No es ninguna cosa novedosa. De hecho, está muy cerca de cumplir 20 años. El proyecto que puso en marcha la Junta de Castilla y León con las universidades públicas de la comunidad autónoma y los ayuntamientos para promover alojamientos compartidos entre personas mayores y estudiantes arrancó en 2006 y desde entonces ha forjado muchas bonitas historias de compañía y afectos. «También ha habido casos en los que la convivencia no ha funcionado, claro, pero en la mayoría ha ido muy bien. Recuerdo ahora un correo electrónico que me envió una exalumna cuando falleció la señora con la que compartió vivienda y fue una de las cosas más emocionantes que he leído, por el recuerdo que tenía de aquellos años y lo agradecida que estaba por haber podido tener esa oportunidad», explica Lourdes Bustamante, la coordinadora del programa, mientras Paco, de 70 años, y Jalil, de 21, posan para el fotógrafo en varias dependencias de la casa que comparten y en la que conviven por cuarto año consecutivo.
En puridad, la vivienda es de Francisco Javier Barcenilla, soltero y funcionario jubilado de la Junta de Castilla y León, un hombre profundamente activo, amante de la bicicleta y de compartir fiestas y viajes con amigos. En su agenda también está desde hace tiempo su participación como alumno en la Universidad de la Experiencia, otra de las muchas oportunidades de las que los mayores de 65 disponen para mantener la mente despejada, y fue allí, en la UBU, cuando al ir a clase encontró los carteles que anunciaban el alojamiento compartido. «Me pareció interesante y llamé. Vivo solo, tengo espacio disponible y me apetecía probar la convivencia con un estudiante, así que me puse en contacto con Lourdes para interesarme por los detalles».
A 950 kilómetros, el adolescente Jalil Rifai se afanaba en preparar la Selectividad y su futuro universitario. En Tánger (Marruecos) había cursado toda su educación según el sistema español y su intención y la de su familia era que sus estudios superiores se desarrollaran en España. Quería hacer Psicología, por lo que inundó de peticiones todas las universidades del país. Primero las del sur -confiesa- por aquello de la cercanía a casa, pero después siguió hacia arriba y amplió el abanico de posibilidades a grados de un área parecida. Un día, para su sorpresa, le llegó un correo electrónico de la Universidad de Burgos: habían aceptado su petición para cursar Terapia Ocupacional. Reconoce que al principio no sabía ni dónde estaba Burgos -«pensé que era Francia», indica, azorado- y que la carrera le fascinó desde que conoció sus detalles «y el hecho de que la Psicología tenía presencia en el plan de estudios». Así que no se lo pensó dos veces y se matriculó.
En esas gestiones previas al inicio de la vida universitaria estaba cuando su madre le envió un vídeo del programa de alojamientos compartidos que había encontrado en la página web de la universidad. Lo vio y no tuvo ninguna duda: esa sería su forma de vivir durante el curso. «Yo sé que los jóvenes españoles tienen mucha cultura de fiesta y aunque a mí también me gusta salir, no lo hago mucho y no bebo alcohol», explica. Así que, al contrario que mucha chavalería, para quien uno de los principales alicientes de llegar a la universidad es compartir piso con otros de su quinta y pasárselo muy bien, Jalil buscaba un lugar tranquilo en el que poder estudiar con aprovechamiento.
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