Europa ha sido desde siempre un territorio desangrado por culpa de enfrentamientos recurrentes en el tiempo. Pero lo cierto es que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la región había dejado atrás los grandes conflictos y se había acostumbrado a vivir en una tensa paz, rota solamente en contadas ocasiones.
Por eso, pese a las continuas advertencias de EEUU sobre los planes de Rusia de atacar Ucrania, parecía impensable que una nueva guerra asolase de nuevo el Viejo Continente, y más cuando el mundo prometía haber salido mucho más unido tras la pandemia.
Hasta que ocurrió. El 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin lanzó su operación especial sobre su país vecino y marcó el fin de una era. Y, aunque su objetivo era llevar a cabo una ofensiva relámpago para «desnazificar» Ucrania, la contienda lleva dos años enquistada y cualquier pronta solución parece una utopía. Una guerra cronificada que, en realidad, ya había dado sus primeros pasos mucho antes, justo ahora hace una década, en dos territorios: la península de Crimea, anexionada por Moscú, y el Donbás, tomado por grupos separatistas prorrusos y epicentro a partir de ese momento de numerosos enfrentamientos. Fue esta última región uno de los argumentos esgrimidos por el Kremlin para justificar su invasión. Desde entonces, los muertos y heridos se cuentan por decenas de miles, mientras millones de personas siguen sin poder regresar a sus casas, pasto de las bombas.
Las tropas rusas avanzaron con rapidez por Ucrania, sembrando el caos en ciudades como Mariúpol, Járkov, Jersón, Kiev o Zaporiyia, donde se llegó a temer un desastre nuclear de grandes dimensiones ante los continuos ataques en la mayor central de Europa. Tragedias como el bombardeo en la estación de Kramatorsk, cuando cientos de mujeres y niños intentaban huir del horror, o masacres como la de Bucha, donde se descubrieron los cadáveres de 400 civiles tras el paso del Ejército ruso, quedarán para siempre grabadas en la memoria.
Mientras tanto, la figura de un nuevo líder inesperado comenzó a emerger: Volodimir Zelenski, el símbolo de la resistencia. El férreo aguante del presidente a los envites del enemigo le hicieron ganarse el respeto de una amplia mayoría de la comunidad internacional, que le brindó su total apoyo frente a un Putin cada vez más aislado.
Pasado un año, la ayuda militar y económica desde Occidente empezó a surtir efecto y las tropas locales consiguieron repeler varios ataques que transformaron el conflicto en una guerra de desgaste. Y, entonces, Ucrania pasó a la acción.
Kiev lanzó su esperada contraofensiva y recuperó algunas urbes mientras intentaba romper la línea rusa en varios frentes, especialmente a orillas del mar de Azov con el fin de cortar la conexión terrestre con Crimea. Pero llegó el invierno, las fuerzas locales no habían alcanzado sus objetivos y, pese a los intentos, el signo de la contienda no cambió a favor de Zelenski.
Tampoco Putin atravesaba su mejor momento por los continuos choques con su mayor aliado: el Grupo Wagner, clave para conseguir el control sobre la ansiada Bajmut, núcleo de las batallas. En un paso inédito, la organización paramilitar protagonizó en junio un levantamiento que duró apenas 24 horas y que terminó con el exilio de los mercenarios a Bielorrusia. Había ciertos temores a que un nuevo motín pudiese evidenciar de nuevo la fragilidad del Kremlin, pero todos ellos terminaron con la muerte del líder de la agrupación, el general Yevgueni Prigozhin, en un accidente aéreo que levantó sospechas contra el régimen de Putin -señalado ahora también por el fallecimiento del opositor Alexei Navalni-. Venganza o no, los problemas con los Wagner terminaron en ese momento.
El control de Avdivka
La guerra se había congelado desde mediados de 2023 y ninguna de las partes lograba los resultados deseados. Por eso, Zelenski, consciente del agotamiento del armamento y los ánimos no solo en sus filas sino también entre los socios occidentales, apostó por transformar su cúpula militar y relevar al jefe de las Fuerzas Armadas, Valeri Zaluzhni, con el objetivo de «reiniciar» la contienda.
Paradójicamente, la llegada del nuevo responsable del Ejército ucraniano, Oleksander Sirski, permitió a Rusia conseguir hace una semana uno de sus mayores éxitos al ordenar la retirada de las tropas locales en Avdivka, epicentro de las hostilidades desde octubre.
Ahora, dos años después del día que estalló todo, hay mucha incertidumbre sobre el devenir de los próximos meses. De lo que no hay dudas es de que la paz entre los dos vecinos no parece, por el momento, una solución.