Llega en coche oficial, uno de los muchos días de este eterno verano en los que el calor aprieta aun antes del mediodía. Acompañado de un asesor, viene de Villarcayo, donde acaba de firmar ante notario la compra de una nave para que se traslade de allí el personal de la Brigada de Obras, después de 20 años en precario. El presidente de la Diputación se une al grupo, que podría pasar por uno de los muchos que aterrizan en el aparcamiento de la Cueva Ermita de San Bernabé sin las ideas muy claras sobre lo que van a ver ni sobre la magnitud real de Ojo Guareña, el enclave turístico más visitado de las Merindades y Monumento Natural desde 1996.
En una reciente rueda de prensa con el Grupo Edelweiss, Borja Suárez lo definió como el gran patrimonio escondido de la provincia de Burgos. Hablaba con orgullo, pero también con cierta pena y rabia y la convicción de que tanta belleza no puede permanecer por más tiempo oculta y que además ofrece oportunidades de negocio para el desarrollo de toda una comarca. Ese mismo día aceptó el reto de Diario de Burgos. ¡Bajemos a la cueva! Y esta es la crónica de un viaje al centro de la belleza, que podría ser también el centro de la tierra (perdonen la exageración científicos y puristas) si es que algún día los espeleólogos consiguen determinar cuántos kilómetros existen aquí debajo. Por el momento, con 111 de galerías topografiadas, Ojo Guareña es la sexta cavidad de España con mayor desarrollo.
En vez de bajar las escaleras hacia el punto de inicio de la visita turística, el grupo carga las mochilas en varios todoterrenos y se dirige por un camino hacia una de las 16 entradas del complejo kárstico, una de esas que a veces se encuentran violentadas por curiosos o aventureros que ponen en riesgo un ecosistema frágil y se saltan a la torera las autorizaciones necesarias para practicar espeleología en estas cuevas, además de arriesgar su vida. Nada nuevo. El magnético poder de atracción de Ojo Guareña no ha cesado a lo largo de los siglos y aún puede arrojar hallazgos arqueológicos sorprendentes.
Las cavidades cambian con el paso de los años y el efecto del agua. A veces se pisa suelo virgen. - Foto: ValdivielsoPoco tiempo que perder en presentaciones. En el grupo van: por Edelweiss Ramón Alegre, Luis Román y César Velasco, con su presidente, Fernando Pino en cabeza; Rafa Sánchez, educador ambiental de la Casa del Parque de Ojo Guareña; Gabriel Rodrigo, Carlos Cadiñanos y Borja Suárez, acompañados por el fotógrafo y la periodista de Diario de Burgos. Pasarán más de 6 horas dentro de Cueva Palomera. Sin embargo, en ningún momento se impone la sensación de claustrofobia ni satura la humedad. Al contrario, una vez que el cuerpo se aclimata, y pese al esfuerzo físico que requiere el viaje, domina la calma. Mucha paz.
Suárez se calza el buzo y las botas rápidamente y espera a que los demás terminen de equipararse, tranquilo. Por su actitud y el modo en el que se coloca la ropa y maneja el casco, queda claro que no es su primer contacto con la espeleología. Ha estado varias veces en la cueva de Puras de Villafranca (Belorado) y en la leonesa de Valporquero; además frecuenta vías ferratas, otros deportes y el gimnasio, con bastante disciplina, según cuentan quienes le conocen, aunque tanto traje y corbata no le dé la traza. Es más, cuando llega la hora del reparto de mochilas -hay que cargar agua, comida, cuerdas y otros equipos necesarios para situaciones posibles o probables- el presidente no da un paso atrás. Carga con el petate amarillo lleno de botellines (de agua), y arrea ansioso para el interior de la cueva, en un recorrido por el que en varias ocasiones se hace necesario descolgarse por cuerdas, subir o bajar por una pequeña escalera metálica, además de saltar de piedra en piedra continuamente con las botas de goma.
