Si la artista Maira Kalman hubiera conocido a María Inés Quiñones, no habría albergado ninguna duda a la hora de incluir su imagen y su nombre en su reconocida obra Women holding things, en la que retrata a todo tipo de mujeres sosteniendo cosas, como dice el título, y habla de cómo, gracias a ellas y a estos esfuerzos, la vida sigue adelante. La estadounidense cuenta que las mujeres cargan con «el hogar y la familia, la comida, las amistades, el trabajo del mundo y el trabajo de ser humano, los recuerdos, las penas y los triunfos, el amor...», como si hubiera visto a María Inés llegar desde Cali (Colombia) a Madrid y, de ahí, continuar hasta Burgos con un par de maletas y sus dos niños, Samuel y Emiliano, ambos con trastorno del espectro del autismo (TEA), en busca de una ayuda para ellos que no encontró en su país natal.
Esta ingeniera, que tuvo que dejar el trabajo cuando Samuel empezó a dar muestras de que era un niño singular, se encontró, cinco años después de convivir con su bonito hijo tan literal, tan aficionado consecutivamente a los elefantes, los dinosaurios y la vida marina, tan hábil con los números como incapaz de hacer amigos y con un lenguaje más propio de un adulto que de un bebote (y de preocuparse y preguntar por lo que podría pasarle y pelearse con pediatras muy antiguos), con un diagnóstico de trastorno del espectro del autismo (TEA). Pero la vida le tenía preparada otra sorpresa: Emiliano, su segunda criatura, también llegaba con evidentes problemas. No dormía, tenía tremendas pataletas y, al contrario que su hermano, que siempre habló por los codos, no se comunicaba verbalmente.
Y como siempre ocurre en los casos de madres con niños con discapacidad o enfermedades crónicas, se convirtió en una gran experta en TEA mientras se rendía a la evidencia de que en Colombia no existían los recursos que sus hijos necesitaban. Internet le llevó a conocer cómo es el sistema de atención en España y, en su buscador, apareció la ciudad de Valladolid y su asociación de autismo. «Decidimos, mi marido y yo, que era hora de buscar soluciones. Mientras él se quedaba, yo agarré a los niños, un par de maletas y me cogí un avión. Al llegar a Valladolid, nos resultó tan imposible encontrar un alojamiento que alguien nos comentó que podríamos intentarlo en Burgos, que estaba apenas a una hora. Y aquí llegamos, y cuando encontré la asociación Autismo Burgos creí que estaba soñando». Esto ocurrió hace tan solo seis meses.
Ariana Ramírez, alumna del colegio Puentesaúco, de Aspanias. - Foto: ValdivielsoAl estrés del proceso migratorio se le une la preocupación por los niños»
Allí se acercó a contar su historia y allí recibieron con las manos abiertas a esta mujer que llegó con visa de turismo tras recorrer 8.340 kilómetros y sin permiso de trabajo y de residencia, solo unas ganas enormes de que ayudaran a sus niños. «Ahora Emiliano ya tiene un diagnóstico español», afirma, muy contenta y profundamente agradecida a todo lo que esta entidad está haciendo por su familia y también a la ciudad, a pesar de que los comienzos no fueron nada fáciles. Cuenta que durante 12 horas tuvo que estar en un banco frente al Museo de la Evolución con sus maletas y sus niños porque no encontraba un alojamiento, hasta que por fin salió un AirBNB a mil euros por veinte días.
En la actualidad, y ya con su marido, Harold Quiñonez, aquí (que desde Colombia vivió con espanto el periplo de su familia), comparten un piso con un joven y tratan de regularizar su situación. Harold, que en su país trabajaba como responsable de calidad en un laboratorio médico, se está preparando para el examen de la ESO y María Inés echa unas horas limpiando en un bar. Las entidades sociales que velan por la humanidad en esta ciudad corrieron en su ayuda: están empadronados en Burgos Acoge y atendiendo a las instrucciones de los profesionales para normalizar su vida y que les sean asequibles los tratamientos que Samuel y Emiliano necesitan.
El de la familia Quiñonez Quiñones no es un caso aislado. Tatiana Martínez, responsable del servicio de Atención Temprana de Autismo Burgos, explica que de las 52 familias que lo utilizan, 26 son de origen extranjero. «Tenemos familias venidas de países como Colombia, pero también Chile, Perú o Venezuela y otros países, algunas de las cuales no tenían el diagnóstico de sus hijos cuando llegaron y se encuentran con dificultades no solo relativas a su documentación, sino a su capacidad económica. En estos casos, les aconsejamos acudir a sus ceas», precisa esta experta, que pone de manifiesto cómo las preocupaciones de un hijo con dificultades y el estrés de estar en un país del que no se conoce casi nada suponen una enorme mochila emocional para ellas.
Después de las primeras y enormes turbulencias de María Inés y Harold, ahora todo se va encarrilando. Los niños están escolarizados en el colegio Solar del Cid. Samuel sigue con sus buenas notas y Emiliano, que en Colombia parecía condenado al insomnio y al silencio, ahora duerme y ha comenzado a decir algunas palabras. El matrimonio, que es muy creyente, ve en todo esto que también está la mano de Dios.
Uno de cada tres. Esta realidad de la sociedad burgalesa, cada vez más diversa, la vive también Aspanias, en cuyo colegio para adolescentes y jóvenes entre 12 y 21 años el 30% del alumnado procede de familias extranjeras. «Para nosotros, como profesionales, es un auténtico reto -cuenta la directora, Mamen Elena- porque no solo nos ocupamos de su parte de formación o académica, sino que somos conscientes de que necesitan ayuda de todo tipo a lo largo de su proceso de adaptación al país. La falta de papeles, por ejemplo, dificulta mucho la gestión de las ayudas por dependencia, pero aquí nos ocupamos de que estos chavales puedan disfrutar de nuestras opciones de ocio igual que todos».
Elena, que lleva muchos años dedicada a la educación especial, indica también que en otros países hay una percepción de la discapacidad muy diferente a la de España y muchísimos menos recursos. «Recibimos a familias que vienen de lugares donde no hay detección precoz ni colegios de educación especial, sino que los niños están en talleres ocupacionales sin una atención específica y algunos vienen sin saber leer ni escribir». La forma de trabajo de Aspanias en estos casos incluye entrevistas personalizadas para conocer las dinámicas familiares, la búsqueda del mejor recurso para el niño o el joven y la comprensión de que, en muchas ocasiones, el nivel de estrés de estas personas es muy elevado: «En muchos casos nadie les ha dicho que su hijo tiene una discapacidad y llegan a un país nuevo y se encuentran con ello, así que intentamos ayudar en lo que podemos».
Ariana Ramírez es una de estas alumnas del colegio Puentesaúco. Hija de padre dominicano y madre ecuatoriana, aunque nació en Madrid, vivió durante sus primeros años de vida en Ecuador. Ahora lleva en Burgos un tiempo y es su segundo curso en Aspanias, donde se encuentra feliz. «Me gusta mucho estudiar y aquí me encuentro mejor integrada que en los colegios donde estaba antes. Nadie se ríe por mi forma de hablar y he hecho buenos amigos», cuenta. Mamen Elena añade que Ariana es una gran lectora, con mucho interés por las cosas y que la idea es que pueda llegar a hacer una FP para poder desarrollarse laboralmente.