Burgos capital alcanza su cota máxima de población anual durante la semana de la Navidad, la que va desde mañana hasta el último fin de semana del año. Las reuniones familiares llenan hogares, calles y paseos. La ciudad parece otra, rebosante de gente joven, familias con niños, caras que hacía mucho tiempo que no veías, coches por todos lados, aglomeraciones en las estaciones de tren y autobús, en las barras, comedores y comercios. Burgos debería ser lo que es estos días de Navidad; no sé, veinte mil o treinta mil habitantes más. Piénsenlo por un momento:Una capital de doscientas mil almas, con su abanico correspondiente de servicios, vida cultural y social, empresas, oportunidades de trabajo...
Pero las familias burgalesas no residen en su totalidad en Burgos, esa es la realidad, se reparten por el resto de España y del mundo y cada vez más. Los estudios primero y las oportunidades de trabajo después han sido detonantes para la salida de buena parte de hijos, hermanos, primos, sobrinos, tíos...
El radio de esta diáspora familiar es amplísimo. De acuerdo con el censo estadístico -y por este orden- muchos han hecho su vida en Madrid, principalmente, pero también en Vizcaya, Barcelona, Álava, Valladolid, Guipúzcoa, Cantabria, La Rioja o Zaragoza... Sí, mantienen los lazos, pero cada vez son más débiles y no todos regresan a casa por Navidad. Es más, las nuevas generaciones empiezan a ver a Burgos como algo muy remoto con lo que ya apenas les une un sentimiento de pertenencia, que desaparecerá en una próxima generación.
Otra parte de las familias que hoy nos habitan, más próximas y queridas, proceden de otra diáspora, la de un mundo rural que vive estos días rodeado de la aplastante soledad del silencio de las casas vacías. Nada recuerda a los días de vino y rosas de agosto.
Navidad de contrastes. Felices días...