Casi ningún vecino de Antuñano y Bortedo pudo conciliar el domingo el sueño. Las llamas acechaban sus casas en medio de un pequeño paraíso lleno de bosques y prados verdes. El presente y el futuro de muchos parecía resquebrajarse a medida que avanzaba el incendio. Antón Pérez, de Antuñano, que se quedó «asustado» de la valentía y arrojo de los bomberos voluntarios del Valle de Mena, los primeros en atacar las llamas, asegura convencido que «esto se quemaba». «Si no llega el Ejército, esto arte todo». Junto a su casa, un pabellón lleno de paja era su gran preocupación por la cantidad de combustible que albergaba. Temía un desastre, si las llamas lo alcanzaban, aunque su propietario, Santi, luchó como «un titán». También Antón, Mikel, propietario de una segunda residencia en Antuñano, y muchos otros vecinos de los pueblos meneses y vizcaínos de alrededor se pusieron mano a la obra para colaborar en la extinción de las llamas y bajo su responsabilidad decidieron no abandonar el pueblo, donde la orden de desalojo, que también afectó a Bortedo, había llegado a las cinco de la tarde del domingo. Entorno a una decena de viviendas estaban ocupadas en ese momento.
Casi 24 horas después, a las tres de la tarde de ayer, se permitía el regreso a sus moradores. A las siete y media de la tarde, los amigos de Antón iban llegando a su casa con todas las propiedades que se habían llevado la víspera para salvarlas de una posible catástrofe. El suministro de electricidad se había restablecido poco antes, a las seis y media. El servicio de agua también volvió a recuperarse hacia las dos, después de que fuera reparada la tubería calcinada por las llamas entre Bortedo y Antuñano.
El incendio comenzó el domingo en Balmaseda (Vizcaya) y se extendió al Valle de Mena. Ayer quedó controlado tras arrasar cientos de hectáreas en suelo vizcaíno y burgalés.
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