Aunque todavía haya colectivos que nieguen tajantemente sus efectos, el cambio climático es una realidad. El 2020 ya se aupó como el más cálido en Burgos desde que hay datos hasta que -primero- el 2022 y -posteriormente- 2023 batieron todos los registros habidos y por haber. Basta con echar un vistazo a las marcas climatológicas que está dejando este arranque de 2024 y a las continuas anomalías térmicas para hacerse una idea de lo grave de la situación y de lo impredecible de sus consecuencias.
El efecto que el calentamiento global está desencadenando en el los seres humanos y en el medio ambiente se intensificará de aquí a finales de siglo si nada cambia. Según la Agencia Estatal de Meteorología, en el peor de los escenarios previstos (con una concentración de dióxido de carbono de 936 partes por millón), la media de las temperaturas máximas se disparará en la provincia hasta 4 grados en 2100. Esta será tan solo una de las múltiples consecuencias que se destaparán en los próximos 76 años si no menguan de manera muy significativa las emisiones de gases de efecto invernadero.
Dentro de un contexto en el que la contaminación actual no se detengan y continúe dañando a la atmósfera (el denominado escenario RCP 8.5), las previsiones más catastróficas contempladas por esta herramienta de la Aemet prevén que el planeta se convierta en un entorno mucho más hostil. La duración de las olas de calor en Burgos, que en su máxima expresión no sobrepasa de los 11,7 días, podría llegar a triplicarse, lo que implicaría un verano aún más tórrido e insoportable que el último.
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