Rompen el vallado por cualquier sitio y campan a sus anchas por el interior del recinto en el que languidece, desde hace unos años , la historia del campo petrolífero de La Lora, el único que ha habido en este país desde que -acaba de hacer ahora 60 años- brotara en un pozo de Valdeajos el ansiado oro negro, aquel maná que hizo soñar a lo grande a la comarca, a la provincia y al país entero hasta que la realidad se impuso: la paramera burgalesa no era ni Kansas ni Oklahoma. Pese a todo, se estuvo explotando hasta hace unos pocos años, cuando se decretó su cierre. Aunque ello constituyera un hecho doloroso para la comarca, cuanto ha acontecido después no ha hecho sino hurgar en esa herida: se desmontaron muchos de los icónicos caballitos de hierro que perforaban las entrañas de la tierra con armoniosa cadencia, y el complejo de oficinas y almacenes del campo petrolífero quedó expuesto, con vergonzosa desidia, al abandono y al pillaje. Y así sigue en el sesenta aniversario de un hito histórico en la historia de Burgos y del país. «Los últimos han entrado por aquí», dice señalando un boquete en la valla Jon Egüen, alguacil de Sargentes de la Lora que hace lo que puede por controlar el expolio al que está siendo sometido el recinto petrolífero de Ayoluengo, que sigue atesorando toda la documentación habida y por haber sobre la historia de este campo. Toda la memoria en papel, documentos, fotografías y planos fue abandonada a su albur, siendo saqueada continuamente (ya no está, evidentemente, toda).
Aunque parezca increíble, después de que se fueran los últimos trabajadores, nadie ha vuelto por allí. ElEstado, responsable de las instalaciones, sólo se había manifestado en 2017 para anunciar que denegaba la prórroga de concesión del yacimiento, y eso que la compañía que lo explotaba en ese momento,LGO Energy, se comprometía a modernizar las instalaciones, a reabrir pozos que llevaban años abandonados y a triplicar los puestos de trabajo (en aquel momento había allí empleadas 16 personas, lo que no era cifra magra para una comarca devorada por la despoblación, aunque bien lejos de las 300 que llegó a haber allí laborando en la década de los sesenta del pasado siglo).
Desde entonces, no había dicho esta boca es mía, hasta hace unos pocos días. Carlos Gallo, alcalde de Sargentes de la Lora, ya se había cansado de remitir misivas al Ministerio, de dirigirse aquí, allá y acullá clamando contra el escandoloso desamparo en el que se encuentra el que ha sido símbolo de la comarca en las últimas décadas. Pero acaba, por fin, de recibir sendas respuestas: en una se asegura -como publicó este periódico la pasada semana- que pronto se pondrá solución al horrendo y peligroso vertido que desde hace meses es una laguna negra que se está filtrando poco a poco en la tierra con el riesgo de alcanzar algún acuífero, y que está en marcha el procedimiento de ejecución subsidiaria del plan de «abandono definitivo de la concesión de explotación de hidrocarburos líquidos y gaseosos» y que las actuaciones que a este respecto se lleven a cabo, «priorizarán la seguridad de las personas y del medioambiente, teniendo siempre presente la declaración, por parte de la Junta de Castilla y León, del campo petrolífero de Ayoluengo como Bien de Interés Cultural con categoría de conjunto etnológico.
Carlos Gallo, que había solicitando autorización para el rescate del archivo documental y los testigos abandonados en las instalaciones del campo de Ayoluengo «para su custodia y tutela por las Administraciones Públicas», ha recibido un sí: la Dirección General de Política Energética y Minas no presente objeción alguna a esa solicitud, pero con ciertas condiciones: «Las actuaciones que eventualmente se realicen deberán ajustarse a las indicaciones que a este respecto pueda dar la autoridad con competencias en patrimonio cultural, en este caso, la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Castilla y León» y que tendrá que ponerse en contacto con la persona que gestiona el procedimiento concursal.A pesar de que esta respuesta llegue a todas luces tarde, el regidor de Sargentes de la Lora celebra que pueda ponerse a salvo la documentación que aún se encuentra en las oficinas del campo petrolífero; se encuentra en miles de carpetas, cartapacios, álbumes, archivadores que ocupan todos los despachos del bloque principal. Toda esa documentación se halla revuelta, alfombrando suelos, anaqueles, armarios e incluso ocupando, en grandes montones, una estancia entera.
