Fueron parte de ese Rayo Burgalés que desafió a las instituciones y al machismo de una época en la que era difícil que las mujeres o niñas jugaran al fútbol hierba. Ahora que Alexia Putellas, Aitana Bonmatí, Olga Carmona o Jenni Hermoso perforan las porterías internacionales y mueven masas, las burgalesas Pilar Aguilar y Laura del Río sacan músculo y apoyan a ultranza esa batalla de la que fueron pioneras y más, teniendo tan cerca la irresistible visita de la selección española, campeona del mundo, el próximo 9 de abril en El Plantío, a las 19,00 horas, en el partido que les enfrentará ante la República Checa.
Tuvieron la suerte de contar con unos familiares completamente volcados, que las acompañaban a casi todos los lados con tan solo 16 años. Ese era su mayor respaldo. «Procedíamos del fútbol sala de la Liga Interparroquial. Mi hermana estudiaba en el Diego Porcelos con Leticia Martín y nos invitaron a las dos a conocer al equipo que entrenaba en Fuentes Blancas», comenta Del Río, y «enseguida nos acogieron y nos trataron genial. Un respeto... Dábamos una guerra terrible, porque estábamos en la edad del pavo y éramos insoportables. Nos convertimos en hermanas mayores y pequeñas», sentencia Aguilar, que añade que, aunque les separaban unos siete u ocho años de edad con las veteranas, eran tan pudorosas y crías que «nos daba vergüenza ducharnos desnudas y nosotras lo hacíamos en bikini».
Ese Rayo Burgalés, que luego fue Nuestra Señora de Belén Multiópticas y ahora es Burgos CF iba a cualquier rincón de España con la mentalidad de que «no nos ganaba nadie, aunque luego nos metieran palizas», confiesan, mientras agradecen hasta el infinito la ayuda de personas como «Adolfo Cires al que le debemos todo, a Paco González, que nos apoyó hasta lo indecible y a las hermanas Uriarte, Isa y Susana, que fueron las que se empeñaron en sacar e inscribir al equipo», afirman.
Recuerdan cómo todos sus ahorros iban destinados a su capricho que eran aquellas zapatillas Umbro «que tenían los tacos de plástico y de hierro. Eran las únicas que había para jugar al fútbol». Además de aquellos atracones físicos de abdominales, carreras, tiros a puerta y partidillos, para luego «coger la bici y volver de noche tres días a la semana. Acabábamos agotadas. Y también estudiar», sentencia Del Río, mientras Aguilar advierte con una sonrisa que «¡cómo me costó saber lo que era un fuera de juego! Me costó horrores aprenderlo. Era interior izquierda y me pegaba unas carreras, aunque tenía mucho fondo ya que procedía del atletismo como Salma Paralluelo».
Del Río tuvo que retirarse por una lesión de rodilla después de seis años, mientras que Aguilar lo hizo un año después porque tuvo que 'chupar' mucho banquillo inmerecidamente. «Cada una aportábamos algo. Todo el mundo era importante. Había compañeras que lo hacían mejor y gracias a que éramos buenas personas y a que teníamos gran autoestima, nunca hubo problemas, pero ciertas personas nos humillaron», asegura Aguilar, que le viene a la memoria un partido en «Madrid en el que estuvo calentando desde el inicio y al final no saltó al campo. Y encima vinieron a verme unas amigas», lamenta.
Del Río rememora aquel 'castigo' de Amós un día después de su cumpleaños «que habíamos salido de fiesta y me dormí y se presentó el autobús en mi casa. Yo rezaba para que no me sacara porque estaba reventada y salí los 90 minutos», carcajea.
Les encanta el fútbol actual. Ahora que está relanzado tras los éxitos de la selección española, pese a la lenta evolución y el escaso reconocimiento durante tantos años. Se sienten orgullosas de haber librado esa batalla con un «sacrificio gigante y haber puesto nuestro granito de arena, aunque los micromachismos sigan existiendo», subrayan Pilar y Laura, que se identificaban con aquellos Zipi y Zape «siempre haciendo trastadas. Una del Madrid y otra del Barça. Una por la izquierda y otra por la derecha...». Aunque desde el inicio de ese Rayo Burgalés, «creamos una familia», concluyen.