Ser un bien Patrimonio de la Humanidad acarrea evidentes ventajas: supone la universalización del monumento y una garantía de conservación. Sin embargo, también tiene sus contras. Lo saben bien en el seno del Cabildo Metropolitano, que se ha topado no pocas veces con muros que han resultado insalvables toda vez que el título impide llevar a cabo cualquier actuación en el templo sin el beneplácito de la Unesco. Así, en estas cuatro décadas se han acumulado numerosas frustraciones. Quizás la más importante haya sido la imposibilidad de calefactar la Catedral para conseguir que el interior no sea, durante meses, lo más parecido a un invierno eterno. Han sido lustros de intentos rechazados una y otra vez, siendo la apuesta por el suelo radiante la que se había elegido como la mejor alternativa. La única solución permitida no consigue, ni de lejos, un ambiente confortable, habitable, acogedor.
Otro proyecto truncado por mor de esa protección tiene que ver con mostrar las zonas altas de la Catedral, algo que hubiese sido factible de haberse permitido la instalación de un ascensor que facilitara el acceso a los pisos superiores para luego disfrutar de lugares como el triforio, las cubiertas exteriores del transepto norte y sur y el cimborrio. Sabedor del éxito que este tipo de visitas tiene en otros templos catedralicios (los de Sevilla, Santiago de Compostela, Palma de Mallorca, Barcelona o Salamanca, entre otros), lo intentó todo el Cabildo, en vano. A este respecto, Matías Vicario, que fue deán durante ocho años, recuerda que hubo canónigos que hicieron la siguiente lectura: se acabó la libertad a la hora de actuar en el templo en conformidad con la religiosidad, la fe y el culto. «Sintieron que, a partir de ese momento, lo que prevalecería sería el monumento, el patrimonio».
El último obstáculo por el hecho de ser Patrimonio de la Humanidad es el de la instalación en la fachada de Santa María de las puertas de Antonio López, la huella que del siglo XXI quiere dejar el Cabildo en un templo que es eminentemente gótico, pero también renacentista, barroco y neoclásico.