Uno de los puntos de inflexión para un club más nítidos en la historia moderna de nuestro fútbol se produjo cuando leímos lo de «Diego Pablo Simeone, nuevo entrenador del Atlético de Madrid» en diciembre de 2011. El proceso de transformación del equipo fue casi inmediato, en la medida en que un bloque acostumbrado a los abucheos y el sufrimiento, que casi presumía de que le llamasen 'El Pupas', ya no se ha bajado del carro de la Liga de Campeones. Y, en el camino, conquistó dos títulos de Liga cuando nadie se atrevía a toser en el mano a mano que habían impuesto Real Madrid y Barça.
Hacía falta 'algo' distinto para recorrer el camino hacia la grandeza perdida, la reconquista de un pasado más glorioso: el Atlético es el tercer equipo en la clasificación histórica del campeonato (si gana en la próxima jornada al Alavés alcanzará los 4.000 puntos, barrera que solo han superado el Madrid con 4.983 y el Barça con 4.879) y también el tercero en títulos, con 11 Ligas, 10 Copas y dos Supercopas (trofeos nacionales) y ocho títulos internacionales. Para volver a tocar metal, ese 'algo', ese plan, fue el 'cholismo'.
Irrumpió Simeone con aquello del «partido a partido» cuando nadie creía en que podía disputarle la Liga 13/14 al Barça de Messi y al Madrid de Cristiano. Pero las jornadas transcurrían y no abandonaba el liderato. El título, logrado además con un empate (1-1) en el campo del favorito conjunto azulgrana, probó que ese invento del 'cholismo' funcionaba. Que no era algo fascinante ni espectacular, que no captaba adeptos más allá de los 'indios' ya convencidos, que no embelesaba… pero era el antídoto contra los 'gigantes'.
Aquello se basaba en una defensa a ultranza de la propia portería, salpicada habitualmente con exhibiciones de un 'muro' entre los palos (primero fue Courtois, hoy es Oblak), aderezada con una solidaridad casi dramática entre los jugadores y el aprovechamiento milimétrico de los contragolpes y los errores del adversario. Era cuestión de fe. «Crean en el plan», suplicaba un Simeone afónico y teatral en la banda. «Y síganme». Neptuno se volvió a engalanar y el 'Cholo' adquirió estatus de semidiós en el Calderón primero y en el Metropolitano después.
Dudas presentes
De ese crédito aparentemente inagotable llegamos a la undécima jornada de Liga, donde ya no era intocable, sino un culpable directo de no hacer jugar a un bloque reforzado con 185 millones de euros en verano, perder por 1-0 ante el Betis en un partido en el que recibió 24 disparos, quedarse a 10 puntos del liderato… y todo en un mes de octubre que arrancó perdiendo por 4-0 en casa del Benfica y prorrogó en Europa con un 1-3 ante el Lille en el Metropolitano. «Soy el único y máximo responsable. No estamos sabiendo transmitir a los jugadores qué hay que hacer», revelaba un abatido Simeone... que en apenas dos semanas ha cambiado mucho el discurso tras dos triunfos en Liga, uno en la Copa del Rey y el del Parque de los Príncipes 'a la vieja usanza', pleno de sufrimiento hasta el gol de Correa en el descuento.
«Tras ese partido hablamos e identificamos qué no hacer», contaba el técnico argentino esta misma semana. Pero lo más importante fue identificar 'qué hacer', y todo pasaba por desempolvar el viejo manual: por primera vez en la temporada, el Atlético ha sumado cuatro victorias consecutivas… con el 'cholismo' por bandera. En la última de ellas, en Mallorca, solo había pisado una vez el área local en toda la primera parte. Entregó la pelota a los de Arrasate, encajó seis disparos a puerta (Oblak las detuvo todas) y, con únicamente dos realizados, se llevó el gato al agua.
Los datos
Fue otro 0-1. Resultado marca de la casa. Simeone cumplirá 700 partidos en el Atleti la próxima jornada y ha logrado 110 victorias con ese resultado (un 16 por ciento). De hecho, hace algún tiempo superó a Irureta (77) y a Luis Aragonés (82) como el entrenador con más 1-0 en la historia de Primera (lleva 85). El 27 por ciento de sus partidos (186) han sido triunfos por un solo gol.
La paradoja o el romanticismo del asunto, según se lea, es que el 'cholismo' regresó con un nuevo 'cholito' en la cancha: Giuliano Simeone. El hijo del entrenador, interior, lateral derecho o atacante según exigencias del guion, representa ahora lo que el equipo -según su padre- necesita: entrega, espíritu, alma… lo que se había perdido por el camino. No hace falta el balón (tiene un 48 por ciento de posesión media este curso) ni tirar demasiado (apenas 114, menos que el Sevilla y registros similares a los de Las Palmas): basta con no recibir demasiados disparos (quinto que menos, con 139, aunque lejos de los 124 del Madrid o los 117 del Barça) para ser el que menos tantos encaja. Solo ha recibido 7 en 13 partidos, el que menos de las cinco grandes Ligas tras Leipzig (5 en 10 encuentros) y Liverpool (6 en 11).