo se informa de lo que pasa fuera de estas cuatro paredes?
Fundamentalmente por medio de los periódicos. Recibimos Diario de Burgos casi desde el primer número y también leemos El Observatore Romano, para seguir la línea de la iglesia en las noticias. Además leemos otras revistas.
Supongo que les impresionará lo que está pasando.
Por supuesto, pero sobre todo el paro que sufre España. El problema no es que la bolsa suba o baje, sino la gente que se queda sin trabajo y las familias que sufren por eso. Nadie puede ser ajeno a eso, a esos casi seis millones de parados. Lo extraño es que no haya algún tipo de revuelta. Por eso pienso que algún medio de vida tienen que tener, no se puede solucionar solo con Cáritas dando miles de comidas a diario.
Y desde el punto de vista espiritual ¿viene ahora mucha gente buscando consuelo por la crisis?
Nuestra hospedería suele estar siempre llena de personas que buscan un retiro y muchos con problemas personales y familiares. Pero eso siempre ha sido igual.
¿Le piden muchos consejos?
Evidentemente, pero sobre todo en asuntos personales y para nosotros es difícil aconsejar, porque muchas veces conocemos solo una parte del problema. Pero decimos que sean sinceros y que no vayan con doblez y que realmente digan qué es lo que quieren.
¿Notan que se produce un cambio en las personas que pasan por Silos?
Al menos, lo que podemos decir es que les resulta positivo porque suelen volver. Creemos que les hace algún tipo de bien, pero nunca podemos saber hasta qué punto les cambia.
¿Qué siente usted al contemplar ese magnífico ciprés, inalterable a pesar del paso de los años?
Hombre, es una estampa ya conocida dentro del claustro y quizá como la vemos todos los días, a nosotros nos impresiona menos. Pero como símbolo de elevación hacia arriba, nos ayuda a todos y nos dice que hay que pensar más en las cosas superiores y menos en las materiales. Además es un ciprés plantado por los monjes hacia 1890, ya que cuentan las crónicas que en 1894 una gran nevada lo dobló y esa es la primera constancia de su existencia.
¿Qué santo es, a su juicio, el que más le ha influido? ¿A quién se dirige en esos momentos de zozobra que todos pasamos?
Todos nosotros, y yo en concreto, nos dirigimos a Santo Domingo de Silos, tenemos aquí sus restos y las vidas que de él escribieron sus tres hagiógrafos, Grimaldo, Berceo y Pedro Marín. En mi caso, además, por doble motivo, pues él también fue abad de este monasterio. Aunque también, siendo benedictinos, nos encomendamos a nuestro padre San Benito.
El argumento de la crisis de fe es ya un tópico, pero ¿cómo casa, a su juicio esto, con el esplendor que vive Silos y con otros fenómenos que se están dando en Burgos como el de Iesu Communio?
Es muy sencillo. Se trata de una persona carismática, que transmite esa confianza, esa alegría, y atrae a otras personas. Esto ha ocurrido siempre en la Iglesia, como el caso de San Bernardo, en el siglo XI. Pero también estamos acostumbrados a dejar que pase el tiempo y sea él quien clarifique estos fenómenos. Qué diga qué movimientos son los que perduran y cuales los que se acaban en cuanto desaparece el fundador. Espero que no sea este el caso y vaya afianzando. Pero sin duda me produce satisfacción ver tanta gente que quiera entregarse a Dios y que sea gente joven.
Además de Monasterio, Silos es actualmente un referente cultural de primer orden. ¿Ha tomado ya alguna decisión con respecto a la exposiciones que de la mano de la Cámara de Comercio y el Reina Sofía se han instalado aquí?
Es un tema que todavía no hemos tratado, porque existe un convenio y tenemos que reunirnos las tres partes y hablar del asunto. A nosotros, como monasterio, cualquier manifestación artística que quieran hacer nos parece positiva porque supone traer gente hasta este rincón de Castilla. Otra cosa es que estemos de acuerdo con el contenido de alguna de esas exposiciones, porque ese arte moderno o, mejor dicho, postmoderno, es difícil de entender. Cuando las obras tienen un significado críptico, porque es aquel que quiera darle el autor, es difícil que pueda llegar a todo el mundo. Sin oponerme a nada, prefiero el arte clásico, pero tampoco nos vamos a cerrar.
También el gregoriano ha dado fama mundial a Silos ¿Se ha descartado ya la grabación de un nuevo álbum?
En principio no hay proyecto de grabar un nuevo disco porque el mercado ya tiene muchos y el gregoriano es suficientemente conocido. Desde 1880, todos los viajeros que pasan por Silos destacan tres cosas que les impresionan: el trato de la comunidad, el arte del claustro y la forma de cantar gregoriano. Así lo dice, por ejemplo, Lorca cuando viene en 1918. El boom fue en torno a 1994, pero los discos se grabaron 20 años antes. No queremos grabar más para no dar la impresión de que lo hicimos para ganar dinero, ya que en realidad lo que perseguíamos era aumentar la difusión.
¿Qué tiene Silos para que las personas más importantes y poderosas se sientan impactadas?
Creo que las tres cosas que he dicho antes: el trato de la comunidad, el arte y el gregoriano. Pero habría que preguntárselo a cada uno de ellos. En nuestro libro de visitas hay una frase que asegura que a Silos se viene por primera vez porque no se conoce y se vuelve porque se ha conocido. El hecho de que lo repoblaran monjes franceses y se editara en París hizo que el mundo científico de entonces ya conociese el monasterio de Silos. Tenemos la constancia de que en 1852 o 1853 viene el poeta José Zorrilla. Es la primera persona de la que tenemos constancia como visitante.
Sí, pero el arte, los monjes y el gregoriano los tienen otros monasterios y no producen el mismo efecto que produce Silos.
Pues evidentemente que tiene algo más, pero eso habrá que preguntárselo a las personas que lo experimentan. Es cierto que en el claustro se siente una sensación de paz y de serenidad que no se encuentra en otros edificios. Quizá por la sucesión de planos verticales y horizontales o por el silencio... Es un lugar en el que uno se siente a gusto, pero sin que pueda decir por qué.
Habrá que achacárselo a la mano de Dios...
Sí, a la mano de Dios y a la del artista que expresó allí sus ideas. Es más importante el conjunto que la belleza concreta de un capitel o un bajorrelieve.
Hablaba usted de las visitas ¿Cuál es la que más le ha impresionado?
Es difícil elegir. Fue muy importante Miguel de Unamuno con sus dos visitas, pero también, como sacabais en el periódico, vino el arquitecto Le Corbusier. El mismo Gerardo Diego, que estuvo varias veces, el mismo Lorca o Alberti. Prácticamente pasaron todos los de la Generación del 27. El mismo Severo Ochoa nos dejó sus impresiones o Francisco Covian, que vino antes de la guerra. Pero como son visitas de paso, la relación es superficial. Aznar, por ejemplo, ha venido varias veces, pero te impresiona la primera vez porque es el presidente del Gobierno. Incluso el mismo Rey ha estado aquí.
¿No han pensado en reclamar todo el patrimonio que fue arrebatado al Monasterio?
No, no. Eso pertenece al pasado y es mejor no removerlo. Muchas de las piezas se encuentran en el Museo de Burgos y lo que pensamos es que lo mejor es que la gente las pueda disfrutar. Además, la Biblioteca de Burgos tiene 6.000 volúmenes con los manuscritos del Monasterio y otros 400 la Academia de la Historia. Los tuvieron que vender los propios monjes para que el Arzobispado pudiera arreglar el Monasterio.