Llegó a Canarias tras una travesía de seis días en una patera en los que, cuenta, no pasó mucho miedo porque es un hombre de mar, pero que se le hicieron eternos. En su aún precario español, Massamba Ndiaye, de 30 años, originario de Saint Louis, en la costa de Senegal, explica que intentaba ganarse la vida pescando pero que una severa inundación hizo que perdiera su casa y su trabajo y que fuera desplazado a otra localidad. En medio, y por cuestiones económicas, sufrió serias amenazas de muerte. Es uno de los primeros refugiados que llegan por razones climáticas, además de por riesgo cierto que corre su vida, y ha sido acogido por Accem, entidad que en Burgos trabaja con el grueso de personas que llegan huyendo de sus países por ser víctimas de persecución por causas ideológicas. La ciudad natal de Ndiaye, a la que se apoda la Venecia de África, hace ya tiempo que perdió la batalla contra el mar. Periódicamente sufre unas terribles inundaciones que han provocado numerosas víctimas mortales y grandes daños económicos que obligan a sus habitantes a marcharse .
Así que huyendo de un futuro más que incierto, Massamba, que dejó allí a su mujer y a su hijo, lleva ocho meses en España. De Las Palmas pasó a Málaga, después a Córdoba y ahora está en Burgos aprendiendo a hablar el idioma con clases intensivas y explicando a quien quiere escucharle que lo que desea más fervientemente es encontrar un trabajo que le haga posible ganarse la vida dignamente y traer a su familia. De momento, comparte un piso que la entidad humanitaria tiene en el centro con otros solicitantes de asilo.
Para él el proceso acaba de empezar mientras que el de Yolanda Abanda, por suerte, terminó. Hace ya tiempo que tiene con ella la documentación que le acredita como refugiada. Casi sin dar aviso a su familia y sin pertenencias tuvo que salir de Buenaventura (Colombia) porque recibió amenazas de muerte vinculadas con su activismo a favor de las mujeres. Llegó con lo puesto a Burgos y fue también Accem quien le ayudó a salir de esa situación. «He estado con ellos 4 años y dos meses y solo tengo buenas palabras sobre su trabajo, han estado a nuestro lado y nos han acompañado cuando las cosas iban mal», relata esta socióloga, que ha trabajado cuidando a personas mayores pero para quien su máximo deseo es poder ejercer aquí su profesión.
Ahora, con la nacionalidad española recién conseguida, es una compatriota más, algo que no acaban de comprender algunos convecinos, que aún no aceptan que haya personas negras en la sociedad burgalesa. «De la misma manera que te cuento que he encontrado mucha amabilidad en muchas partes de Burgos también he sufrido el racismo, incluso una religiosa me dijo que el color de mi piel era igual a prostitución y una mujer mayor, que nosotros estábamos acostumbrados a la esclavitud... ¡¿Qué pasa con la humanidad?!», se pregunta.
(Artículo completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos o aquí)