Muchos dueños de perros que habitualmente usan las laderas del parque del Castillo para dar paseos llevan tiempo observando cada día a un hombre oriental llevando dos pesadas garrafas de agua desde la fuente situada en la parte superior hasta una zona escondida entre los árboles cercana a la calle Eras de San Francisco que no se ve a simple vista al taparla el desnivel del terreno. Como la curiosidad es inherente al ser humano algunos de los usuarios de esta zona le siguieron y comprobaron que iba hacia dos pequeños invernaderos que cuida con mimo.
¿Quién iba a pesar que a alguien se le ocurriría sembrar en esta zona, en mitad del casco urbano? Pues a este ciudadano de mediana edad, que lleva cuatro años en la ciudad, que prácticamente no habla español y que no quiso facilitar su nombre. Sin duda ha encontrado entretenimiento para pasar las mañanas y con cuidado ha explanado y adecentado un terreno de unos cuatro metros de extensión de titularidad pública. Según él mismo explicó, comenzó hace un año a plantar calabacines y también perejil, que muestra orgulloso al fotógrafo. Protege sus cultivos con plásticos y madera que ha ido colocando poco a poco. Pasa horas y horas atendiendo su pequeño huerto ajeno al ir y venir de paseantes y dueños de perros, que sí han reparado en este hombre menudo.
Asegura que nadie ha tocado su 'tesoro' ni le ha robado su producción, que confía pueda seguir creciendo al no molestar a nadie y servir únicamente de pasatiempo. «No molesta a nadie y da gusto verle cómo cuida el pequeño invernadero», asegura Amaya Uribarri, una vecina de la zona que pasea a su perra Nina.
También un grupo de jubilados que hace lo propio con sus canes advierte a esta redactora de que si publica algo sobre el invernadero «al día siguiente vendrá la Policía Local a desmantelarlo mientras nadie se ha preocupado de venir a regar los árboles que plantaron en la zona que se quemó hace dos años y se han secado».
Lo cierto es que el desnivel de las faldas del Castillo hace que la pequeña huerta pase inadvertida y sea menos visible que la que en 2016 un vecino de Fuentecillas levantó a la orilla del río Arlanzón, junto al puente Malatos y de mayores dimensiones. Sea como fuere se pone de manifiesto que la tierra siempre da su frutos con buena semilla, agua y mucho cariño.