La rubia de la pipa y los seis condenados a muerte

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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La más completa biografía sobre Margarita Landi, afamada reportera de sucesos y estrella del periódico El Caso durante décadas, gira en torno al 'Proceso de Burgos', sobre el que firmó espléndidas crónicas

Landi, siempre sofisticada y elegante, apoyada sobre su Volkswagen Karmann Ghia que la hizo tan famosa porque con él iba a todos los sitios. - Foto: Del libro: La rubia del velo y la pistola

Era buena. Muy buena. Tenía olfato, confidentes por doquier y una espléndida relación con la policía, en cuyos ambientes llegó a ser conocida como 'subinspector Pedrito'. Una sabuesa en toda regla a la que apasionaba contar historias, daba igual lo truculentas que fueran. Fue, durante décadas, la reportera estrella de El Caso, publicación que se centraba casi exclusivamente en los hechos más escabrosos y terribles de cuantos acontecían en el país. El 'periódico de las porteras', se decía con desprecio. Pero lo cierto es que arrasaba en los quioscos: llegó a vender hasta 400.000 ejemplares de algún número, y sorteando, además, a la férrea censura. Nada sencillo dados los temas de los que se hacía eco. Margarita Landi fue la reportera estrella de aquel periódico, la reina de la crónica negra del franquismo, del tardofranquismo, de la Transición y de la bien entrada democracia. Su intensa y atribulada biografía, no exenta de tragedia y dolor (huérfana a edad temprana, enviudó con 28 años tras perder uno de los dos hijos que trajo al mundo) acaba de ver la luz en el libro Margarita Landi. La rubia del velo y la pistola (Alianza Editorial), escrito por Javier Velasco y Maudy Ventosa.

Burgos se cruzó en el camino de Encarnación Margarita Isabel Verdugo Díez, que era su verdadero nombre, cuando ya se había creado todo un personaje: era una mujer rubia que fumaba en pipa y llevaba pistola, vestía pantalones, conducía un Volkswagen Karmann Ghia descapotable negro como la noche, y era respetada en todos los ambientes, en los que dominaban los hombres e imperaba el más rancio de los machismos. 'La dama del crimen', 'La rubia del descapotable'... La Landi tuvo apodos por doquier, y ya era una reportera respetadísima cuando su director, Eugenio Suárez, a la sazón fundador del exitoso rotativo, la llamó con urgencia a su despacho de la redacción de El Caso cercanas las navidades de 1970, cuando medio mundo había puesto sus ojos en España y más concretamente en Burgos, donde se había iniciado un juicio contra 16 miembros de ETA.

Hasta ese momento, el Proceso de Burgos lo había cubierto para el periódico de sucesos otro gran periodista, Pedro Costa, que acababa de fichar por Cambio 16. '¿Te apetecería terminar de cubrir el proceso y asistir a la lectura de la sentencia?', le preguntó Suárez. '¿Cuándo salgo?', respondió Landi. Minutos después ya estaba a bordo de su deportivo negro, pipa en ristre, acompañada por el fotógrafo Enrique Guerrero, rumbo a la Cabeza de Castilla. Los autores de Margarita Landi. La rubia del velo y la pistola utilizan el viaje entre Madrid y Burgos para desgranar la biografía de la singular periodista, considerando la cobertura de este hecho periodístico en uno de los más importantes en la carrera de la reportera.

Alojada en el Hotel Condestable, donde también estaban los abogados de los encausados, Landi tomó muy bien el pulso de lo que se estaba viviendo. El ambiente se podía cortar con un cuchillo. Quedaba poco para hacerse pública la sentencia. Me imagino que algunos estarían rezando, había dos sacerdotes entre los imputados; otros, se estarían cagando en Dios, evocaría en sus memorias personales. La sentencia se produjo el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. La fabulosa crónica de Landi vio la luz el 2 de enero. Mucho más rica en matices que cualquier otra, en su texto están todas las coordenadas que hicieron de ella una periodista fetén: profundidad de análisis, perspicacia, valentía y humanidad. En España, y es lo que nos interesa y concierne, la reacción ha sido casi unánime: justicia y clemencia, que no está reñido un concepto con el otro sino que, juntos y complementados, pueden arrojar un saldo consolador y favorable a la propia condición humana, escribió en uno de sus párrafos.

Pero fue mucho más allá la reportera: Los Tribunales de Justicia, y este Consejo de Guerra lo ha sido, han de atenerse a unas frías e implacables normas, desentendidas de cualquiera otra consideración. No les alcanzan las pasiones ni las compasiones, son intérpretes de unos imperativos que la propia sociedad levanta para su defensa. Nadie, pues, atribuye a los jueces una actitud vindicativa, sino el ejercicio de aquellos instrumentos que les han sido puestos en la mano. Mas, por encima de esas impersonales consideraciones, queda consoladoramente, si ello viniese al caso, el ejercicio de una potestad emocionante: el perdón. No sabemos si alguna nueva noticia habrá alterado, al cierre de nuestra edición, los severos términos de la sentencia. Si así fuera, un sentimiento de gratitud se elevaría en el pecho de una inmensa parte de los españoles que, de esta forma, afrontarían con mayor alegría esta incógnita a la puerta que plantea todo año nuevo.

