La tragedia de Gaza nos recuerda el trasfondo del libro Ciego en Gaza, de Aldous Huxley (1936). El título evoca la historia de Sansón, el forzudo israelita capturado por los Filisteos que perdió los ojos. Llevado a Gaza como esclavo tardó mucho en recuperar su fuerza y en entender lo que pasaba.
La situación en la Franja de Gaza es muy grave. Tal vez la más grave de la escena internacional porque puede derivar en un conflicto bélico de serias consecuencias. El arma nuclear también es amenaza en Oriente Medio.
Desgraciadamente, al saltar la cuestión al ring de la política, donde boxean púgiles del poder mediático, la cuestión se ha politizado. En el caso de España es evidente que los medios informativos de inclinación sanchista muestran clara tendencia a favor de la causa palestina. Los medios contrarios, los que navegan con la oposición, están en general a favor de Israel. Esta lucha genera desinformación y es una barrera que complica el conocimiento de la realidad. Como decía el clásico la primera víctima en toda guerra es la verdad.
Las atrocidades de esta guerra están descritas. En ambos lados se ve una carnicería con tintes bien marcados. Es una barbaridad lo que está ocurriendo. Pero por encima de saber quién es el culpable está el deber de señalar el desprecio de los derechos humanos y la negación del derecho humanitario.
Israel es un Estado y como tal es sujeto de responsabilidad internacional. Hamás no es un Estado, nadie le reconoce, ni la Autoridad Palestina, ni Arabia Saudita, ni Qatar, ni su padrino, que es Irán. Su culpabilidad penal es exigible. Pero no tiene la responsabilidad internacional exigible a un Estado.
Es decir, que no pueden juzgarse hechos tan inhumanos con la misma vara de medir. Israel es un Estado democrático, como no deja de afirmarlo. Hamás ni es un Estado ni es democrático. Se ha arrogado la representación de Palestina sin fundamento. Las elecciones de 2006 le dieron la victoria en la Franja de Gaza. Pero fueron unas elecciones muy discutibles y discutidas. Paradójicamente Israel no las discutió. No denunció la implantación del extremismo islamista, siempre peligroso para los derechos humanos y la paz. No vio lo que vendría.