La confirmación de un caso de sarampión hace unos días en Burgos fue noticia porque la enfermedad llevaba seis años desaparecida en la provincia, pero también porque las incidencias de los contagios de esta patología caracterizada por una erupción en la piel se han disparado desde el 2022 en gran parte del mundo. Tanto, que el Ministerio de Sanidad está pidiendo a las Comunidades que «continúen con los esfuerzos» para conseguir que, al menos, el 95% de la población se ponga las dos dosis de la vacuna que protege frente a esta infección vírica; una petición motivada porque esa cobertura vacunal, la necesaria para lograr la denominada 'protección de rebaño' y hacer desaparecer la enfermedad, ya no se alcanza y, aunque bajo, hay riesgo de reaparición del sarampión. Y, a la vez, de otras patologías que suenen a pasado, como la rubéola, las paperas, la difteria o la varicela.
«En España es muy fácil vacunarse, pero también es muy fácil no hacerlo», comentan fuentes oficiales de la Consejería de Sanidad, destacando que esta medida de prevención es siempre voluntaria, pero, también, que al rechazar una profilaxis no solo se incrementa el peligro para uno mismo, sino para la sociedad. Porque, volviendo al ejemplo del sarampión, si se confirma un caso en una población en la que más del 95% se ha puesto las dos dosis y ha completado la pauta, es difícil que el virus siga transmitiéndose. Pero, si topa con un niño o un adulto con lo que los expertos denominan 'bache vacunal' -es decir, que solo tiene una dosis- o que, directamente, ha obviado la protección, tiene más margen para seguir infectado y acabar provocando un brote. Y entonces surge un problema de salud pública.
El sarampión es una enfermedad vírica que, por lo general, cursa sin mayores complicaciones, pero puede haberlas. La más grave es la encefalitis y, aunque infrecuente, puede ser mortal. Por eso se introdujo en el calendario en 1978 y la vacunación se sistematizó en 1981. Se administra a la vez que la protección frente a las paperas o la rubéola, en un fármaco conocido como 'triple vírica'. La primera dosis se pone a los 12 meses, con respuesta masiva, (más del 97%) y la segunda, a los tres años. Y es ahí donde surge el problema: el año pasado la recibió el 93,75%. Por tanto, aun teniendo en cuenta que estos datos son provisionales y que la cobertura definitiva aumentará, es evidente que hay un porcentaje de personas mal protegidas frente a estas tres patologías.
Este problema no es específico de la 'triple vírica', sino generalizado: a partir del primer año de vida, en el que las coberturas vacunales son siempre altísimas, la respuesta disminuye. En Sanidad atribuyen esta tendencia, agudizada desde la pandemia por coronavirus, a varios factores. El primero, que los recién nacidos tienen unas revisiones periódicas en las que, directamente, les pinchan lo que toca. Pero, a medida que crece, las visitas al pediatra se espacian y se cree que hay padres que, inconscientemente, lo dejan pasar; otros que piensan que con una dosis es bastante y, después, también hay quien de forma consciente y expresa dice 'no' a las vacunas.
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