Para que de los fusiles y de los tanques del ejército portugués surgieran flores en lugar de balas mortíferas hace ahora 50 años hay que remontarse unos cuantos más en el tiempo, y no a Lisboa, ni a Oporto, sino a Burgos, donde en 1920 se había creado el Instituto Español de Misiones Extranjeras. Se trataba de una institución de carácter diocesano que prepara a jóvenes para enviarlos como misioneros a América Latina y al continente africano. Fue en Burgos donde se formaron algunas de las personas sin las que no podría haber sucedido, tal como aconteció, la denominada Revolución de los Claveles, aquel levantamiento realizado por militares portugueses contra el régimen que, en el mes de abril de 1974 -ha hecho ahora exactamente medio siglo- era la dictadura más longeva de Europa. Aquel golpe, que se saldó sin un solo disparo, que fue un canto a la libertad en plena primavera, constituyó el derrocamiento de un gobierno represivo con delirios imperiales. Y fue por su papel genocida en las colonias que todo estalló. Pero, para ello, tuvo que suceder un episodio que aceleraría el final de aquella dictadura caduca.
Alfonso Valverde y Martín Hernández, primero, y Vicente Berenguer y Miguel Buendía, entre otros, después, fueron los maravillosos culpables del principio del fin del régimen tiránico de Portugal. Todos ellos salieron del Instituto Español de Misiones Extranjeras de Burgos. Misión evangélica que, al cabo, sería mucho más profunda: acabarían cambiando los designios de un país. Sólo unos pocos años antes, en 1969, uno de nuestros protagonistas, Alfonso Valverde, fue uno de los participantes en la Cabeza de Castilla del XXII Semana Española de Misionología, que fue inaugurada por el nuncio del Papa en España, monseñor Luigi Dadaglio. Valverde ya llevaba un tiempo en Mozambique, donde poco después desempeñaría un papel fundamental para la historia que estamos contando.
Mozambique, colonia portuguesa, era 'territorio comanche' a comienzos de la década de los 70. Habían surgido facciones insurrectas que luchaban por la independencia de este territorio africano, hartos sus nativos de los desmanes déspotas de los ocupantes lusos, que incluían el esclavismo, las torturas y el exterminio si así lo requerían. Allí se encontraba la llamada Congregación de los 'Padres de Burgos', como se conocía al grupo de misioneros al que pertenecían tanto Valverde como otro misionero formado en Burgos, Martín Hernández. Ellos fueron los primeros en intentar dar la voz de alarma al mundo de cuanto estaba sucediendo en este rincón de África que se asoma al océano Índico.
Icónica imagen de soldados portugueses con claveles en los fusiles. - Foto: Cooperación EspañolaLo cuenta José Luis Toledano en el libro A la sombra del Cajueiro (Editorial Cooperación Española, 2016). A comienzos de los 70 se registraron varias matanzas en aldeas mozambiqueñas. Las más terribles sucedieron en Mucumbura y Wiriamo. «Las fuerzas especiales portuguesas entraron a sangre y fuego en varias comunidades de la provincia de Tete bombardeando aldeas, arrasando cosechas y apresando hombres, mujeres y niños que quemaron vivos dentro de sus chozas. Su objetivo era eliminar el apoyo que la población civil pudiera prestar a la guerrilla (...)Los responsables de dar a conocer aquellos hechos fueron un grupo de misioneros españoles, 'los Padres de Burgos', del Instituto Español de Misiones Extranjeras», escribe Toledano. No en vano, fue una superviviente de estas matanzas quien contó a los misioneros 'burgaleses', que llevaban años construyendo escuelas y hospitales y educando a los moradores de esta zona de Mozambique, lo acontecido.
