Entre el manual de filosofía y el tratado de arquitectura, entre la biografía imaginaria y el volumen futurista. Se antoja difícil poner etiquetas a Las casas que me habitan (Mincho Press), el personalísimo libro con el que el arquitecto burgalés Mauro Gil-Fournier tira de su profesión como metáfora para ahondar en el sentido de la vida; brujulea entre sus afectos para ver cómo estos influyen en su acción hacia el exterior y su intervención en el entorno.
Gil-Fournier, cuya última obra en Burgos es el acondicionamiento de la taquilla y tienda de la Catedral, defiende en estas páginas que de alguna manera todos somos arquitectos. «Cualquier persona, cualquier ser construye su espacio con sus intuiciones, formas, deseos, límites y políticas (página 99)», escribe en las conclusiones de esta publicación que presenta como una autobiografía afectiva. «Una biografía personal que no contiene datos, fechas ni expresiones íntimas. Pero que indaga en las realidades afectivas que me han construido y determinado las experiencias que, a su vez, han determinado mi construcción. Un vínculo entrelazado de pensamientos que detonan sensaciones que conforman acciones que, a su vez, vuelven a los pensamientos. Deshilachar esta madeja de vínculos en forma de casas permite observar autobiográficamente las realidades afectivas que me han edificado (pág. 7)».
Y con la escuadra y el cartabón traza un paseo por esta suerte de urbanización que construyen las casas que lo habitan. Dos dan pie al resto: la de las preguntas y la de las certezas. «La primera es el lugar en el que todos vivimos en algún momento de nuestras vidas, nos hacemos preguntas que generan otras y, aunque nunca tienen respuesta, en su búsqueda vamos hacia la casa de las certezas, a ese sitio en el que vivir tranquilo», perfila.
Y en el paso de una a otra se topa con otras doce: de la ansiedad, de los egos escondidos, del deslumbramiento, del apego, donde crecer para aprender a ser niños...
Retrata cada una con lo que le cuenta su escucha interior, sus afectos, y la exterior, su arquitectura. Todas, con sus bocetos.
La casa de la ansiedad, por ejemplo, es donde se matan las ideas, donde los proyectos no prosperan, «vive desde la velocidad y la aceleración; de esta manera, es una casa que no es capaz de retener nada», es una casa que no está acabada, sin ventanas, sin puertas y con los muros abiertos, por donde todo se cuela. «No hay ninguna diferencia entre los muros exteriores y los interiores. Estos pueden estar pintados de diferentes colores en función de lo que uno sienta, pero el interior es blanco: el color que tiene la ansiedad de ser todos los colores».
O la cualsea, una casa para amar, para dejarse habitar por el amor, el amor más allá de una persona concreta o una cosa, como una práctica de la vida. Está formada por miles de habitaciones, cada una con una forma diferente, concreta y específica en un momento dado. No hay ninguna igual a otra, es una casa infinita.
Las casas que me habitan, resuelve su autor, busca abrir puertas y echar los cimientos para un nuevo comienzo.