Genealogía de la ciencia burgalesa

A.G.
-

El historiador de la Medicina José Manuel López Gómez bucea en las biografías de tres médicos de pueblo de los siglos XVIII y XIX en su nuevo libro sobre la investigación científica local

Imagen de archivo de la botica de Silos. - Foto: Ángel Ayala

El ambicioso proyecto en el que se embarcó hace ya unos años el médico e historiador de la Medicina José Manuel López Gómez, consistente en sacar a la luz las aportaciones científicas hechas desde esta provincia, sigue su curso. Si el año pasado publicaba un libro sobre el farmacéutico Juan Francisco de la Monja, que desarrolló su trabajo fundamentalmente a lo largo del siglo XVIII en localidades como Fuentelcésped, Peñaranda y Campillo, hace apenas unos meses ha hecho lo propio con Medicina, ciencia y sociedad en la Ribera burgalesa (siglos XVIII-XIX), que se centra en las vidas y los méritos científicos de tres médicos de pueblo, desconocidos hasta ahora como tantos otros: Manuel Arranz García, natural de Roa; Sandalio Palomino Esteban, de San Martín de Rubiales, y Juan Antonio Beltrán de las Heras, de Pedrosa de Duero.

El objetivo de López Gómez es dar a conocer las vidas de estos sanitarios "imbuidos de espíritu investigador": "Algunos de sus trabajos se han conservado, lo que nos permiten saber cuántos fueron sus principales preocupaciones profesionales y cómo trataron de mejorar su quehacer para ofrecer mayor bienestar a los enfermos desde sus pequeños núcleos rurales donde, por fuerza, la llegada de la información científica, los medios de experimentación y el contraste de opiniones estaban mucho más dificultados ".

De Manuel Arranz García cuenta el autor "que la rectitud de su carácter y sus firmes convicciones liberales le ocasionaron diferentes sinsabores, cuando no disgustos de consideración" y que tenía gran interés por las aguas minero-medicinales en una época en la que su uso no se había generalizado. De hecho, en la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense se guarda la disertación que realizó sobre el particular con motivo de una oposición a la que aspiraba en este campo: En 1817 asumió la dirección facultativa de los baños de Quinto (Zaragoza ) donde se enfrentó a las prácticas irregulares del arrendador del balneario, que introducía agua ajena para incrementar sus beneficios, ya quien llevó ante el juez. Los últimos años de su vida los pasó como médico titular de Alcazarén, en la provincia de Valladolid.

Sandalio Palomino, por su parte, tuvo una gran actividad científica que reflejó en tres trabajos de investigación, de los que se conservan dos: uno en la Real Academia de Medicina de Cataluña, entidad de la que fue miembro correspondiente, y otro en la Universidad Complutense. El primero versa sobre los 'tumores blancos', una entidad clínica que en la actualidad no tiene, según López Gómez, un equivalente claro y preciso y que era "un cajón de sastre de patologías de origen variado que afectaban a las grandes articulaciones"; el segundo habla de cómo, a su juicio, se debe desarrollar el trabajo de médicos y cirujanos en el ámbito rural, que en aquellos años (mediados del siglo XIX) era muy precario y ellos estaban sometidos a la arbitrariedad de alcaldes y regidores con conductas caciquiles,

Finalmente, se centra López Gómez en Juan Antonio Beltrán de las Heras, que fue médico titular de San Martín de Rubiales y que se tuvo que enfrentar a la epidemia de cólera morbo de 1885 "y se dio cuenta con rapidez de las ventajas que, para las personas susceptibles de verse afectados, podía suponer la vacunación ideada por el doctor Ferrán, ferozmente denostada por un amplio sector de sanitarios que no supieron ver lo que el doctor Beltrán, from un pequeño pueblo de la Ribera burgalesa, intuyó con claridad y tuvo la valentía de defender por escrito ".

Aprovecha el autor, además, para poner la vista sobre cómo se vivió aquella epidemia en Burgos "que no afectó gravemente a la ciudad -aunque sí que tuvo un alto índice de mortalidad- ni a la mayor parte de los pueblos salvo casos concretos" y para hacer frente a la cual el Ayuntamiento de la ciudad publicó un folleto de 28 páginas con preceptos higiénicos y consejos como "desconfiar de remedios secretos" que hoy también tendrían mucha utilidad. El hospital de coléricos se situó en el edifico del antiguo convento de San Agustín y fue atendido por seis médicos voluntarios. En total, fueron 55 personas afectadas de las que murieron 32.