Se acaban de cumplir cinco años de la primera sesión de quimioterapia de Rebeca Pino, a quien diagnosticaron cáncer de mama en octubre de 2018, con 37 años. Del tumor nunca se supo: no apareció. «Me dijeron que podía ser un caso de 'tumor oculto' o que me lo detectaron tan rápido que no dio tiempo a que se desarrollara», cuenta esta burgalesa, que celebra cada año de vida ganado tras el diagnóstico con una copita de champán. «Es lo mismo que hacía mi madre», recuerda.
La relación de Pino con el cáncer es, lamentablemente, larga e intensa. De hecho, no es la primera vez que ella aparece en estas páginas. Lo hizo al año del diagnóstico, con motivo de la publicación de su libro Te vencí, y si repite ahora es porque está a punto de poder pasar página: en marzo terminó con las cirugías para la reconstrucción del pecho -ya lleva cuatro- y confía en que este otoño se acaben las revisiones semestrales con las oncólogas del HUBU, al haber alcanzado un lustro sin recaídas. «Va a ser igual de malo ir cada más tiempo, porque la tensión la tienes siempre ahí... No tengo pecho ni ganglios, estoy bastante limpia, pero le tengo pánico a una recaída», confiesa, matizando que este temor se debe a su experiencia vital y familiar: algunos de sus hermanos y ella son portadores de una mutación genética (BRCA1) que también tenían su madre y varios de los tíos maternos y que, en mujeres, predispone a desarrollar tumoraciones tanto en el pecho como en los ovarios. Es decir, que en esta familia el cáncer tiene un componente hereditario.
Por todo el cuerpo tengo cicatrices que me recuerdan el cáncer a diario, pero ya no me tapo ni escondo. Las veo de otra manera»
Por esa razón, Pino se hacía mamografías periódicas. Y en una de ellas, el radiólogo corroboró que el abultamiento de un ganglio no era algo puntual, sino que se debía a un proceso oncológico. Le confirmaron el diagnóstico un 11 de octubre y a los seis días recibió la primera de las dieciséis sesiones de quimioterapia. «A los quince días de terminar me operaron y me quitaron los dos pechos, que era lo que me habían recomendado y, en cuanto me recuperé y me quitaron los puntos, empecé con las 25 sesiones de radioterapia. Fue todo muy rápido», explica, comentando que ha sido mucho más larga toda la parte relativa a la reconstrucción del pecho; larga, en ocasiones dura, pero imprescindible para su recuperación emocional. «Empecé a reconocerme como Rebeca al mirarme al espejo cuando me pusieron las prótesis en el pecho, hace dos años o así», afirma, sin ocultar que el cambio físico es lo que peor ha llevado. «El pelo, las cejas, las pestañas, el pecho... No entiendo muy bien por qué, pero así ha sido», dice, quien admite acordarse a diario del cáncer, pero, ya, con otro humor.
«Por todas partes tengo cicatrices que me lo recuerdan, pero mientras que, antes, al verlas, pensaba 'vaya mierda', ahora las tengo más como heridas de guerra. Y aunque me costó un triunfo que mis hijas me vieran, ya no me escondo ni me tapo», dice, subrayando que, desde que tiene las prótesis, lleva biquini. Aquí aprovecha para hacer un llamamiento a la industria de lencería y corsetería para mastectomizadas: «¿Por qué tienen que ser los biquinis y sujetadores tan ortopédicos y feos? Sabemos que el tirante ha de ser gordo y con mucha sujeción, pero es que, ahí, no se ha avanzado nada».
Empecé a reconocerme como Rebeca al mirarme al espejo cuando me pusieron las prótesis. No sé por qué, pero la parte física es la que peor he llevado»
El siguiente gran paso hacia su recuperación completa fue encontrar trabajo en Aspanias, donde lleva dos años como encargada de servicios «y me ha dado la vida, porque ahora lo llevo todo mucho mejor». Esto es, Pino se ve «más fuerte y más segura». Y cuando mira hacia atrás, se da cuenta de que su tumor oculto «cambió mi perspectiva de la vida por completo, pero algo que atribuyo directamente al cáncer es que ha hecho que todos los días intente ser mejor persona. ¿Por qué? Porque no sé lo que va a pasar mañana».
En esta semana de concienciación, anima a los centros educativos a que den charlas sobre promoción de la salud en las que se enseñe a las adolescentes y jóvenes a palparse el pecho. Y a las mujeres con cáncer de mama les anima a evitar los errores que ella cree que cometió: tardar en ir a la AECC -«allí no tienes que fingir, porque hay más gente como tú»- y admitir que, quizá, durante el tratamiento no puedan con todo lo que hacían antes. «El cáncer me enseñó lo importante que es saber decirte 'no' a ti mismo», afirma, antes de concluir que, si volviera a pasar por lo mismo, «haría más partícipe del proceso emocional a mi familia».
Me hubiera ayudado mucho ir antes a la AECC: allí encuentras a otras como tú y no tienes que fingir»