De los disputados en El Plantío en estas tres temporadas en el fútbol profesional fue el peor derbi. Y eso pese a un comienzo esperanzador. Fuegos artificiales. Como los que se lanzaron en la plaza Santa Casilda en una previa sin incidentes, con Troiteiro, su hija y la Policía presentes. Sin duda el ambiente fue lo mejor. 10.000 burgaleses (blanquinegros y medio millar de rojillos) poblando las gradas de un estadio que antes del pitido inicial vibró como hace tiempo que no lo hacía, con las bufandas de unos y otros extendidas hacia el cielo mientras atronaba el himno a la ciudad. Espectacular.
El trepidante arranque prometía y Matos pudo abrir la lata enseguida, pero su disparo se escapó por centímetros. Luego... casi nada. Pocos apostaban al 0-0, un resultado que lógicamente celebró el Mirandés, por sumar un punto donde nadie ha ganado en esta primera vuelta, y defendió el Burgos, porque encadena su tercer partido liguero sin encajar goles y porque se mantiene invicto en casa esta temporada y más cerca del play off que de los puestos de descenso tras 19 jornadas disputadas.
Esperaba más de Gabri e Ilyas Chaira, los «diablos» rojillos en ambos extremos, y de la conexión blanquinegra entre Curro y Fer Niño. Poco ofrecieron, lo que probablemente habla del buen trabajo de Bolo y Lisci, que se tenían bien estudiados y supieron cómo neutralizarse. Tampoco fue el día de Ojeda y apenas aportó Bermejo cuando salió al césped. Además, unas molestias nos privaron de ver más que los últimos 5 minutos a Carlos Martín, pichichi rojillo y «titular indiscutible», según su técnico.
Otra vez el miedo a perder de unos y otros nos privó de algo más. Cada punto es oro en esta categoría en la que ojalá siga habiendo más derbis, mejores y peores, pero con algo más de picante, respeto entre aficiones y, ya puestos a pedir, con algún gol, como los de Mourad, Gaspar o Grego.