En aquella crónica histórica, Landi se refirió en numerosas ocasiones a Burgos y a los burgaleses; y al frío que, aquellos días infaustos, atenazó a la capital. Había nevado copiosamente y el frío se hacía sentir con fuerza; hubo catorce grados bajo cero; los accesos por carretera ofrecían serias dificultades y ello fue causa de que algunos letrados retrasaran involuntariamente su llegada, así como no pocos reporteros, parientes y simpatizantes. Seguramente, tal inclemencia atmosférica mermó de modo ostensible la afluencia de curiosos en las inmediaciones del Gobierno Militar (...).

Landi, testigo de excepción del momento en el que los abogados de los acusados escucharon la sentencia (nueve penas de muerte para seis de los acusados), fue precisa respecto de su reacción: Bastó una ligera ojeada para que nos diéramos cuenta de que la sentencia les había causado honda sensación. La expresión de sus rostros había cambiado por completo; algunos estaban pálidos, otros arrebolados, todos más bien huidizos y mostrando claros deseos de alejarse de allí lo antes posible, contestando precipitada y brevemente a los informadores que pudieron abordarles. Narra con pulso periodístico la Landi las horas que siguieron a la lectura del fallo, haciendo cábalas, llamando siempre -entre líneas y sobre ellas- a la compasión. Cierra el texto la reportera de forma brillante. Salimos del hotel a las dos de la madrugada, echando una mirada a su vestíbulo, ya vacío, en el que todavía creímos notar la enorme tensión que lo había invadido todo el día... Flotaba en su ambiente, todavía, el latir de la ansiedad y la esperanza de la mañana, la desolada sorpresa de la tarde y la desconcertada inquietud de la noche... Fuera, el frío intenso helaba los montones de nieve y hasta la respiración de los escasos viandantes. Burgos dormía.

Más y más casos. Margarita Landi regresaría a Burgos varias veces, hasta ocho, durante los años siguientes para cubrir todo tipo de sucesos, a cada cual más escabroso. En el mismo 1971 se personó en Peñaranda de Duero como enviada especial para indagar sobre un asunto que en un principio pareció un accidente, pero que se reveló como un asesinato: el de Juan Andrés Izcara, pastor del citado pueblo, que había sido encontrado a las afueras del mismo con unas heridas terribles que le causarían la muerte. Se supo que había sido atropellado deliberadamente por el conductor de un tractor con el que había tenido en alguna ocasión alguna desavenencia. Ese mismo año, contó el misterioso asesinato de Francisca Lázaro Quintana, de 64 años, en el número 28 de la calle Calzadas de la capital burgalesa. Una historia extraña que nunca llegó a resolverse. En 1972, la rubia del velo y la pistola dedicó un amplio reportaje a desmenuzar la violenta historia de Francisco Javier de la Fuente Delgado, que tiroteó a los padres de su exmujer, Dionisio Barrio Díez y Lucía Álvarez Ruiz, y a ésta, también llamada Lucía. El hombre murió; ellas, aunque heridas, salvaron la vida. Sucedió en la calle de las Eras de Gamonal.

En 1973 visitó Landi el pueblo de Mozares para contar lo que ella consideró un «inexplicable drama rural»: la historia de Alejandro Peña Fernández, al que su amigo Leandro Resines Ríos clavó un cuchillo sin que mediara discusión alguna entre ellos. Ese mismo año, la intrépida y audaz periodista informó con todo lujo de detalles del asesinato en Canicosa de la Sierra del guarda de la zona, Gregorio López, cuyo cadáver fue encontrado con ocho cortes en el cuello y una puñalada en el corazón. Cirilo Abad y Basilio Abad, padre e hijo respectivamente, fueron detenidos y posteriormente procesados por los hechos. Según contó Landi, el guarda habría sorprendido a los Abad con su rebaño en terrenos vedados. Semanas más tarde, Margarita volvió a la capital burgalesa para dar cuenta de la muerte violenta de Consuelo Guerrero, de 65 años, a manos de Víctor Casado, exlegionario, delincuente habitual y hermano del yerno de la víctima, que confesó el horrendo crimen justificándolo en que la familia política de su hermano no le aceptaba y estaba muy resentido por ello. Ya en 1977 escribió en El Caso sobre el asesinato de Tomás Dobato Ratellar, de 58 años, guarda nocturno de un supermercado. La víctima se hallaba de noche en el interior del local, ya cerrado, cuando un grupo de asaltantes accedió al recinto, maniató a la víctima y la golpeó con tanta fiereza que el guarda falleció.

Ya en 1979, pocos meses antes de que dejara el famoso rotativo de la crónica negra española, Margarita Landi firmó su último reportaje en Burgos, en el barrio de San Pedro de la Fuente, donde se registró un fratricidio. Fue en la calle Villalón donde Victoriano Sevilla se personó en la casa familiar, donde vivían sus padres y sus hermanos Higinio y María Pilar hecho una furia, insultando a las mujeres y mostrándose fuera de sí. Como la reportera contó en su crónica, Victoriano tenía un carácter violento y su conducta en general dejaba que desear, motivo por el cual no residía en la casa en la que sucedieron los hechos. Finalmente, al ver que su hermano no se calmaba, Higinio cogió una escopeta y disparó a Victoriano. El fratricida se entregó a la policía. Higinio, el albañil honrado y trabajador, se convirtió en fratricida y ahora se encuentra en la cárcel, escribió Landi.