Ficción y realidad se confundían ayer en el monasterio de Santo Domingo de Silos. Treinta y tres años después de publicar El nombre de la rosa, Umberto Eco se paseó por el claustro que ‘engendró’ a Jorge de Burgos, el personaje de la novela que le ha unido a estas tierras para siempre. El escritor italiano, nombrado doctor Honoris Causa en Historia Medieval por la Universidad de Burgos, recorrió durante hora y media la farmacia, el museo y cómo no, el scriptorium y la biblioteca en la -según la ficción- había trabajado el monje anciano y ciego, encorvado y blanco como la nieve, cuya existencia es real a los ojos del libro de Eco, la película homónima y en la cultura popular de varias generaciones.
La sombra de Jorge de Burgos -o su espíritu- parecía guiar al profesor italiano por el monasterio benedictino, una abadía de la misma orden que la que menciona en la novela. Aunque su inspiración real, según le confesó al abad, Lorenzo Maté, la tomó del monasterio de Santa María de la Escolástica, en el valle de Subiaco, cerca de Roma, abadía donde se retiró Benito de Nursia para fundar sus primeras comunidades monacales. El monasterio italiano -y volvemos a la realidad- es famoso por su biblioteca y por cobijar el primer libro impreso en Italia.
Como si fuese su único propósito, el monje ciego guió a Eco -y al grupo de profesores de la UBU que le acompañaban- hasta el fondo bibliográfico donde se halla el códice más antiguo de Occidente, el Breviario y Misal mozárabe creado a finales del siglo XI, el primer libro europeo que se realizó en papel. «Tiene los 39 primeros folios en papel y el resto se concluyó en pergamino. Es un papel árabe, que no se hizo en Silos como Eco afirma en su novela. Nos gustaría que se hubiera hecho aquí, porque en Barbadillo había una papelera, pero se trata de un tipo de papel de importación árabe», afirma el catedrático de Paleografía de la UBU, José Antonio Fernández Flórez.
Da igual de donde fuera el papel. El códice de la novela cobraba vida en ese instante. «Ha sido un privilegio enorme», comentó Eco tras hacer tangible la ficción de su novela. «Tocarlo es increíble», añadió al observar los detalles de una joya que el escritor comenta en el libro de 1980.
Extasiados entre los olores del papel y el pergamino -el profesor por lo que le enseñaban y el resto como testigos de una visita histórica-, el abad aprovechó para mostrar otros manuscritos de indudable valor: el original de La vida de Santo Domingo de Silos, de Gonzalo de Berceo, uno de los primeros textos literarios escritos en castellano; y La regla de San Benito, del año 945, un códice que el autor firma citando al rey Ramiro IIy al conde Fernán González.
Recuerdos de Silos
«Bellísima visita, muy grata», seguía comentando. Y mientras firmaba en el libro de la abadía con su autorretrato (y firmaba ejemplares que de sus obras conserva la biblioteca del monasterio), el editor de Siloé, Arte y Bibliofilia, Juan José García, le entregó un facsímil del Beato de Ginebra y le informaba del hallazgo en Milán de un fragmento de un Beato en escritura Beneventana.
Otro de los recuerdos que viajan con él a Italia («me llevo muchas imágenes», resumía) es el libro de estudio del Beato de Silos que acompaña a la edición facsímil de la editorial Moleiro, regalo del alcalde de la localidad, Emeterio Martín. En su maleta como souvenir de su última parada en Burgos, Eco y su mujer Renata eligieron varias postales de la abadía.