Queda mucho para las fiestas patronales de Aranda, pero su organización ya ha levantado la primera polvareda (a falta de la polémica nuestra de cada verano sobre la plaza de toros). Ha sido abrir el plazo para la inscripción de candidatas a lucir la banda de reina y damas arandinas y ya ha surgido la polémica. Algo que lleva tiempo en el run run de la calle pero que ha saltado a la actualidad. La asociación feminista local, que lleva el nombre de Ruperta Baraya, pide la suspensión del concurso para elegir corte festiva por considerarlo «un certamen inadecuado, anacrónico y que utilizar a la mujer para adornar los festejos». Respondió el propio alcalde arandino que, mientras haya candidatas, se mantendrá esta figura; y las que han ostentado este cargo han alzado la voz para decir que ellas -y ellos, que una vez hubo tres 'damos'- en ningún momento se sintieron «adornos u objetos para lucimiento de las fiestas» y que recuerdan la experiencia como una de las mejores de sus vidas.
Yo no voy a entrar en la diatriba entre tradición y feminismo, pero miro con asombro el distinto interés que se vive a 84 kilómetros al norte de la capital ribereña a la hora de ser reina de las fiestas patronales. Mientras que en Burgos se forman colas para ostentar este cargo año tras año, con las elegidas luciendo con orgullo sus bandas, en Aranda va por rachas, pero mantener esta corte festiva parece que está de capa caída.
Desconozco los motivos sociológicos de esta diferencia, pero más allá de la ilusión, las arandinas que lo han sido reconocen que la ayuda municipal no cubre los gastos que supone ejercer estos cargos. No lo hacen por dinero, pero si se quiere mantener esta tradición, igual hay que tener en cuenta lo cara que se ha puesto la vida. Si no se aumenta esa partida, igual es que se quiere dejar morir de inanición la figura de la corte festiva.