«Tras los ataques a Mucumbura, Valverde y Hernández enterraron a los muertos y recogieron pruebas de la agresión. Con ellas escribieron el informe 'Mukumbura 1971', donde relataban detalladamente fechas, nombres de las víctimas y responsables de las matanzas. Sus denuncias encontraron poco eco entre la jerarquía eclesiástica mozambiqueña, que era portuguesa y no se apartaba de la sombra de la política del Estado Novo de las colonias». Sin embargo, a finales de ese año, ambos misioneros decidieron pasar a la vecina Rodhesia, en pos de mejor suerte para su denuncia, siendo detenidos por el régimen de este otro país. Se les acusó de haberse manifestado públicamente en favor de la autodeterminación del pueblo de Mozambique y de haber denunciado de palabra y por escrito las muertes de mujeres, hombres y niños. Pasaron dos años encerrados en la capital de Mozambique, entonces llamada Lourenço Marques, hoy Maputo. Lo hicieron en condiciones inhumanas. Incomunicados. Torturados. Sin embargo, su denuncia había tenido cierto eco internacional. Y entonces dictador portugués, Marcelo Caetano (que había sustituido a Antonio de Oliveira Salazar, el hombre que había gobernado Portugal con puño de hierro durante décadas) decidió amnistiarlos antes del juicio, tratando de que el impacto de su denuncia fuera menor.
El principio del fin. Aquello, sin embargo, fue como dar la razón a los 'Padres de Burgos'. Este mismo periódico se hizo eco, en noviembre de 1973, de la liberación de Valverde y Hernández. Ellos habían plantado la semilla de la siguiente acción que, esta vez sí, resultó definitiva. Y que protagonizaron compañeros suyos de la congregación con origen en Burgos. «Cada guerra tiene su suciedad específica. La portuguesa incluyó bombardeos con napalm, asesinatos de líderes independentistas, matanzas de civiles africanos y misiones secretas para hacer desaparecer en el océano cuerpos de combatientes arrojados desde aviones», escribe la periodista Tereixa Constenla en Abril es un país. Los heroísmos desconocidos de la Revolución de los Claveles (Tusquets). Narra Constenla que la matanza que habría de cambiar los designios de Portugal fue la de Wiriyamu: medio millar de civiles fueron salvajemente asesinados. Pero de ello dieron fe otros 'Padres de Burgos', que se la jugaron para sacar toda la información del país. Tras una odisea de aquí te espero, rocambolesca a más no poder, la noticia salió publicada en la portada del periódico británico The Times en julio de 1973, justo cuando se preparaba el viaje oficial del presidente portugués Marcelo Costelao a Londres. Fue la bomba. «La ONU ordenó una investigación. Portugal se convirtió en el último paria de la tierra», escribe la periodista en su libro.
La masacre de Wiriyamu acabó en la portada del periódico británico porque los padres de Burgos Vicente Berenguer, Julio Moure, Miguel Buendía y Alberto Font se jugaron la vida. Tras ser expulsados de Mozambique acusados de colaborar con los rebeldes, se llevaron consigo un informe en el que se detallaba aquella atrocidad. «Las cifras de la masacre salieron protegidas por la ropa interior del padre Font. Cuando ya estaba sentado en el avión, los policías retrasaron la salida una hora para registrar a fondo su maleta. Él confiaba en que nadie se atrevería a hurgar bajo la cintura de un misionero por muy amigo de la guerrilla que fuera. El pudor facilitó el viaje del testimonio que convertiría la dictadura portuguesa en una apestada», escribe Tereixa Constenla.
En el libro de la periodista española el padre Buendía explica que buscaban provocar un escándalo internacional «que obligase a actuar a la ONU y al Vaticano (... Nos movía tanto la causa de la liberación de Mozambique como el apoyo a nuestros compañeros presos». Tuvieron la complicidad y la confianza del padre Hastings, religioso británico que se brindó -dado el escaso apoyo que los misioneros encontraron en España, que era también una dictadura- a entregar el informe a The Times.
Así fue como las denuncias de los 'Padres de Burgos' empujó a la dictadura portuguesa a un abismo del que no pudo salvarse. El propio padre Buendía se lo reconoce a Constenla en Abril es un país: «Estoy convencido de que aceleró el proceso de liberación de Portugal y que tuvo gran influencia en el golpe militar». El resto es historia, como se está contando en todos los sitios estos días. Revolución pacífica, claveles. Libertad y esperanza. Lo dicen los versos de Grândola, Vila Morena, la canción que es la banda sonora de ese episodio del país vecino: Tierra de hermandad/ el pueblo es el que manda más.