La tibia tarde de finales de verano sirvió para que ayer se reeditase un año más la tradición de las cucañas. Una actividad que lleva apareciendo de forma continuada en la agenda festiva de Aranda de Duero desde hace más de un siglo y que mantiene un relevo generacional que lleva a pensar que así va a seguir mucho tiempo. En la primera sesión de esta demostración de equilibrio y habilidad participaron una decena de valientes, sin temor a caerse al río y, lo que es peor, hacerse daño en uno de esos intentos fallidos.
Mientras uno de los organizadores del Club Deportivo Espeleoduero untaba con bien de sebo el largo palo, desde la base asegurada en la ribera hasta la punta sobre el río Duero, el público empezó a ocupar la barandilla del puente Mayor, la orilla de enfrente y hasta el propio río, porque se juntaron una docena de embarcaciones, incluidas la que ocupaba el alcalde de la capital ribereña, Antonio Linaje, y la que llevaba a las dos reinas, la pregonera Isabel Santos y una de las damas, mientras que la otra remaba en su propio kayak.
En bañador, los participantes se fueron alternando en los diferentes intentos, con mayor o menor fortuna. «Con lo bueno que hace, yo me esperaba que hubiese más participantes», comentaba un veterano espectador que, en sus tiempos mozos, había estado al otro lado de la barandilla. «Esto no ha cambiado casi nada, ahora hay más seguridad, eso sí, con la presencia de los bomberos y demás, pero la mecánica es la misma», recordaba.
La primera ronda fue en la que más premios se lograron, con unos equilibrios sobre la cucaña propios del circo que acabaron con todos los participantes zambulléndose en el agua, sí, pero muchos de ellos emergiendo tras el chapuzón con el palo en la mano, prueba de haber logrado el desafío. Para la segunda ronda, el palo que lucía al final de la cucaña era la mitad de largo, lo que hizo que los aplausos de los primeros intentos se tornasen en exclamaciones sinónimo de casi, al ver cómo uno tras otro los jóvenes (y no tan jóvenes) acababan el recorrido sin otro premio que el chapuzón, con más o menos golpe. «Lo más peligroso es cuando el palo está hacia abajo, porque se tienen que arriesgar más para cogerlo y los golpes suelen ser más fuertes», reconocía el padre de uno de los participantes más jóvenes (...).
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