El convento de San Francisco, santo y seña espiritual y cultural del Valle del Arlanza desde su rehabilitación y apertura en 2009 gracias a la Fundación Silos, va a recibir el verano haciendo un guiño al invierno y a una de sus más atávicas tradiciones, enraizada en la localidad de Mecerreyes: sus espectaculares mascaradas. La iglesia de este centro acogerá una sensacional muestra de fotografías realizadas por Enrique del Rivero; una selección que explica esta tradición que hunde sus raíces en la mitología y en los diversos ritos relacionados con la naturaleza y la cosmogonía romana. Una tradición que, explica el investigador y naturalista, los romanos integraron en su religión «a través de las fiestas Saturnales, Lupercales y Kalendas». Tradición que se vio modificada en la Edad Media dándole un trasfondo cristiano y teatral.
Las máscaras de Mecerreyes son las únicas que de este tipo se han conservado en la provincia de Burgos, pese a que es uno de los territorios peninsulares con mayor riqueza etnográfica. Una asociación cultural del pueblo rescató en los años 80 esta tradición, creando las máscaras a partir de los testimonios de la tradición oral, haciéndolas «a la antigua usanza», especialmente desechos, como explica Del Rivero.
«Se utilizaban en su confección huesos que hallaban en los muladares en los que se cebaban los abundantes buitres y alimoches de la zona, paja de centeno, hojas, musgos, helechos, retamas, gallarones de los robles, trapos, plumas de águila y buitres, pieles e incluso tripas de animales como el cerdo.Son las señas de identidad de estas atávicas máscaras de invierno, cuya telúrica temática remite a la naturaleza más pura, a una época que hunde sus raíces en la noche de los tiempos».
Del Rivero ha contado con la inestimable colaboración de la Asociación Cultural de Mecerreyes, colectivo al que se debe la recuperación de esta tradición tan vistosa y sugerente, a la que agradece todas las facilidades que ha tenido para trabajar.
los ritos. El objetivo de esos ritos, explica el investigador burgalés, era el de purificar a las comunidades aldeanas al terminar el año mediante recorridos por las calles, ruido de los cencerros y el canto de las loas. «Tenía como fin traer la fertilidad a los campos y a través de las propias comunidades campesinas a través del uso de ceniza, los golpes y la magia simpática de arados, siembras, reparto de pan bendito o consumición de los mejores frutos del año».
Para ello se utilizaban trajes y máscaras de seres demoniacos y zoomorfos, acompañados de los cencerros y otros instrumentos (tenazas articuladas, tridentes, vejigas hinchadas, bolas...) que ayudan a la escenificación por las calles mientras se pedía el aguinaldo. «Las mascaradas de invierno se extendieron por todo el continente europeo y los territorios costeros del Mediterráneo, en un espacio geográfico que coincidía casi en su totalidad con las fronteras del Imperio Romano.
En la actualidad este legado cultural se puede rastrear desde Portugal hasta Turquía, desde Bélgica hasta Italia o desde la isla de Cerdeña hasta la Transilvania rumana.Es un fenómeno atávico que vertebra Europa y que en pocos años puede contar con el reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
*Espíritu de invierno. Mascaradas de Mecerreyes. Del 6 de junio al 6 de julio. Iglesia del convento de San Francisco. Silos