Vacaciones tras el mostrador

B.A. / Burgos
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Cantineros por la provincia de Burgos (1) | Mario Martínez tiene 22 años y ha decidido gestionar el bar de Barcina del Barco, el pueblo de su madre, hasta que vuelva a clase en el Simón de Colonia en septiembre

Mario madruga cada mañana y se mete en la cocina para preparar tortillas de patata y de otros ricos pinchos con los que deleita el paladar de su clientela más fiel. - Foto: Alberto Rodrigo

Diario de Burgos inicia hoy martes una serie de reportajes para dar a conocer esos lugares de ocio, reunión y amistad que hay en el medio rural: las cantinas y sus cantineros. En la inmensa mayoría de los pueblos en los que abren su puerta a diario suponen el único punto de encuentro para los vecinos.

A las 9 de la mañana, puntual, llega a su bar. Como un pequeño ritual bate huevos, pela las patatas y con maña se marca unas tortillas con una pinta estupenda. "Me ha enseñado mi madre y también he aprendido solo, a base de probar lo que funciona y lo que no", cuenta Mario Martínez Cadiñanos, que además elabora gildas, pinchos de jamón o de atún y que comienza a ofrecer a partir de 10 de la mañana todos los días desde el 1 de julio.

Su caso es una excepción. El 5 de julio cumplió los 22, y lejos de dedicar su verano de estudiante a trasnochar, dormir hasta tarde y dedicar las jornadas a languidecer en cualquier piscina con amigos, ha apostado por gestionar durante los meses de verano el bar de Barcina del Barco, el pueblo de su familia materna. "No salgo mucho, así que no hay problema por compaginar el trabajo con salir. Duermo bien tranquilo pensando en abrir mi bar al día siguiente mientras mis amigos están de fiesta en cualquier pueblo", comenta el joven, que asegura que tiene "suerte" con su cuadrilla porque le visita y se deja caer por su local.

Con la idea de ahorrar un poco y disponer de su propio dinero empezó a trabajar hace tres años como camarero haciendo extras en Quintana Martín Galíndez, donde habitualmente reside. "Estuve en la taberna y en el hostal de un colega. En el verano del 22, con otro amigo y con 20 años, nos quedamos con la gestión del bar de las piscinas de Quintana, desde donde también controlábamos el acceso y vendíamos las entradas. Queríamos tener algo propio", cuenta sobre aquel verano.

Estoy tranquilo pensando en abrir mi bar aunque mis amigos estén de fiesta"

Aquello supuso una gran escuela para él, de gestión y de tablas tras la barra. El año pasado querían haber repetido, pero otros adjudicatarios se le adelantaron. "Nos quedamos sin trabajar el verano del 2023. No es que lo pasara mal, pero si estaba raro por levantarme y no tener un compromiso ni estar activo, y entonces ya pensé en mirar algo para que no me pasara lo mismo este año".

Reconoce que Barcina es "más tranquilo" y el trabajo "más llevadero" que en Quintana, pero está satisfecho con la decisión que tomó para pasar su estío. "Los vecinos están contentos de que esté el bar abierto y yo también estoy encantado con la gente de aquí. Les conozco de siempre", comenta el hostelero, que acepta lo duro de la profesión "porque hay que estar muchas horas seguidas".

De momento se apaña solo, incluso los fines de semana, cuando hay más jaleo, pero no le faltan manos si tiene que recurrir a ellas. "Mi madre me ayuda si lo necesito, y yo encantado, y mi hermano, que tiene los fines de semana libres, también".

Cerrará la puerta de su bar de verano en septiembre para abrir la de su clase en el centro Simón del Colonia de la capital, donde cursará segundo del grado superior de Automatización y Robótica Industrial. "No sé lo que me deparará el futuro, ya veremos si cuando acabe las prácticas me siento a gusto con lo que estoy haciendo", confiesa el joven, que aspira algún día a tener su propia empresa y que de la hostelería le gusta más la parte de gestión y de control. Y mientras eso llega, sin entretenerse, prepara un café con leche y parte una buena porción de tortilla para el cliente que acaba de entrar.

Olivera y los del tute. Entre los fijos del bar de Barcina está una cuadrilla que no perdona cada día el café tras la comida y la partida de cartas, entre ellos Olivera, "uno con los que mejor me llevo", dice Mario. Se juntan cada día en el local para jugar al tute y empezar así la tarde. "Asier, el alcalde, es otro de los que viene casi todos los días después de comer. Y Ángel y otro amigo prefieren la mediodía, que es cuando se toman un blanco". Su familia suele acudir a la hora del vermut los fines de semana, "para tomar unas rabas y zamburiñas ", añade. Además, su padre pasa cada día después de trabajar a hacerle una visita al bar y sus amigos suelen acudir durante los fines semana, "aunque algún día suelto también se acercan a desayunar conmigo", cuenta sobre su clientela.