Lo que se visiona allí dentro a lo largo de varias horas sería bastante injusto describirlo solo con palabras. Igualmente complejo resulta fotografiarlo, pese a que Valdivielso carga con el trípode y el resto del equipo profesional en su propio petate. Él lleva dos flashes, pero hasta 18 bajan los espeleólogos de Edelweiss a las cuevas, para avanzar con el trabajo que les ha encargado la Diputación y que presentarán el próximo año, con motivo de sus 75 años. Un minuto de documental precisa 10 horas de rodaje dentro de las cavidades, y otras tantas fuera, para la edición de las imágenes, en las que se cuida el mínimo detalle y, sobre todo, se busca la mayor naturalidad sin restar un ápice de la belleza que capta el ojo humano.
El grupo realizó la parada más larga en Sima Dolencias, con un espectacular juego de luces y sombras, verdes y ocres. - Foto: ValdivielsoAquí dentro no valen ni miguitas de pan, ni marcas en las paredes. En Ojo Guareña los itinerarios se aprenden a base de patearlos, de fotografiar y topografiar cada rincón. Gustan de contar la historia del Príncipe, como se conoce a un caballero adinerado, a juzgar por la hebilla y los restos que encontraron junto a sus huesos en la Vía Seca, allí donde su curiosidad le llevó a morir, supuestamente después de permanecer varios días vivo pero sin luz, agazapado junto a un pequeño depósito de agua que apuró como su vida. De eso hace siglos. Desde que existe Edelweiss, tres rescates han gestionado.
El silencio llega sobrecogedor y en combinación con la cascada de luz natural que se cuela por Sima Dolencias proporciona una visión casi mística del entorno. Allí realiza la expedición la parada más larga -salvo la de la comida- para deleitarse con esos 54 metros de desnivel, el verde de la vegetación que propicia la humedad exterior y los ocres de las paredes de una cavidad que antaño tuvo un uso mundano como vertedero de animales (asoman huesos a cada paso).
No salen al encuentro del grupo murciélagos, pero sí algunos cangrejos y pequeños invertebrados de tamaño minúsculo (están documentadas 63 especies de invertebrados cavernícolas, 4 exclusivas de estas cuevas) que no se escapan a la atenta mirada de Rafa, un apasionado de la geología y la biología. En Ojo Guareña se antoja vital no alterar el complejo equilibrio de un ecosistema frágil y sometido a cambios al antojo de la naturaleza. Nada permanece inmutable, quien redescubre una cavidad años después de haberla hollado por primera vez se sorprende de los cambios. A veces el grupo pisa tierra virgen, que el agua ha arrastrado desde el exterior y que cambia la morfología de la cueva. Pero siempre con un extremo cuidado con ese microcosmos, su agua cristalina, la humedad que permite conservar unas valiosas pinturas prehistóricas, la flora endémica, las estalactitas y estalagmitas...
Con Pino a la cabeza, los miembros de Edelweiss están pendientes de todo y de todos a lo largo del recorrido por lugares tan mágicos como la Ciudad Escondida -la preferida de Suárez junto con el «espectacular» final en Sima Dolencias-, la Gran Sala del Cacique y la contigua de los Quesos (a veces a Ojo Guareña se le define como un Gruyère por sus seis niveles superpuestos de galerías, lo que dificulta la exploración). Después de la pausa para comer, con un reparador trago en la bota de vino incluido, el grupo espera un rato para no entorpecer la visita turística a Cueva Palomera. Prácticamente todos son jóvenes extranjeros, así que no hay miedo de que reconozcan al presidente de la Diputación. Él sigue a lo suyo, preguntando hasta la saciedad a Pino, más incisivo que un periodista, consciente de estar disfrutando de una jornada «muy especial», nada comparable a ese «miniparque de atracciones» en el que se convierte la parte visitable para todos los públicos.
«Ansioso» por ver la producción audiovisual de Edelweiss, agradece sus años de trabajo y su calidad humana, y aprovecha para felicitar «a uno de los mejores grupos espeleológicos de España», que «por suerte» tenemos en Burgos. «Pensemos en los que han abierto camino, algunos de los que hemos conocido aquí, década tras década, y en las condiciones en las que trabajan. Cuando te metes en la cueva ves la dureza de la espeleología como disciplina científica», recalca con la mirada brillante de quien además de haber pasado «un gran día» ha confirmado que Burgos tiene un diamante en bruto y cree haber descubierto cómo pulirlo.