Los vecinos preguntaban insistentemente en los últimos meses si había relevo a la jubilación de los panaderos del pueblo. Otros callaban, pero temían el cierre de la única panadería de Trespaderne. «Nos sentíamos con el compromiso de conseguir alquilar o traspasar el negocio», relata Damaris Monroy. «Era difícil, pero no imposible», añade. Y lo han logrado. El pequeño milagro del pan que cada amanecer está caliente en el despacho de Trespan continuará produciéndose de madrugada, ahora gracias a la energía de Francisco Javier Riscado (Fran), de Villarcayo, y su socia, Silvia Alonso, de Oña. Cogen el testigo que dejan José Luis Angulo y Ángel Luis Llorente, quienes abrieron el negocio en un lejano junio de 1988.
El primero era electricista y el segundo, agricultor, pero su madre le convenció de que «del campo no se podía vivir mirando el cielo todos los días». Amigos de toda la vida, una conversación de bar les llevó a pensar en abrir la que entonces iba a ser la segunda panadería de Trespaderne. Si varias familias vivían de la Panadería Salazar, por qué no intentarlo. Se fueron a la Feria de Alimentación de Bilbao y realizaron los primeros contactos con empresas de hornos y proveedores. Visitaron panaderías de Salamanca, Zamora, Valladolid, San Sebastián... y aprendieron dos meses en La Moderna de Munguia (Vizcaya).
Con experiencia. Al principio no salían del todo bien los cálculos y tiraban muchas barras sin vender. Pero la empresa salió adelante con mucho esfuerzo, hasta 15 horas diarias de trabajo durante los veranos y unas 10 u 11 en invierno. Aquel Trespaderne sumaba 1.255 vecinos que se han convertido en 733. La despoblación y la competencia han reducido a una tercera parte la producción de pan, pero el establecimiento sigue teniendo «números estupendos para que puedan vivir de ella tres familias», aseguran sus propietarios.
Hubieran bajado la persiana hace unos meses, al tener ambos 65 años, demasiadas horas de trabajo en el cuerpo que van haciéndose notar y un porrón de años cotizados. Pero la mayor preocupación era lograr nuevos panaderos y les esperaron. El boca a boca llevó la noticia a oídos de Fran Riscado, que ya sabe del oficio tras 6 años ejerciendo de panadero en Oña. Silvia ha sido repostera y tendera en la misma empresa más de una década. Así que saben lo que es trabajar sin día de descanso semanal, pero aseguran que no tienen miedo a ese esfuerzo y llegan con mucha «ilusión» y con la confianza de lograr «el respaldo de los vecinos». «No estoy pensando en los problemas sino en que salga bien y en dar un buen servicio», dice Fran.
El nuevo panadero mantendrá las fórmulas y recetas de Trespan, pero ya está pensando en innovar y hornear pan de nueces y pasas, de harina de avena, de centeno, de espelta o de semillas. Cuenta con una buena cartera de clientes entre los negocios de hostelería locales, la residencia de mayores o el cámping. También mantendrá la ruta que recorre 60 kilómetros para atender a diez pueblos del municipio, Valle de Tobalina, Frías y Cuesta Urria. Ahora, solo piensa en «seguir aprendiendo, dar un buen servicio y trabajar a gusto».
Estos días del puente aún les acompañarán los fundadores y si en Navidad necesitan ayuda, se la prestarán, pero ya llega el final de una larga historia, a la que Damaris se sumó en 1997, recién llegada de su Cuba natal y en la que ha estado presente también su cuñada, Pilar Angulo. A pesar del gran cambio que sufrió su vida al dejar atrás a los suyos y sus raíces, la panadería le sirvió para abrir puertas, adaptarse mejor y encontrar nuevos amigos. Recuerda los sacrificios: «Te pierdes muchas cosas de tus hijos, muchas etapas de cuando eran pequeños». Recalca que la panadería levanta la persiana a las 8 de la mañana, pero han sido muchos los clientes más madrugadores que podían llevarse pan antes. Y han sido muchas las tardes de preparativos para el día siguiente de los ingredientes de las empanadas, de las demandadas roscas de chorizo, de gestiones con facturas, compras con proveedores... Pese a todo, ni ella ni José Luis ni Ángel se arrepienten de los años vividos. Se muestran contentos de que «un negocio que funciona siga adelante con gente joven». Se van con un gracias para todos los clientes.