Burgos y los infiltrados de ETA

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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En un piso de la capital residió un año Mikel Lejarza, 'Lobo', mientras que la decisión de desarticular el Comando Donosti gracias a la topo Aránzazu Berradre, sobre la que se acaba de estrenar una película, se adoptó en una reunión en el Hotel Landa

Burgos y los infiltrados de ETA

A la banda terrorista ETA se la intentó combatir de todas las maneras y desde todos los frentes posibles. También desde dentro, desde el mismo nido de la serpiente. Con personas que se jugaron literalmente el tipo y cuya vida posiblemente aún tenga un precio. Se han llamado topos, o infiltrados. Tal es el título (La infiltrada) de la película que acaba de estrenarse en los cines y que promete ser un éxito de taquilla: cuenta la historia de Elena Tejada, una joven policía que, con el alias de Aránzazu Berradre, se incrustó en la banda terrorista desempeñando un papel esencial para desarticular el Comando Donosti, uno de los más sanguinarios de la historia de ETA. Hubo otros antes que ella, como Leandro Bárez, Joseph Anido o José Luis Arrondo, alias 'Cocoliso'; pero ninguno tan trascendental como lo fue Mikel Lejarza, que tenía como sobrenombre 'Lobo' para los servicios secretos españoles y 'Gorka' para los etarras: gracias a su impagable labor de años fueron detenidos en torno a 300 etarras; además, a él se le atribuye el golpe que, en el año 1975, dejó a la banda casi descabezada, herida de muerte.

Burgos, sempiterna encrucijada, estuvo presente en la vida tanto de Berradre como de Lejarza, especialmente de este último. No hace todavía dos años cuando este periódico mantuvo una entrevista con 'Lobo', el hombre que tuvo que cambiar de rostro y de vida porque ésta se hallaba amenazada desde que ETA descubriera su verdadera identidad. «Burgos fue mi catapulta hacia el norte, a medio camino entre el País Vasco y Madrid. Siempre fue un lugar estratégico», explicó Lejarza, que residió durante un año en la capital castellana, en un piso de la avenida Reyes Católicos. Vizcaíno de nacimiento, en 1972 tomó una decisión que le marcaría de por vida. Decidió, con una determinación increíble, dejar cuanto tenía -familia, amigos, vida- con un único objetivo: convertirse en el instrumento que pusiera fin a aquel grupo de terroristas que había empezado a sembrar de sangre y de muerte su país. Puso -él lo sabía- precio a su vida renunciando exactamente a eso: a vivir, a existir dentro de una moderada normalidad. Como cualquier otra persona.

Al igual que la citada La infiltrada, existe un filme sobre Lejarza: Lobo (2004), protagonizada por Eduardo Noriega. No es para menos: la historia de este topo de ETA es de película. De principio a fin. Convertido en 'Gorka', Lejarza llegó más lejos que nadie, hasta el punto de convertirse en un miembro clave de la estructura organizativa de la sanguinaria banda. Por más que levantara algún recelo, logró ganarse la confianza de la cúpula de ETA.

Hasta que fue descubierto y se puso precio a su cabeza. Una oferta que, afirma él mismo, no ha caducado ni lo hará nunca por más que la banda terrorista esté desde hace años extinguida. «Volvería a hacerlo. Seguro. Siendo como soy, seguro. Si lo pienso ahora, con la edad que tengo, sí me digo: ¿de verdad volvería yo a pasar por todo esto? Pero me conozco y me respondo: seguro que lo haría. Hice lo que hice por un motivo: mi país. Se trataba de salvar vidas. Mi fe me llevó a ello. ¿Cómo no volvería a hacerlo otra vez?». Claro que salvó vidas: gracias a él la banda estuvo a punto de ser desarticulada. Sucedió que la rama político militar de ETA siguió activa, aunque con una profunda crisis interna, agravada por la desaparición de Eduardo Moreno Bergareche, alias Pertur.

La determinación de Lejarza fue total y absoluta pese al riesgo, pese al miedo, pese a la soledad de lobo estepario con la que convivió todos aquellos años, pese a ser un suicida. «Durante años, cada cinco minutos me jugaba la vida. Y cada cinco minutos los superaba. Era continuo. No tenía paz, ni descanso alguno. A veces veo alguna película relacionada con espionaje o infiltrados y acabo siempre pensando que mi infiltración fue aún más dura. Sabía que si cometía un solo error me iban a hacer rodajas». Después de que concluyera la 'Operación Lobo', que fue un éxito sin parangón en la historia de la lucha contra ETA, ésta se recompuso a partir de la amnistía para establecer durante décadas una dictadura del terror. Aunque ya descubierto y empapeladas las calles del País Vasco con su fotografía -convertido en enemigo público número uno-, Lejarza se estableció en Burgos a comienzos de los años 80.

