Pesadilla en la cuadra

Sagrario Ortega (EFE)
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Se cumple una década del secuestro de Abel Diéguez, un empresario gallego que 'sobrevivió' seis días al límite de lo humano entre cerdos

Pesadilla en la cuadra

Imagínense pasar seis días en una cuadra rodeado de cerdos, durmiendo (si es que se podría) en un colchón raído encima de barro y excrementos en un cuchitril maloliente. Y que tu vida penda de que tu familia reúna 70.000 euros. Ese es el calvario que tuvo que atravesar Abel Diéguez, un empresario de la madera gallego que fue secuestrado hace 10 años en Pontevedra. Esta pesadilla, como él reconoce, le ha llevado a pasar una década sin apenas contacto social, ingiriendo 12 pastillas diarias y levantándose sobresaltado por esos recuerdos muchas noches.

Fue en enero de 2014 cuando sus raptores contactaron con él para un trato de unos montes. Al principio les dio largas, pero luego accedió y quedó con ellos. Nada más bajarse del coche, le encañoraron, le vendaron los ojos, le amordazaron y le colocaron unas abrazaderas en pies y manos. Tras una primera noche de lluvia y nieve en una casa derruida, los secuestradores le trasladaron después a Xar, una aldea perteneciente a la localidad de Lalín.

Con temperaturas muy bajas, maniatado y encapuchado, Abel dormía acorralado por varios cerdos en unas condiciones infrahumanas. Mientras, los criminales pidieron a su mujer 70.000 euros por el rescate, una cantidad que la familia pudo reunir en apenas tres horas aterrada por las amenazas de los captores de que lo matarían.

Se trataba de un secuestro extorsivo, poco común en España, «exportado» de México por uno de los malhechores, que había residido en ese país. Enseguida, la Guardia Civil creó un equipo conjunto con agentes de la Policía Judicial de la Comandancia de A Coruña y del Grupo de Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) del cuerpo.

«Cada hora que pasaba la situación podía ser más crítica», recuerda uno de los investigadores. Fue esencial la colaboración de la esposa de Abel, que como dice el agente, «facilitó mucho nuestra labor porque en verdad supo muy rápido entender lo que necesitábamos de ella». Era quien recibía las llamadas de los secuestradores y «manejó muy bien la situación», mientras el equipo de investigación hacía sus pesquisas. «Nuestra principal premisa era localizar con vida a Abel, porque estuvieron a punto de cortar las comunicaciones y amenazaron con matarlo», indica.

Durante el secuestro, uno de los captores se desplazó hasta el lugar donde la mujer de Abel recibía las llamadas. Dejaron en el buzón una carta del empresario como prueba de vida, con la intención de que el pago del rescate se hiciera lo antes posible.

La cónyuge y los agentes estaban en la casa, pero consiguieron que el secuestrador no se percatara. «Fue una situación complicada, porque a ver cómo le explicas a la familia que no es oportuno proceder a la detención del malo porque la prioridad era la liberación de la víctima», señala el investigador. Esa «anécdota» vino bien a la investigación porque aportó nuevos datos y permitió que, tras seis noches de cautiverio, la Guardia Civil entrara en el lugar donde Abel estaba retenido y lo rescatara.

Ocho personas fueron arrestadas, dos de ellas los propietarios de la casa donde Abel estuvo secuestrado y todas fueron condenadas en 2016 por la Audiencia Provincial de La Coruña a penas de seis a doce años y medio de prisión, así como a indemnizar a la víctima con 200.000 euros.

Burlas y vida social

A Abel el secuestro le ha pasado factura. No solo ha tenido que estar seis años medicándose, sino que las pesadillas de esos crueles seis días le sobresaltan aún por las noches.

También a nivel social ha padecido y sufre las consecuencias de su secuestro. Cuenta que aún sufre algunas «burlas» de sus convecinos, «malas caras» o «miradas como diciendo: Algo habrá hecho este». O cuando le dicen en tono irónico: «Qué poco valías, 70.000 euros».

«A nivel social no lo he pasado bien. Han sido años de malvivir, de salir muy poco, de no relacionarme apenas, evidentemente con pérdidas de la capacidad de negocio por miedo a que vuelva a pasar», agrega Abel. Económicamente, su empresa «ha mermado mucho, pero sobrevive», recalca. En algún momento se ha planteado irse de Galicia e, incluso, de España, pero le gusta su país.

A Abel le cuesta superarlo. «A veces por las noches te levantas sobresaltado y con pesadillas por cosas que pasaron allí y que no se van. De hecho, he estado en tratamiento hasta el 2020, tomándome hasta 12 pastillas al día. Por ellas, pasé de pesar 84 kilos a superar los 100», detalla. Sus hijos, de 12 y 9 años, saben lo que le pasó a su padre y de vez en cuando le preguntan por aquel infierno que atravesó.