Con la mochila cargada de recuerdos, materiales y personales, Charo Sánchez, Lourdes Arribas, Josefa Herrero y Amelia Macho acaban de aterrizar en Burgos procedentes de Lisboa. Han conocido cómo se trabaja en otras universidades portuguesas, interactuado con compañeros lusos, visitado lugares emblemáticos y disfrutado de un sinfín de experiencias que no esperaban encontrarse antes de su partida.
Hasta aquí, su historia podría pasar como la de cualquier otro alumno que participa en el proyecto de movilidad europeo Erasmus, si no fuera porque su edad no coincide con la de la mayoría. Son cuatro estudiantes del Programa Interuniversitario de la Experiencia, que desarrolla la UBU en colaboración con la Junta, dirigido a personas mayores de 55 años que buscan reforzar o ampliar sus conocimientos.
En su momento, no contaron con esta oportunidad, bien sea porque aún no existía la iniciativa o porque ni siquiera pudieron acceder a estudios superiores. «Como para ir de erasmus», espeta Josefa, perteneciente a la sede de Aranda y que aún sigue en activo como autónoma. «Yo estuve en Gante, Bélgica, porque mi hija se fue con una de estas becas», apostilla Lourdes. Cada una con sus circunstancias, lo cierto es que todas comparten la motivación que les llevó a solicitar una de las plazas ofertadas por la institución académica burgalesa dentro de este programa. Y esa no es otra que la curiosidad por conocer nuevas culturas y compartir vivencias con alumnos de otros programas adultos del país vecino.
Así fue como participaron en actividades diversas; desde talleres de telas hasta exposiciones de trabajos en el aula, clases de psicología o un partido de walking football, el llamado 'fútbol a pie' en el que está prohibido correr por mucho que se escape la pelota y del que se trajeron una medalla. «Es una modalidad que se está incentivando entre las personas mayores porque resulta menos lesiva», explica Javier Antón, profesor de Ciencia Política que, junto a su compañera Begoña Medina, de la Facultad de Educación, han acompañado a estas estudiantes.
La estancia se ha extendido durante una semana, aunque la intensidad del programa alargaba las horas de cada día. Han aprovechado el tiempo al máximo y cada una extrae su propia lectura de la experiencia, aunque resulta inevitable que haya coincidencias. Amelia se queda con la «amabilidad» de los alumnos portugueses, a lo que Josefa añade la buena acogida recibida. No pasan tampoco por alto las diferencias que han encontrado en el terreno de la formación de personas mayores, sobre lo que Charo destaca el hecho de que la mayoría de los docentes eran profesores jubilados implicados de forma voluntaria, al igual que las escasas o prácticamente nulas aportaciones públicas para estos programas.
Nuevas ideas. Subrayan de igual forma una vivencia que les ha llamado poderosamente la atención, al igual que a los profesores. Se trata de una iniciativa en la que los mayores comparten clase con los alumnos convencionales por su edad, si bien en estos casos se exigen requisitos mínimos de formación, algo que no ocurre en Burgos. Tanto Javier como Begoña aplauden la posibilidad de importar esta opción por lo que supone de enriquecedora, al igual que la experiencia erasmus que ellos mismos han vivido. «Esto es más que una clase. Ahora ha habido convivencia y nos hemos acoplado perfectamente», sostiene esta última, mientras que su compañero destaca la importancia de estas estancias cortas por cuanto permiten adaptarse a las circunstancias de cada estudiante.
La de Portugal ha sido la última movilidad Erasmus de las tres que se han llevado a cabo este año y en las que han participado una veintena de alumnos. Con muchas más solicitudes que plazas, el proyecto conseguido ha permitido también financiar estancias previas es Eslovaquia y Finlandia. Su directora, Gema Miguel, avanza que la UBU ya se encuentra trabajando en la documentación necesaria para optar a otro programa que cuente con mayor duración en el tiempo.
Hasta que llegue, siguen con sus clases en la UBU, donde ya son veteranas y a las que acuden para no dejar de aprender y relacionarse. Responden con un sí firme a la pregunta de si repetirían experiencia y Lourdes agrega, además, que «animaría a todo el mundo a hacerlo».