Lo hizo con el nombre de Julio Forcada Serrano, natural de Priego, localidad Córdoba. Fue para él una época relativamente tranquila después de tantos años de tensión en el seno de la banda terrorista. Así recuerda 'Lobo' aquella época: «El tiempo que estuve en Burgos fue muy agradable. Tenía muy buenos amigos. Se vivía bien y se comía muy bien. Y tuve unos fenomenales compañeros. No me olvidaré nunca de un matrimonio amigo. Él había sido compañero mío desde el principio, un espía de verdad, poco amigo de las armas, que por presiones vividas terminó suicidándose. Su mujer, que es de Burgos, sigue siendo una gran amiga, una amiga de la que nos acordamos y que se acuerda de nosotros. ¿Cómo no voy a acordarme de Burgos?», evocaba a este periódico.

Burgos fue la "catapulta hacia el norte", en palabras de 'Lobo', que dirigió desde la capital castellana la 'Operación Chubasquero' que permitió detener a muchos etarras en la frontera con Francia

 

Desde Burgos, donde pudo convivir con Mamen, quien habría de convertirse en su esposa, dirigió Lejarza la 'Operación Chubasquero', que consistió en impermeabilizar la muga (la frontera) con el fin de detener a todos los etarras que intentaran pasar desde Francia a España. Fue también todo un éxito. Alternó sus acciones de espionaje con una vida moderadamente normal, disfrutando de una ciudad que siempre le pareció apacible y hermosa. «Desde el momento en el que me infiltré sabía que estaba sentenciado a muerte. Cualquier espía sabe que lleva la muerte encima. Pero siempre tuve el convencimiento de que saldría adelante, de que sobreviviría», reflexionaba Lejarza a propósito de su atribulada existencia, que no ha dejado de sentir, pese al tiempo transcurrido, la amenaza que pende sobre él: «Acabar con Lobo, para cualquier imbécil, sería alcanzar la gloria. Tengo que seguir teniendo cuidado. Siempre puede haber algún loco por ahí. Ojo: un loco o un loco dirigido del que nadie se va a responsabilizar, claro. Ni por asomo puedo bajar la guardia».

Retirado de la primera línea, a Lejarza aún le acechan fantasmas. «Las pesadillas me han perseguido. Siempre. Ya estoy acostumbrado. Son pesadillas raras: a veces sueño que estoy en la oficina en la que trabajaba antes de infiltrarme. Y no, eso no va conmigo. Por eso pasé de una vida tranquila a una de acción y de riesgo. Pero para un bien común, al fin y al cabo». Aunque el precio, el peaje, haya sido altísimo: «Lo peor fue abandonar a la familia: a mis padres, a mis hermanas. No poder saber nada de ellos. No haber podido asistir al entierro de mis padres, ni a las bodas de mis hermanas, ni conocer a mis sobrinos. Y arrastrar a mi mujer y a mis hijos a una vida que ellos no eligieron, que elegí yo. Eso ha sido lo peor. Yo estaba preparado. Una vez metido, ya sabía la sentencia que tenía. Pero arrastrar a los demás es insuperable. Ese ha sido mi mayor dolor. Un dolor muy grande», confesaba a este periódico.

También con su residencia fijada en Burgos contribuyó a la creación de sociedades tapadera que permitieran infiltrarse en el entorno etarra. Sus continuos viajes al País Vasco y al País Vasco francés no dejaron de representar un peligro para él, por más que hubiese cambiado su fisonomía (se hizo una operación estética que en la que se le eliminó un lunar muy característico), su nombre seguía estando en la lista negra de la banda terrorista. Con la llegada al poder de los socialistas se produjeron cambios en el CESID. Y en 1983 Lobo emigró a México. Con una nueva identidad, claro. Aunque sigue sin mostrar su rostro, ha publicado sus memorias en dos libros: Secretos de confesión y Yo confieso (Roca Editorial), ambos junto al periodista Fernando Rueda.

La infiltrada. Elena Tejada se convirtió en Aránzazu Berradre para mimetizarse primero entre los ambientes antisistema y acabar después formando parte de la organización terrorista. Tan es así, que el piso en el que residió en San Sebastián se convirtió en un piso franco de integrantes del 'Comando Donosti'. El policía que la reclutó y adiestró declaró hace unos meses a El Mundo que la reunión operativa en la que tomaron parte los altos mandos de la lucha antiterrorista previa a la actuación contra el citado comando se celebró en Burgos, en el Landa. Allí estaba el responsable de los GEO, Francisco Javier Torrenteras, quien acabaría falleciendo años después cuando trataba de acceder al piso de Leganés en el que se ocultaban algunos de los atentados del 11-M. 

Sin embargo, ni tan siquiera los GEO conocían de la existencia de la infiltrada, por lo que su tutor tuvo que actuar para ponerla a salvo cuando el operativo policial se llevara a cabo. No sólo facilitó Berradre el golpe al sanguinario comando; también pudo advertir que la tregua anunciada por ETA en 1998 fue para que ésta se rearmara. Que era una tregua-trampa. La infiltrada, tras su espectacular papel, fue alejada de España por su seguridad. Acabaría siendo condecorada con la cruz al mérito policial.