La estampa es insólita, y aunque nada se parece el páramo burgalés al manchego Campo de Criptana, las aspas del molino de viento recortadas contra el cielo entreverado de nubes parecen trasladar al visitante a la tierra de don Quijote. Pero no: estamos en la llamada Hoya de Huidobro, en la comarca de Los Altos, en el pueblo de Villaescusa del Butrón, donde hasta hace unas semanas dominaba el perfil imponente de su iglesia. Ahora rivaliza con la torre de este templo una construcción de lo más singular que, sin embargo, tiene cerca de tres siglos. Lo que hasta hace poco haría pensar a cualquiera en los restos de una torre, acaso medieval, no era tal. La durante décadas ruinosa edificación circular era un molino de viento, que ahora el pueblo ha recuperado y que ofrece una imagen exótica, de lo más sugerente y de enorme belleza porque contrasta con un entorno agreste y en apariencia desolado. Está el molino de viento fuera del caserío del pueblo y, sin embargo, miran sus aspas hacia él, siquiera porque fue construido para dar servicio a quienes, en el siglo XVIII, habitaban el pueblo, que lo construyeron hartos de las sequías y de las heladas.
Asegura Pedro Díez, alcalde de Villaescusa, que se decidió rehabilitar el molino al considerarlo un patrimonio único. «Apenas hubo molinos de viento en Burgos, y pensamos que era importante restaurarlo porque es un patrimonio especial, muy raro por estos lares, y también para que sirva como reclamo turístico. Nos gustaría que la gente se acercara a verlo», explica a este periódico. Antes de emprender su restauración, sólo quedaba en pie la torre de mampostería. Por dentro se encontraba hueco, vacío, y tampoco tenía la techumbre cónica ni las aspas; ambos elementos le han sido nuevamente incorporados, si bien la maquinaria, los ejes y el engranaje que hacían mover el viento para la molienda no han sido incorporados. En este sentido, Díez no descartar instalar algún tipo de sistema que haga girar nuevamente las cuatro palas, que en origen fueron de madera.
El de Villaescusa del Butrón es uno de los cuatro molinos que existieron en Burgos, según afirma el investigador y periodista Miguel Moreno, que ha estudiado a fondo su historia. Existió otro en el pueblo Castrecías, en la comarca de los Páramos, del que queda el pie, si bien en un estado deplorable, parte de la construcción cilíndrica; los otros dos se ubicaron en Burgos capital, uno en lo más alto del parque de San Isidro y otro en San Julián, muy cerca del busto que la ciudad dedicó al benefactor Andrés Martínez Zatorre.
En tierras del viento. Se da la circunstancia de que hoy, tres siglos después de que se construyera el molino de Villaescusa, éste se encuentra prácticamente rodeado por sus 'hermanos' más modernos, esos aerogeneradores que salpican casi cada rincón de la paramera burgalesa. El viento, por estos pagos, siempre se ha enseñoreado. No extraña pues que se levantara un molino de viento allí, aunque la memoria popular asegura que no tuvo una vida larga, por más que aparezca referenciado, según asegura el gran etnógrafo burgalés Elías Rubio, en el Diccionario Geográfico y Estadístico de España y Portugal, de Sebastián Miñano (1826-1829). Lamenta Miguel Moreno que en Castrecías no se haya tomado la iniciativa de restaurar su molino de viento, aunque no pierde la esperanza en que algo así termine ocurriendo.
Aunque la identificación del molino de viento con el paisaje español corresponde universalmente al paisaje manchego, otros lugares del país han contado con la silueta de estos ingenios eólicos, como lo acreditan los de Villaescusa, Castrecías y Burgos capital, si bien formaron parte, en mucho mayor número, del paisaje de regiones como el País Vasco, Galicia, Levante o Aragón. En Villaescusa del Butrón se siente orgullosos de ver aquella extraña construcción cilíndrica exhibe hoy un aspecto muy similar al que debió tener en origen. Aunque nadie en el pueblo lo había conocido así, el hecho de que hoy tenga techumbre y aspas y vaya a convertirse en un lugar de visita para curiosos y amantes del patrimonio más singular reconforta a sus vecinos. Tiene claro su entusiasta edil, Pedro Díez, que la inversión efectuada por la Junta Local (en torno a los 40.000 euros) «ha merecido mucho la pena».