Da verdadera pena comprobar que todos esos espacios de las oficinas han sido hollados por curiosos, vándalos y ladrones.Se trata de la memoria documental de un hito sin parangón en la historia de España: la de la única explotación petrolífera terrestre del país. «De aquí se han podido llevar de todo. Esperemos que lo que se haya salvado sirva para poder reconstruir la historia del petróleo en Burgos», dice Egüen. «Vemos un poco de luz», admite Gallo. «Toda esa documentación debe estar en algún archivo.O bien la Junta de Castilla y León o bien la Diputación de Burgos deberían hacerse cargo de ello. Eso tiene que estar o en el Archivo Provincial o en el de la Junta. Y los testigos geológicos (las muestras que se tomaron de todos y cada uno de los pozos antes de extraer el petróleo), existe un lugar en Toledo que se encarga de guardar todo este tipo de elementos, donde geológicamente se reconocen la actividades que se han registrado. Y sólo en la La Lora ha habido un campo de petróleo», indice
Con todo, desde Sargentes insisten en que que el campo podría tener otra actividad aunque no sea la que ha tenido históricamente; que debería pensarse mucho su cerrojazo definitivo. «Podría valorarse la generación de electricidad con aire comprimido o recuperar el hidrógeno del petróleo, como están haciendo en otros países de Europa.Deberían estudiarlo». Exige el alcalde de Sargentes que el Ministerio debería coordinar «plan cultural que ya tenemos diseñado, un plan de futuro que siga dando vida y que recuerde lo que ha sido este lugar durante sesenta años».
'campo de concentración'. Desde la distancia, lo que queda del campo petrolífero -los bloques de oficinas y almacenes- asemeja a un campo de concentración. Aunque el vallado es violentado con frecuencia, la alambrada contribuye a evocar un lugar tan ominoso como fueron aquellos lugares. El abandono de estos años ha hecho mella en cada construcción: hay techumbres levantadas por la erosión, la lluvia y el viento; puertas y ventanas rotas o entreabiertas. El recinto es un lugar fantasmagórico: en las oficinas todo se halla desordenado y, sin embargo, da la impresión de que fue ayer cuando los últimos trabajadores lo dejaron: las mesas de trabajo, las sillas, los escritorios, las pizarras con los últimos esquemas e instrucciones, los mapas... Todo permanece ahí, en un caótico revoltijo de papeles donde languidece también la ropa de trabajo -monos, botas, cascos-, los percheros, las cápsulas del café y los azucarillos, los cuadernos, los libros, los bolígrafos y mucho material de oficina: ordenadores, impresoras...
En el resto de edificios del recinto, que se encuentran desventrados, languidece mucha maquinaria -en uno hay sendos generadores-, cuadros eléctricos y mucho material relacionado con las extracción del oro negro que sólo fue negro, jamás oro.En las inmediaciones del campo, como mudos testigos de la infamia de este olvido, permanecen los restos de aquellos caballitos de hierro que se quedaron a medio desmontar.Por fortuna, unos pocos se salvaron.Al margen del recinto del desvencijado campo, y aunque inertes, los que aún exhiben su singular silueta remiten a la historia de este lugar. Es lo que queda de la memoria de un hito increíble y fabuloso que hizo soñar a una comarca, a una provincia y a un país. El olvido en que devino se convirtió en pesadilla. Aunque en La Lora hay quienes no quieren dejar de seguir soñando. «La historia del petróleo es fundamental para nosotros», proclama Carlos Gallo, el alcalde de Sargentes de la Lora, cuyo caserío se recorta al fondo, como velado por la calima.